Miércoles, 24 de abril de 2024

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El Relojero del Papa Francisco

por Creo, Señor, aumenta mi fe

El papa Francisco pronunció un discurso en la Academia de Ciencias de la Santa Sede. Se descubría un busto del P. Benedicto XVI. Un homenaje al Papa dedicado a la inteligencia de la verdad.

    Expresa el Papa su aprecio por la Academia: “En la conclusión de vuestra plenaria, queridos académicos, estoy feliz de poder expresar mi profunda estima y mi caluroso aliento para llevar adelante el progreso científico y las mejora de las condiciones de vida de la gente, especialmente de los más pobres”.

   Llama la atención que una parte importante del discurso lo dedica al papa Benedicto. Si el papa Ratzinger lo vio o escuchó, seguro que bajó la voz de la radio y cambió de canal mientras duraron los elogios. Entre otra cosa dijo el Papa: “Mientras caía el velo del busto, que los académicos quisieron colocar en la sede de la Pontificia Academia de Ciencias, como signo de reconocimiento y gratitud, una emoción gozosa se hizo presente en mi alma. Este busto de Benedicto XVI recuerda a los ojos de todos la persona y el rostro del querido Papa Ratzinger. Recuerda también su espíritu: sus enseñanzas, sus ejemplos, sus obras, su devoción a la Iglesia, su actual vida <>. Ese espíritu, lejos de disgregarse                                                        con el paso del tiempo, se presentará de generación en generación cada vez más grande y poderoso. Benedicto XVI: un gran Papa. Grande por la fuerza y penetración de su inteligencia, grande por su relevante aportación a la teología y a la filosofía, grande por su amor a la Iglesia y a los seres humanos, grande  su virtud y su religiosidad. Como vosotros bien sabéis, su amor a la verdad nos se imita a la a la teología y a la filosofía, sino que se abre a las ciencias. Su amor a la ciencia se extiende en la solicitud por os científicos, sin distinción de raza, nacionalidad, civilización, religión; solicitud por la Academia, desde que san Juan Pablo II le nombró miembro. Él supo honrar a la Academia con su presencia y con su palabra, y ha nombrado a muchos de sus miembros, comprendido el actual presidente Werner Arber.”

   El papa Francisco señala después que: “Cuando leemos en el Génesis el relato de la creación corremos el riesgo de imaginar que Dios haya sido un mago, con la varita mágica capaz de hacer todas las cosas. Pero no es así. Él creó los eres humanos y los dejó desarrollase según las leyes internas que él dio a cada uno, para  que se desarrollarse, para llegar a la propia plenitud. Él dio autonomía a los seres del universo al mismo tiempo que les aseguró su presencia continua, dando el ser a cada realidad. Y así la creación siguió su ritmo durante siglos y siglos, milenios y milenios hasta que se convirtió en lo que conocemos hoy, precisamente porque Dios no es demiurgo o un mago, sino el Creador que da el ser a todas las cosas”.

   Cuando yo era niño, organizábamos en la plaza de la Cilla distintos juegos de movimiento y corridas. A veces también nos poníamos un tanto metafísicos. Quizás cansados de tanto correr.

    Surgía la pregunta: ¿De dónde viene el huevo?  - De la gallina. -¿Y la última gallina? – De Dios.

    ¿De dónde viene el trigo? – De una semilla. ¿Y la última semilla? – De Dios.

   Parece tan sencillo… como el argumento de Santo Tomás en el proceso in infinitum. Si no hay algo, alguien que dé consistencia a todo, todo queda sin fundamento.

   Nos dice el Papa: “El inicio del mundo no es obra del caos que debe a otro su origen, sino que deriva directamente de un principio Supremo que crea por amor. El BIG-BANG, que hoy se sitúa en el origen del mundo, no contradice la intervención de un creador divino, sino que la requiere. La evolución de la naturaleza no se contrapone a la noción de creación, porque la evolución presupone la creación de los seres que evolucionan”.

   La sabiduría popular lo ha condensado en esta frase: <>.  Encontrada la partícula infinitamente pequeña, alguien la tuvo que traer al mundo. De allí puede arrancar todo.

    Respecto al hombre la maravilla es mayor: Respecto al hombre, hay un cambio y  una novedad. Cuando, en el sexto día del relato del Génesis, llega la creación del hombre, Dios da al hombre otra autonomía, una autonomía distinta a la autonomía de la naturaleza, que es la libertad. Y dice al hombre que ponga nombre a todas las cosas y que siga adelante a lo largo de la historia. Lo hace responsable de la creación, para que domine la creación, para que la desarrolle y así hasta el fin de los tiempos”.

   El científico cristiano debe eliminar los riesgos del medio ambiente y al mismo tiempo  buscar las pontencialidades ocultas en la naturaleza para el bien del hombre. Así, de alguna manera, participa del poder de Dios.

    “Pero es también verdad que la acción del hombre, cuando convierte su libertad se convierte en autonomía –que no es libertad, sino autonomía- destruye la creación y el hombre ocupa el sitio del Creador. Y este e el grave pecado contra el Dios  Creador”.

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