Y no sólo hablamos de cine. El director de "
" tenía ya mi rechazo de entrada. Pero, tras hacerme llegar la crítica de la película
un querido amigo, al que he tratado en todos mis años de sacerdocio, ya no tengo más que opinar. El artículo es lo suficientemente claro. Fui al cine, fiado por las críticas, para ver
. Decimos que no hay dos sin tres... pero esta vez rompo la razón del refrán. Tengo demasiado trabajo para perder el tiempo en el cine.
3.- Hay que evitar el sufrimiento a toda costa. Con ello se plantea un evidente rechazo de la cruz.
“Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; pero para los llamados -judíos o griegos-, un Cristo que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios” (I Co 1, 23-24). Esto es lo que nos dice la Palabra de Dios y esto es lo que cualquier cristiano que frecuente la Iglesia ha oído predicar en multitud de ocasiones. Pues bien, “Silencio” es un empeño constante, de principio a fin, por demostrar lo contrario. Creo que no exagero si digo que en “Silencio” se hace una enmienda a la totalidad del contenido de la Palabra de Dios en esta cita.
4.- “Silencio” es el título que responde al supuesto silencio de Dios en un martirio horrible, como es el que se describe. Se trata de un título descaradamente falso como se demuestra hacia el final de la película. Al espectador se le quiere convencer del silencio de Dios, por una parte ante el sufrimiento y la muerte de una comunidad de cristianos japoneses formada por campesinos pobres y desvalidos, y por otra, ante el desgarro de dos padres jesuitas voluntariosos a quienes se les pone en el dilema de apostatar o permitir el sufrimiento ajeno. Estos dos silencios son los que la película quiere poner muy de relieve. La perversidad es manifiesta: Dios calla ante el sufrimiento de sus hijos más humildes, pero en un momento dado le habla directamente al protagonista para decirle: apostata, renuncia a tu fe. En la película la prueba de apostasía consiste en pisar un relieve de Jesucristo y llega un momento en que es el propio Cristo el que le dice interiormente al jesuita: “Písame”. O sea, que para animar a renegar, Cristo sí habla; calla cuando sufres pero habla para que caigas. Algo así como si Cristo le hubiera empujado a Judas a traicionarle susurrándole al corazón algo como esto: Ánimo Judas, entrégame, debes entregarme. Digámoslo claro: Dios incita a pecar. ¿Hay mayor impiedad que presentar a Dios como origen de la tentación y, por tanto, último responsable del mal?

5.- El budismo y el cristianismo en el fondo son lo mismo. Reconozco que esto hoy entra muy bien en muchos oídos. Ya llevamos tiempo oyendo a muchos que están convencidos de que a fin de cuentas todos los credos son iguales. No pretendo argumentar sobre este error inadmisible para un cristiano. Basta decir que esa postura contradice el mandato final de Cristo:
“Id y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado” (Mt 28, 19-20). Si todos los credos son igualmente válidos, ¿qué sentido tiene que la Iglesia sea misionera?
6.- En la película queda claro que el cristianismo no puede cuajar en Japón. También esto contradice las palabras anteriores del Señor: “Id y haced discípulos a todos los pueblos”.
7.- El martirio es presentado como una desgraciada calamidad. Pero eso no es cierto. “El martirio es el supremo testimonio de la verdad de la fe”, dice el Catecismo de la Iglesia (punto 2473). En la tradición católica, el martirio es un honor con el que Dios distingue a algunos elegidos. Entender el martirio como una desdicha de la que se debe huir está en paralelo con el trueque de la primogenitura por un plato de lentejas acaecido entre Esaú y Jacob, según narra la Sagrada Escritura. El que salva su vida apostatando, satisface una necesidad inmediata, cambiando unos años de vida arrastrada con aborrecida indignidad y caduca (morirá en todo caso) por la gloria de la inmortalidad eterna asegurada al mártir.
Hasta aquí estos siete postulados que, según yo he visto, la película defiende y justifica. Dicho de otro modo y a modo de resumen: desde diversas instancias católicas se está recomendando a los católicos una película que ataca directamente algunas verdades de fe, que se permite corregir a Cristo y contradecir a la misma Palabra de Dios revelada en las Escrituras.
Sobre el contexto actual.
8.- Reconozco que me resulta fácil y cómodo ver la película y criticarla. En ambos casos lo hago confortablemente, sentado en una cómoda butaca, en un país con libertad religiosa aceptable y sin que pesen sobre mí amenazas ni riesgos conocidos. Más aún, escribo esto por propia iniciativa (que concurre con la petición de personas cercanas para que exprese mi opinión en público) haciendo uso de una concreción de la libertad, la de expresión, que las leyes reconocen y amparan.
Ahora bien, mientras que yo voy desgranando ideas con las que algunos estarán de acuerdo -y me temo que algunos más en desacuerdo-, soy consciente de que muchos de mis hermanos en la fe están siendo objeto de persecuciones tan cruentas como las que se narran en la película. Hoy, las tierras de Siria, India, Pakistán, China, Irak, Egipto, Nigeria, Chad, Sudán, Libia, Yemen... están siendo regadas por las lágrimas y la sangre de quienes han mantenido y mantienen viva su fe, mi misma fe, y han sufrido y siguen sufriendo a causa de ella.

¿Recomendarías, lector, a estos cristianos perseguidos y amenazados que vean “Silencio” diciéndoles que es una película muy interesante? ¿Tú crees que a los sacerdotes, pastores de estas comunidades perseguidas, les será muy edificante el contraejemplo de los jesuitas apóstatas de “Silencio”? No hablo de supuestos ficticios ni probables, sino de una realidad muy cruda que están soportando nuestros hermanos en estos países día a día, mientras nosotros discutimos de cine. ¿Tú crees que esto tiene algo que ver con la comunión de los santos?
9.- Cuando se trata de dirimir sobre la conveniencia o el rechazo de algo que se ofrece públicamente, hay una una pregunta muy socorrida que aquí también es oportuna: ¿A quién conviene? ¿Quién gana con esto? No hablo de ganancia económica, sino de ideas. ¿A qué espíritu beneficia “Silencio”? Aquí se presentan dos posturas enfrentadas: la de los perseguidores y la de los perseguidos. ¿A quién confirma en su postura? ¿Quiénes salen fortalecidos: los perseguidores o los perseguidos? Para quien tenga dudas sobre qué contestar, la respuesta es esta: En “Silencio” los triunfadores son los perseguidores que ganan la partida en un doble frente: con la apostasía de los padres jesuitas y con la práctica extinción del cristianismo en Japón, mientras que los vencidos son los cristianos, tanto los que apostatan como los que no.
10.- Esta crítica ha sido escrita en concurrencia no buscada con dos acontecimientos que guardan estrecha relación con el tema del martirio. Por una parte, según oigo en la radio, se cumplen mil días del cautiverio de casi trescientas jovencitas nigerianas a manos de los terroristas de Boko Haram. Algunas, las pocas que han podido volver a sus comunidades, han relatado las brutalidades sin término de las que han sido objeto. Si “Silencio” es tan buena como dicen sus partidarios, yo animo a estos que piensen si se apuntarían a una campaña para que esas jóvenes y sus familias puedan ver la película y discutir sobre ella.
La segunda coincidencia es la fecha: 9 de enero. En este día celebramos en dos diócesis españolas (Córdoba y Toledo) a San Eulogio de Córdoba, sacerdote y guía de la iglesia mozárabe del siglo IX que murió mártir en la Córdoba califal por la persecución islámica.
La liturgia de este día incluye en el Oficio de lectura esta oración que San Eulogio compuso para las santas vírgenes Flora y María, a quienes decapitaron tres años antes que a él, cuya reseña biográfica puede encontrarse en el siguiente enlace:
http://es.catholic.net/op/articulos/32150/flora-y-mara-santas.html El texto es el siguiente:
«Señor, Dios omnipotente, verdadero consuelo de los que en ti esperan, remedio seguro de los que te temen y alegría perpetua de los que te aman: inflama con el fuego de tu amor y, con la llama de tu caridad, abrasa hasta el hondón de nuestro pecho, para que podamos consumar el comenzado martirio; y así, vivo en nosotras el incendio de tu amor, desaparezca la atracción del pecado y se destruyan los falaces halagos de los vicios; para que, iluminadas por tu gracia, tengamos el valor de despreciar los deleites del mundo; y amarte, temerte, desearte y buscarte en todo momento con pureza de intención y con deseo sincero.
Danos, Señor, tu ayuda en la tribulación, porque el auxilio humano es ineficaz. Danos fortaleza para luchar en los combates, y míranos propicio desde Sion, de modo que, siguiendo las huellas de tu pasión, podamos beber alegres el cáliz del martirio. Porque tú, Señor, libraste con mano poderosa a tu pueblo, cuando gemía bajo el pesado yugo de Egipto, y deshiciste a al Faraón y a su ejército en el mar Rojo, para gloria de tu nombre.
Ayuda, pues, eficazmente a nuestra fragilidad en esta hora de la prueba. Sé nuestro auxilio poderoso contra las huestes del demonio y de nuestros enemigos. Para nuestra defensa, embraza el escudo de tu divinidad y mantennos en la resolución de seguir luchando virilmente por ti hasta la muerte.
Así, con nuestra sangre, podremos pagarte la deuda que contrajimos con tu pasión, para que, como tú te dignaste morir por nosotras, también a nosotras nos hagas dignas del martirio. Y, a través de la espada terrena, consigamos evitar los tormentos eternos; y, aligeradas del fardo de la carne, merezcamos llegar felices hasta ti.
No le falte tampoco, Señor, al pueblo católico, tu piadoso vigor en las dificultades. Defiende a tu Iglesia de la hostigación del perseguidor. Y haz que esa corona, tejida de santidad y castidad, que forman todos tus sacerdotes, tras haber ejercido limpiamente su ministerio, llegue a la patria celestial. Y, entre ellos, te pedimos especialmente por tu siervo Eulogio, a quien, después de ti, debemos nuestra instrucción; es nuestro maestro; nos conforta y nos anima.
Concédele que, borrado todo pecado y limpio de toda iniquidad, llegue a ser tu siervo fiel, siempre a tu servicio; y que, mostrándose siempre en esta vida tu voluntario servidor, se haga merecedor de los premios de tu gracia en la otra, de modo que consiga un lugar de descanso, aunque sea el último, en la región de los vivos. Por Cristo Señor nuestro, que vive y reina contigo por los siglos de los siglos. Amén».

11.-
Yo espero que en España no vuelva a repetirse una persecución contra los católicos como las que hemos padecido en otros momentos de nuestra historia. Pero si volviéramos a tener que sufrirla, lo que, a mi juicio, necesitamos son palabras de ánimo y de fortaleza de espíritu como estas de San Eulogio. Tenemos millares de testimonios ejemplares de mártires en toda la Iglesia, en todos los países y en todas las épocas. La Iglesia, que es madre y maestra, al canonizarlos, nos los pone como ejemplos, entre otras cosas, porque son dignos de ser imitados por más que nos parezca que andamos escasos de fortaleza. También ellos andaban escasos, pero se confiaron por entero a Cristo, el rey de los mártires, el cual, dicho con palabras tomadas de la liturgia,
saca fuerza de lo débil y hace de la fragilidad su propio testimonio. Enseñar esos ejemplos es lo que hace bien, y no el ejemplo de “Silencio”, al menos a mí, que me veo tan débil, si no más, que esos apóstatas. Y si un día la persecución volviera, querría tener en mi mente ejemplos de santos mártires, hombres y mujeres, niños, jóvenes y ancianos, que han sufrido torturas contentos, con el ánimo encendido, y han muerto rebosantes de alegría mientras que los apóstatas, quedando vivos, llegan al final de su vida destilando tristeza por todos los poros de su alma. Y querría también tener a mi lado sacerdotes como San Eulogio, pastores celosos que me confortaran y me edificaran porque van delante de sus fieles en la entrega gozosa de su vida, que es lo que han hecho todos los mártires de todas las épocas, y no los antitestimonios de gentes que sucumben a una flojera como la mía.