Jueves, 25 de abril de 2024

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En Halloween hay que ser levadura. San Juan Crisostomo

En Halloween hay que ser levadura. San Juan Crisostomo

por La divina proporción

 
Nada hay más frío que un cristiano que no se preocupe de la salvación de los demás. No puedes excusarte con la pobreza, pues aquella viuda que echó dos monedas de cobre te acusará. Y Pedro decía: No tengo plata ni oro. El mismo Pablo era tan pobre que frecuentemente pasaba hambre y carecía del alimento necesario.
 

No puedes aducir tu baja condición, pues aquéllos eran también humildes, nacidos de baja condición. Tampoco vale el afirmar que no tienes conocimientos, pues tampoco ellos los tenían. Ni te escudes detrás de tu debilidad física, pues también Timoteo era débil y sufría frecuentemente de enfermedades. Todos pueden ayudar al prójimo con tal que cumplan con lo que les corresponde. 

¿Cómo, me pregunto, puede ser cristiano el que obra de esta forma? Si el fermento mezclado con la harina no transforma toda la masa, ¿acaso se trata de un fermento genuino? Y, también, si acercando un perfume no esparce olor, ¿acaso llamaríamos a esto perfume? 

No digas: “No puedo influir en los demás”, pues si eres cristiano de verdad es imposible que no lo puedas hace. No digas que es una cosa imposible; lo contrario es imposible. No puede ocultarse la luz de los cristianos, no puede ocultarse una lámpara tan brillante. (San Juan Crisóstomo. Homilias sobre los Hechos de los Apóstoles, n° 20) 

Junto con San Juan Crisóstomo, me pregunto ¿puede ser cristiano el que obra de esta forma? Es decir, ¿Es cristiano quien se desentiende de las personas que le rodean? Los cristianos del siglo XXI tenemos muchos problemas. Uno de ellos es la relativización y subjetivización del concepto de salvación. No nos importa que otras personas se salven, porque nosotros mismo no tenemos claro de qué nos tenemos que salvar. 

Nos hemos acostumbrado a mirar con indiferencia la sociedad que nos rodea. De hecho, miramos a la Iglesia con la misma indiferencia. El buenismo nos rodea y acalla todo atisbo de pasión evangelizadora. Es muy frecuente que nuestros pastores nos repitan que lo que buscamos es ser buenos, sin definir qué es ser bueno y que no lo es. Si hay dudas, señalamos que lo importante es que  la intención sea buena. Presuponemos la buena intención en todo lo que no nos afecta y de esa forma nos cubrimos la conciencia de nuestras propias acciones. Para muchas personas ¿Puede algo más bienintencionado que la indiferencia y la ignorancia? Ambas son las que permiten tolerar lo que las demás personas hacen, dicen y piensan. También son las que nos permiten vivir una pseudo-religiosidad cómoda y flexible. ¿Se puede pedir más? 

Dice San Juan Crisóstomo que cada uno, en su medida, puede y debe influir en los demás y tiene toda la razón. Para empezar a influir, tenemos que desechar la ignorancia y la indiferencia, ya que el testimonio es antagónico a ambas. ¿Qué testimonio? El de coherencia de nuestra propia vida. También podemos influir de forma más activa, hablando y razonando con las personas que se nos cruzan. Sobre todo con aquellas que están más relacionadas con nosotros. Si acercando un perfume no esparce olor, ¿acaso llamaríamos a esto perfume? 

La evangelización tiene mucho de olor a perfume y un poco de palo entre las ruedas. Ya lo decía San Pablo: 

Te conjuro en presencia de Dios y de Cristo Jesús que ha de venir a juzgar a vivos y muertos, por su Manifestación y por su Reino: Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que, arrastrados por sus propias pasiones, se harán con un montón de maestros por el prurito de oír novedades; apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas. Tú, en cambio, pórtate en todo con prudencia, soporta los sufrimientos, realiza la función de evangelizador, desempeña a la perfección tu ministerio. (2Tm 4, 1-5) 

Pensado en el éxito de la fiesta de Halloween y el olvido de la fiesta de Todos los Santos, estas palabras de San Pablo se hacen profecía. Nos toca insistir con paciencia y humildad.

 

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