Viernes, 26 de abril de 2024

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Elogio del fracaso. Primera parte

por La Columna del #CoronelPakez

No se engañe: los libros de autoayuda sólo ayudan al autor. Por eso se llaman de “auto” –uno mismo- “ayuda”: me ayudo a mí mismo a ganar dinero con los incautos que lo comprarán.

Y no se engañe: la vida tiende al fracaso. De hecho, fracasa siempre porque se termina. Todo el mundo muere, incluso los autores de libros de autoyuda. Es más: se muere todo tarde o temprano. Una rosa, normalmente, muere antes que usted. Un perro también puede morirse antes que usted. Un trozo de mármol dura más, pero acaba convirtiéndose en polvo al cabo de unos cuantos milenios. Mueren las galaxias, imagínese. O sea que no se haga ilusiones, se lo repito: todo el mundo muere –y digo mundo en el sentido más amplio, más cósmico- y los autores de libros de autoayuda y los anuncios pretenden convencerle de lo contrario.

Aceptar el fracaso es aceptar no una, sino LA –con mayúscula- ley de esta vida que nos ha tocado vivir.

Nos ha tocado, sí. Ni a usted ni a mi nos pidieron permiso para nacer. Nos nacieron. Tampoco nos pedirán permiso a la hora de la muerte. Ésta llegará inexorable cuando tenga que llegar. Acéptelo también. Acéptelo de una vez. Todo el impresionante mecanismo económico-político-militar que nos envuelve –que nos exprime- se fundamente en la curiosa idea de hacernos creer que somos eternos y que viviremos aquí en este planeta para siempre y seremos felices y comeremos perdices.

No. Rotundamente no. Usted como yo –léalo en voz alta- VAMOS A MORIR. (Sí, como en las malas películas de terror cuando se acerca el asesino con una motosierra y es obvio que quiere cargarse a todo el mundo).

Cuanto antes acepte usted con cierta paz –con mucha ni lo intente: fracasará- que va a morir, antes alcanzará un grado razonable de felicidad.

Bien. Pero analicemos el párrafo que está dos más arriba que éste. Decía que a usted y a mí nos nacieron sin pedirnos permiso. Usted se da cuenta de que esto es absoluta y completamente cierto. Por lo tanto, la frase más típica de los libros de autoayuda –no sólo la frase, sino el alma entera de todo libro de autoayuda que se precie- que es aquella de “soy un hombre hecho a mi mismo” –self made man, en inglés- es falsa. Es una mentira. Los autores de libros de autoayuda y todo el sistema que nos envuelve pretenden hacernos creer que nos podemos construir a nosotros mismos en plan “bricolaje”, como si fuéramos piezas de un juego de niños (de hecho, pintan tan fácil tener éxito en la vida como un juego de niños). Han logrado convencer a muchos millones de señoras y señoritas en todo el mundo del hecho absurdo de que pueden construirse a ellas mismas eternamente a base de operaciones de cirugía estética y de cremas milagrosas. Lamento tener que ser crudo: las operaciones de cirugía estética y las cremas servirán de sabrosa comida a la enorme variedad de gusanos y gérmenes que habitan felices –ellos sí- en un cadáver que se descompone. Están exportando el invento a los hombres con notable éxito para las cremas y los gimnasios y un éxito apoteósico para pastillitas que ayudan a tener erecciones, o incluso priapismo, a señores que o bien ya no deberían tenerlas, o bien deberían tenerlas pero no con la frenética frecuencia con que las tiene un chaval de 17 años. ¿Qué hay de malo en que un abuelo tenga erecciones y, lógicamente, relaciones sexuales a los 98 años? En principio, nada, si su sistema cardiovascular se lo permite. El problema es que el abuelo en cuestión puede llegar a creer que las erecciones le durarán hasta los 349 años, y esa edad –estaremos de acuerdo- es muy difícil que llegue a cumplirla.

A las señoras de 84 años con pechos de jovencita de 23 les sucede lo mismo. No entienden que los pétalos de las rosas se marchitan y se caen y que un seno artificial es lo más parecido a una rosa de plástico. Entre otras cosas peores, huele a plástico.

Permítame una digresión. Mi mujer acaba de leer lo que llevo escrito.

 -Qué triste, qué pesimista, qué mal –dice.

-Ya, cariño. Pero es la verdad –digo.

-Vale, pero no hace ilusión leerlo –dice.

-Perfecto. Entonces este libro será un fracaso, que es lo que pretendo –digo.

Y prosigo. Naturalmente, me enciendo otro cigarrillo. Fume usted en paz. O no fume, haga lo que quiera. Si es de los que intentan dejar de fumar y no pueden, no se agobie. Como todos los fracasos de la fuerza de voluntad, es normal. El hombre o la mujer de la calle, la mayoría de nosotros, tenemos muy poca fuerza de voluntad. Es más, tenemos muy poca fuerza para hacer cualquier cosa por pequeña que sea. Usted intenta no enfadarse con sus hijos y no lo consigue. Intenta sonreír más a menudo a su mujer y no lo consigue. Intenta poner buena cara con aquel pesado de la oficina y no lo consigue. Intenta no tomarse el tercer whisky y no lo consigue, por el contrario, se toma otro y se abraza a sus amigos de mesa; y luego otro y, ya sabe, comienzan los insultos a la autoridad y al clero. Y a la mañana siguiente tiene usted que recurrir al ibuprofeno para presentarse en el trabajo con un aspecto que recuerde, aunque sea vagamente, al de un ser humano. Normal. Son pequeños fracasos. La vida está llena de pequeños fracasos. No se agobie. 

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