Miércoles, 01 de mayo de 2024

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Oración y penitencia, la combinación que no cambia

por Alberto Royo Mejia

La receta vale hoy porque ha valido siempre y, al tratarse de la existencia de los seres humanos, nada hay que nos haga pensar que la naturaleza humana haya cambiado y ya no sirvan los consejos espirituales de toda la vida. Nos hemos hecho más modernos, esto es, más tecnológicos, más hedonistas, sin duda más relativistas, pero somos lo que el ser humano ha sido siempre: Un corazón lleno de deseos que muchas veces se traducen en frustración, grandes ilusiones, interrogantes, capacidad de hacer mucho bien y también mucho mal, búsqueda de la felicidad  por los medios que podamos tener a nuestra disposición… en el fondo el ser humano es fascinante, si bien no por lo que él normalmente se cree que es, sino por lo que realmente es: Imagen y semejanza de Dios, aunque sea una imagen desteñida por el pecado original.

Por tanto creo que la receta, común a diversas religiones, ya vivida en el Antiguo Testamento, ejemplarizada  por Nuestro Señor, encarnada en la vida de los santos y predicada siempre por la Iglesia, es válida para nuestros tiempos. Y alguno puede preguntar ¿Válida para qué? La respuesta llevaría páginas y páginas, pero de modo sencillo y conciso el Papa Benedicto XVI responde a esta pregunta:

"La existencia cristiana es un combate sin pausa, en el que se utilizan las ´armas´ de la oración, del ayuno y de la penitencia. Luchar contra el mal, contra toda forma de egoísmo y de odio, y morir a sí mismos para vivir en Dios es el camino ascético que todo discípulo de Cristo está llamado a recorrer con humildad y paciencia, con generosidad y perseverancia"

Y si bien estas afirmaciones valen para todos y en cualquier ocasión, los  tiempos en los que vivimos nos invitan no sólo a no olvidar estas dos “armas” (benditas armas de paz y no de guerra, si no es la de la propia lucha espiritual), sino a usarlas con más entusiasmo.

Para  tiempos difíciles, oración, y no como refugio, sino todo lo contrario, para afrontarlos con serenidad y nunca perder la esperanza. Ya lo dijo hace tiempo de modo muy hermoso el Papa Benedicto, lo cité en un artículo antes que se desatara la tormenta mediática por la que atraviesa ahora la Iglesia, y lo vuelvo a citar porque me parece esencial en los momentos que estamos viviendo:

"Quien ora no pierde nunca la esperanza, aun cuando se llegue a encontrar en situaciones difíciles e incluso humanamente desesperadas. Esto nos enseña la sagrada Escritura y de esto da testimonio la historia de la Iglesia. En efecto, ¡cuántos ejemplos podríamos citar de situaciones en las que precisamente la oración ha sido la que ha sostenido el camino de los santos y del pueblo cristiano!"

Y muy recientemente el Papa ha hablado de la penitencia, nada menos que a los biblistas, pues si hay un tema que aparece por todas partes en la Biblia es la penitencia. En una homilía no leída del Papa, sino como reflejando lo que llevaba en el corazón, el 15 de abril habló a los miembros de la Pontificia Comisión Bíblica y les dijo:

"hoy tenemos miedo de hablar de la vida eterna. Hablamos de las cosas que son útiles para el mundo, mostramos que el cristianismo ayuda también a mejorar el mundo, pero no nos atrevemos a decir que su meta es la vida eterna y que de la meta vienen luego los criterios de la vida".

Por eso, añadió,  "debemos tener la valentía, la alegría, la gran esperanza de que la vida eterna existe, que es la verdadera vida y que de esta verdadera vida viene la luz que ilumina también este mundo. En esta perspectiva, "la penitencia es una gracia", una gracia que nosotros reconozcamos nuestros pecados, que reconozcamos que tenemos necesidad de renovación, de cambio, de una trasformación de nuestro ser".

"Debo decir que nosotros los cristianos, también en los últimos tiempos, hemos evitado a menudo la palabra penitencia, que nos parece demasiado dura. Ahora, ante los ataques del mundo que nos hablan de nuestros pecados, vemos que el poder hacer penitencia es una gracia y vemos cómo es necesario hacer penitencia. Es decir, reconocer lo que está equivocado en nuestra vida. Abrirse al perdón, prepararse al perdón, dejarse transformar. El dolor de la penitencia, es decir, de la purificación y de la trasformación, es una gracia, porque es renovación, es obra de la Misericordia divina".

Dicho sea de paso, además de hermosas son palabras valientes una esppecie de "mea culpa" por el olvido de la importancia de la penitencia, almeno en algunos sectores de la Iglesia, en tiempos recientes- y toda una invitación puesta en boca del Pastor universal de la Iglesia.

Por lo tanto, oración y penitencia como refuerzo de la esperanza, virtud que por supuesto viene bien en todo momento, pero quizás ahora más. Vaya, la receta o combinación de siempre, que vale también para hoy.

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