Viernes, 03 de mayo de 2024

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¿Alguien de buena fe cree todavía que Pío XII obró mal?

por Alberto Royo Mejia

Las polémicas sobre Pío XII y su actuación durante el holocausto ya cansan. Se ha escrito mucho sobre el tema, a favor y en contra, pero hay que decir que la mayoría de lo que se ha escrito a favor es para responder a las mismas acusaciones, repetidas hasta el infinito y sin añadir nada nuevo. Son viejas acusaciones -no muy viejas, son de los años 60, pues antes de eso eran todo alabanzas al Papa Pacelli- que hacen pensar en falta de buena fe, pues si alguien de buena voluntad quiere saber sobre el tema, basta que lea todo lo que se ha escrito antes para no tener que repetir las mismas tonterías.

Caundo alguien hace unos años preguntó a Juan Pablo II acerca de Pío XII y el holocausto, el Pontífice respondió sin vacilar: "Lead ud. al P. Blet, todo está en sus libros". Y es verdad, hace años que el difunto historiador jesuita trató y clarificó los temas que después parece que algunos no tienen claro y que hay que gastar tiempo y tinta para refutar. Pero dejando aparte al P. Blet, los nuevos datos que surgen por todas partes no hacen más que dar la razón a Pío XII, que algunos se empeñan en quitarle con acusaciones rancias, que huelen a revenido (o avinagrado, según el diccionario de Espasa Calpe). Habría que pedir por favor a los típicos comentaristas, pseudohistoriadores y fanáticos que dan la matraca con las acusaciones a Pío XII, que se leyesen los datos históricos y se ahorrasen tiempo y molestias, pues la historia no les da la razón y gracias a Dios hay cada vez más escritores juiciosos que tampoco se la dan.

Para muestra, un botón: David Dalin escribió hace poco un libro pidiendo que Pio XII sea reconocido como “Justo entre las naciones”, título reservado a aquellos que han hecho el bien a la humanidad de modo muy especial. El libro, llamado “La leyenda negra del Papa de Hitler”, ha sido prácticamente ignorado por la prensa internacional, a pesar de la fama en Estados Unidos de su autor, conocido en todo el país por su obra “Religión and State in the American Jewish experience”, best-seller del 1998. Dalin sostiene que la mayoría de las obras publicadas hoy en día sobre Pío XII demuestran una escasa comprensión de cómo el Papa Pacelli fue un fuerte opositor al nazismo y cómo trabajó para salvar a miles de judíos del holocausto. Concluye Dalin afirmando: “Contrariamente a lo que escribe John Cornwell diciendo que Pio XII fue el Papa de Hitler, creo que el Papa Pacelli fue una de los grandes apoyos de los judíos”.

De modo parecido, el insigne historiador británico Sir Martin GIlbert, también judío, ha publicado un libro, recientemente traducido al italiano, “I Giusti, gli eroi sconosciuti dell’ Olocausto” (Città Nuova), en el que el autor documenta detalladamente el trabajo de protección y defensa llevado a cabo por la Iglesia Católica en general y particularmente por Pío XII. Experto en el tema de la Soah y biógrafo oficial de Wiston Churchill, Sir Martin GIlbert es profesor de Historia del Holocausto en el University College de Londres. En su libro explica cómo, según él, ciertas corrientes ideológicas contrarias a la Iglesia Católica y favorables a una lectura unilateral de la historia moderna, influyen negativamente en la búsqueda de la verdad. Siguiendo el pensamiento de este ilustre investigador, para nada devoto de la Iglesia Católica pero honestísimo historiador, hay que caer en la cuenta de que los condicionamientos de la cultura dominante muy fácilmente hacen caer a la investigación histórica en el reduccionismo. Así, en el caso de Pio XII, muchos de los historiadores no cuentan casi para nada (porque no les interesa) con la cantidad y la calidad de los testimonios de fuentes judías de la época, a pesar que se trata de fuentes libres, directas, espontáneas y manifestadas en tiempos de los que no se puede sospechar.

Un análisis sereno de estos testimonios podría llevar a entender más profundamente cuál fue la estrategia de la Santa sede para salvar a los perseguidos y así quizás se podrían clarificar para siempre las polémicas sobre los presuntos “silencios” de Pío XII. Si se verifican las fuentes históricas, la primera acusación, esto es, que Pacelli tenía simpatías filo nazis, aparece totalmente falsa, pues en realidad, desde el principio Pío XII fue uno de los mayores opositores al nazismo. Veamos algunos datos históricos:

El 2 de marzo de 1939 Eugenio Pacelli fue elegido Pontífice y un día despues, el Berliner Morgenpost, órgano del movimiento nazi, escribió que “la elección del Cardenal Pacelli no ha sido recibida bien por Alemania, pues él siempre se ha opuesto al nazismo”. También el semanario oficial de la Internacional comunista, La correspondance internationale dedicó un artículo al nuevo Pontífice destacando que “el elegido era persona non grata a los nazifascismos”. Según este mismo periódico de la Internacional comunista, “llamando como sucesor a quien se había opuesto con resistencia enérgica a las concepciones totalitarias fascistas que tienden a eliminar a la Iglesia Católica, el colaborador más estrecho de Pío XI, los cardenales habían hecho un gesto significativo, al poner a la cabeza de la Iglesia a un representante del movimiento católico de resistencia”.

Por otro lado, todos los periódicos católicos de las naciones libres celebraron con entusiasmo la elección de Pío XII, publicando fragmentos de las intervenciones del Cardenal Pacelli y subrayando su papel definitivo en la composición de la encíclica que denunciaba al nazismo, Mitt Brennender Sorge. El 6 de marzo del 1939 el diario judío de Jerusalén The Palestine Post escribía un editorial titulado “Un líder para la paz”, en el que destacaba que el nuevo Pontífice “ha tenido un papel principal en la reciente oposición pontificia a las perniciosas teorías raciales y otros aspectos del totalitarismo”. El 10 de marzo, el Jewish Chronicle de Londres elogió la elección de Pío XII y reprodujo amplios fragmentos del discurso contra el nazismo que Pacelli había pronunciado en Lourdes en el 1935. El mismo diario judío recordó cómo el periódico nazi Voelkischer Beobachter publicó el 22 de enero de 1939 una foto del Cardenal Pacelli y de otros dignatarios de la Iglesia Católica, indicándoles como “agitadores en el Vaticano contra el fascismo y el nacionalsocialismo”. Además, el Jewish Croniche reprodujo los mensajes de congratulación que habían dirigido distintas asociaciones judías a Pío XII: la Anglo-Jewish Community, la Synagogue Council of America, el Canadian Jewish Congress y el Polish Rabbinical Council. El presidente de la primera de todas éstas definió la elección de Pacelli como “la mejor recibida”.

El 10 de marzo de 1939, el Canadian Jewish Cronicle, diario de la comunidad judía canadiense, alabó al colegio de Cardenales por haber resistido a las presiones de los nazis, que habrían querido impedir la elección de Pacelli; y el 16 de marzo del 1939, el Zionist Review de Londres escribió que el nombramiento como Secretario de Estado del Vaticano del Cardenal Maglione “confirmaba que el Papa quería llevar una política anti-nazi y antifascista”.

Para concluir estos testimonios contemporáneos al Papa, cómo no citar lo que escribió en el Time Magazine el judío quizás más famoso de todo el siglo XX, Albert Einstein, el 23 de diciembre de 1940 (ya en plena guerra mundial). Son palabras que no tienen desperdicio:

Siendo yo un amante de la libertad, cuando ocurrió la revolución (nazi) en Alemania, dirigí mi mirada con confianza a las universidades, sabiendo que éstas siempre habían presumido de su amor a la verdad. Pero las universidades fueron acalladas. Entonces miré a los grandes editores de los diarios, que en editoriales ardientes proclamaban su amor por la libertad. Pero también ellos, como las universidades, fueron reducidos al silencio, ahogados en el arco de pocas semanas. Sólo la Iglesia permaneció firme, en pie, bloqueando las calles a las campañas de Hitler que suprimía la verdad.

Yo nunca antes he tenido un interés particular por la Iglesia, pero ahora siento hacia ella afecto y admiración, pues solamente la Iglesia ha tenido la valentía y la obstinación de apoyar la verdad intelectual y la libertad moral. Tengo que confesar que antes la despreciaba y ahora la alabo incondicionalmente

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