Miércoles, 01 de mayo de 2024

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Elogio de un Papa justo

por Alberto Royo Mejia

Nos dice la historia que hubo tiempos en los que ser papa conllevaba  una posición social envidiable, hubo siglos en los que el Santo Padre era un monarca absoluto, que disponía de lo humano y lo divino con gran libertad, al que nadie podía pedir cuentas y al que se rendían emperadores y reyes. Hubo otros Papas que no tuvieron tanto poder temporal, pero fueron auténticos príncipes que gustaron la buena vida, patrocinaron las artes y llevaron una vida fácil. En la historia, por supuesto, tenemos de todo y hubo Pontífices de vida humanamente envidiable. No es para estar orgullosos de ellos, pero es lo que hubo.

Pero al ser tan larga la historia, nos habla también de Papas mártires, papas prisioneros del poder temporal, papas perseguidos y calumniados. No podría yo cuantificar si este tipo de Papas han sido más que lo anteriores, pero no ha habido pocos. No han faltado tampoco Papas ejemplares en su virtud, incluso en los peores tiempos de la Iglesia, ascetas, místicos, auténticos misioneros desde su sede romana. También de estos Papas santos ha habido muchos.

Vaya, que la historia del Pontificado romano nos enseña de todo, lo más sublime y lo menos ejemplar. El siglo XX ha sido un tiempo especialmente difícil para los pontífices: El siglo de las guerras, los totalitarismos ateos, la revolución sexual, el laicismo, etco, han dificultado la labor de la Iglesia y los Papas lo han resentido, como era de imaginar. Y sin embargo el siglo pasado ha visto curiosamente una concentración de Papas Santos difícil de repetir: San Pío X, el Venerable Pío XII, Beato Juan XXIII, Siervos de Dios Pablo VI y Juan Pablo I, Venerable Juan Pablo II, a punto de ser beatificado... Papas muy diferentes unos de otros, pero con un común denominador: Un inmenso amor a la Iglesia y a la humanidad.

Y este siglo XXI ha comenzado con un Papa que yo todavía no me atrevo a llamar santo, pero que me parece un hombre admirable, un Papa justo, en sentido bíblico y filosófico, un hombre de Dios de pies a la cabeza. Lo primero que me llama la atención es que, acostumbrado a hacer siempre del mejor modo posible lo que la Iglesia le pedía, aceptó ser Papa cuando menos le apetecía. Cuando uno está a punto de cumplir los ochenta, toda posible ambición humana queda ya lejos y el pobre cardenal Ratzinger solamente pensaba en un retiro tranquilo rodeado de libros y de sus seres queridos. Le tocó ser Papa y lo aceptó, aunque cuentan los mentideros vaticanos que pidió que se repitiera la votación del cónclave para asegurarse que los cardenales le querían a él. Se non è vero, e ben trovato, que dicen los italianos...

Y el pontificado ha traído pocos honores humanos a Joseph Ratzinger y muchas amarguras. Le ha tocado, como se suele decir, tragarse un montón de marrones. Empezando por el hecho de tener que lidiar con un mundo de los medios de comunicación que le mira con poca simpatía porque no es Juan Pablo II ni se parece a él, siempre dispuestos a juzgar hipercríticamente -cuando no a malinterpretar- sus palabras, como pasó en Ratisbona y en otras ocasiones. Es ridículo, por no decir bochornoso, el leer artículos de periodistas a quienes se les nota que en temas de teología e incluso cultura general no saben lo mínimo, y se permiten juzgar las palabras de uno de los intelectuales más profundos de el mundo actual, que es este Papa.

Le ha tocado por otro lado a este Papa tragarse todo el lío de los casos de pedofilia, en el que se ha visto envuelto sin comérselo ni bebérselo. Y lo digo así porque es cierto. Decía Mons. Scicluna, el Pronotor de la Fe de la Congregación de la Fe, que una antigua deficiente traducción al inglés de las normas pontificias había llevado a muchos prelados a ocultar este tipo de casos, lo cual es lamentable. Pues el resultado es que al ya enfermno Juan Pablo II y sobre todo a Benedicto XVI le ha tocado tragarse las quejas, las críticas, la incomprensión de los bienpensantes del mundo, les ha tocado pedir perdón, pasar el bochorno, etc. Estados Unidos, Irlanda, Alemania, Austria, ... parece que la cosa no acaba nunca. Los señores obispos, a los que desde el concilio se les ha llenado la boca defendiendo la responsabilidad de las iglesias particulares, cuando se han encontrado ante estos problemas, se han refugiado en la figura del Papa, para que todas las críticas se vuelquen en él y los ojos enfurecidos de propios y extraños no se fijen en ellos. Benedicto XVI ha aceptado la patata caliente que le ha llegado de las diócesis heridas por los escándalos y creo que ha llevado la cuestión con gran dignidad, sobre todo con mucha humildad. A alguno puede no gustarle su última carta, a mí me parece una obra maestra de amor a las almas doloridas por la horrible lacra de los curas indignos.

Este Pastor de los pies a la cabeza ha mostrado tener entrañas de misericordia al abrir los brazos a los lefebvrianos y a los anglicanos, y por ello ha tenido que aguantar críticas de todo tipo, algunas despiadadas, y lo que es peor, desde dentro de la Iglesia, de eclesiásticos ilustres, que de misericordia han demostrado tener poca o ninguna, y perdón si estas palabras parecen duras. El Papa ha sufrido lo indecible por haber sido malinterpretado por aquellos que deberían teóricamente dar muestras de misericordia y compasión, y su carta a los obispos de la Iglesia con ocasión de los lefebvrianos es de las que hacen época. En ella muestra dolor, pero nunca rencor.

Benedicto XVI lleva todas estas dificultades con la sonrisa en los labios, no muestra la cara de amargura que durante muchos años mostró Pablo VI, al cual los sufrimientos por la situación de la Iglesia le sumieron en profunda tristeza. Sonríe y sigue trabajando, escribiendo, recibiendo a cientos de miles de peregrinos, fomentando la santidad de los sacerdotes y la dignidad de la liturgia, dando pasos de gigante en el ecumenismo, realizando viajes que superan sus fuerzas de octogernario, con tal de complacer a las iglesias que piden su presencia. Es un ejemplo para todo ministro de la Iglesia, especialmente aquellos que se encuentran en situaciones de gran dificultad. A mi, personalmente, que no m encuentro en tales dificultades, la figura de este Papa me inspira y me anima a no cansarme en el dar la vida por la Iglesia y las almas.

Un Papa justo, se mire por donde se mire, y creo que se merece este elogio, especialmente ahora que tantos le critican. No creo que le quite la paz, pues no le falta el cariño de muchos millones de católicos en el mundo entero. Por otra parte, como hombre de profunda fe sabe que si al Maestro le trataron como le trataron, ¿Qué puede esperar su Vicario en la tierra?

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