Sábado, 20 de abril de 2024

Religión en Libertad

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Asalto al purgatorio (VII): Mujer

por Juan Miguel Carrasquilla

—¡Agustín! —San Miguel saca de su meditación contemplativa a Agustín de Hipona, con una voz imperativa. —¡Te necesitan!
—¿He de ir solo?
—Sí. Recibirás la ayuda necesaria en el momento adecuado. Ya sabes cómo funciona esto.
Agustín se abandona en los brazos del poderoso arcángel, buscando fuerza y consuelo ante el envite al que es requerido como sus anteriores compañeros. Miguel lo arropa con sus brazos y lo envuelve con sus inmensas alas.
—¡Ánimo! ¡Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos!
Agustín se separa lentamente de Miguel. Reconfortado ante su destino y encomendándose al Padre, inicia su camino con paso firme, hacia el río de Gracia que purifica la pasión de la lujuria, en las almas salvadas por la misericordia divina en un último momento de arrepentimiento y esperanza. Allí se encuentran hombres y mujeres que alentados por una falsa libertad, calleron en esclavitudes afectivas y sexuales, que las llevaron al aborto, a la confusión sexual y la ceguera espiritual. Almas presas, una vez más del ambiente pemisivo, relativista e irresponsable que invita al hombre a ser como Dios, a manejar su cuerpo como una cosa, como una pertenencia más y lo único que consigue es finalmente, la soledad y el vacío.
La confusión con la que vivieron sus vidas es de nuevo recordada por los condenados, que los importunan con los manidos y ridículos argumentos.
—¡La mujer es un hombre con un cuerpo incómodo! ¡Salid de ahí! ¡Ésta es la última tiranía a la que sois sometidos por la iglesia, sus diosecillos y sus locuras. Sed libres. Sed valientes y afrontar la construción de vuestra propia vida! ¡Y debéis empezar por abandonar los viejos clichés, las viejas vergüenzas sexuales, tiranías que han convenido a los hombres para tener sometidas a las mujeres a lo largo de toda la hisoria! ¡Rebelaos y asumid vuestra identidad sexual y social!
La beligerante filósofa existencialista Simone de Beauver, vocifera sus consignas proabortistas y de exaltación del amor libre. Fue la protagonista de la revolución sexual y contracultural del famoso Mayo francés del 68, en la que cristalizaron todos los pensamientos e ideas fraguadas durante años sobre una sexualidad femenina recién descubierta... ¡como si la mujer a lo largo de veinte siglos nunca hubiera experimentado el placer en las relaciones sexuales! Pobre Simone, defensora de los derechos de la mujer, pero a través de un radicalismo que para igualar derechos, equipara sexos... ¡como si la forma de vivir la sexualidad de los hombres fuera envidiable! Pobre Simone, denfensora del aborto, porque para ella la matriz era la verdadera barrera y diferencia con el hombre... ¡como si el parir hijos fuera una condena! Pobre Simone, que fue idolatrada por sus adeptas como el paradigma de la mujer libre, emancipada y evolucionada... ¡y fue toda su vida una esclava sexual de su gran amante, el filósofo Jean Paul Sartre, cuya falta de compromiso y fidelidad, la condujo a la frustración afectiva y la dureza de corazón!
—Mira lo que habéis conseguido—Agustín ha llegado a la desembocadura del rio de Gracia donde Simone y sus adeptas incómodan a las almas, y señalando hacia abajo, hacia el mundo sensible, les advierte—mirad la sociedad que habéis creado, la confusión sexual a la que habéis llevado al género humano, con vuestros genders y feminismos y sexo a la carta. Os habéis cargado a la familia.
Las correligionarias de la francesa reaccionan y atrapan a Agustín, forcejeando con él hasta reducir... al hombre.
—La familia es un nido de perversiones. La mujer se ha puesto en pie, se ha sacudido el yugo machista y se ha emancipado—expone satisfecha la filósofa del eterno pañuelo en al cabeza.
—Lucha de sexos que provoca la frustación, incomprensión y dominación en las relaciones. La mujer no puede rechazar su maternidad, su femeneidad y su sensibilidad para identificarse con un ser tan ambicioso, lujurioso y violento como el hombre. En vez de fomentar y enseñar al mundo la belleza de ser mujer, os rebeláis contra el hombre adoptando sus flaquezas y miserias.
—¡Sin Dios, sin patrón, sin amo!—le gritan a Agustín en la cara sus captoras y Simone le desprecia:
—¿Y tú que sabrás, ridículo hombrecillo religioso?
Entre los agresivos vitores de las mujeres que le tienen sujeto, agustín logra hacerse oir:
—Yo fui un pagano intelectual y universitario, un racionalista y seductor hombre de mi tiempo. Fui en busca de la felicidad con pasión y determinación sin importarme nada más allá que yo mismo. Mis relaciones sexuales y las de las mujeres que conocí eran tan liberales en aquellos ambientes y aquellos años como en los tuyos o más. Vivía con mi amante y tuve a mi hijo, pero todo era insatisfacción y desorden en mi interior... hasta que descubrí la verdad. Cuando comprendí que Jesucristo está resucitado, las personas dejaron de ser meros títeres en mis manos según mis intereses. Comprendí la dignidad celestial de la mujer. Dejé de utilizarla como mero instrumento de satisfacción y goce personal y comprendí la belleza del amor, del sexo y del universo femenino al que vosotras renunciasteis.
—¿Renunciar? —Simone de Beauver mira despectivamente al santo—¿Qué dices? No dices nada. Palabras. Al final no buscas nada más que todos. Dominarnos y usarnos. Y eso es precisamente lo que construimos, estamos ante un nuevo orden mundial ¡La mujer al poder, basta ya de sumisiones!—Simone respira calmandose—¿Es que acaso no ha mejorado la situación de la mujer en la sociedad?
—¿Pero porqué debe ser todo de espaldas a Dios?
Simone explota:
—¡Porque sois lo peor de la historia humana, vosotros y vuestra religión cristiana machista!
Agustín cesa en su intento de dialogar, cesa en su intento de liberarse de sus opresoras… se rinde a su suerte. No hay nada más que hablar.
Pero en ese momento una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza; está encinta, y grita con los dolores del parto y con el tormento de dar a luz. Mientras las mujeres que oprimen a Agustín se quedan embelesadas con la mujer celestial, otra aparece lejos de allí. Se trata de Mónica, la santa madre de Agustín que tanto sufrió y oró por su hijo para que se dejara alcanzar por la verdad, aparece a lomos de un hermosa yegua que dirige su nieto Adeodato. Con un rápido movimiento le lanza a su hijo su bastón, el cayado de obispo que recoje al vuelo, desembarazándose de sus distraídas agresoras. Con una fuerza divina golpea el suelo con su cayado y provoca un gran abismo en la tierra, separando el río de Gracia de las violentas mujeres. Simone reacciona:
—De nada te valen estas artimañas. Nuestras voces e ideas llegarán igualmente hasta los confines del universo. Nada nos frenará.
Agustín que ha quedado al otro lado del abismo a la orilla del río, siente en su interior el rumor del miedo de las almas purificantes que le suplican. El sabio amante de Dios, comprende una vez más que no hay otra salida ante la ideología militante, más que dar la vida. Solo el sacrifico salva almas.
Agustín habla por última vez:
—Simone... hay una diferencia entre tu y yo.
La pensadora francesa calma con un gesto a sus discípulas que gritan lindezas a Agustín , y se dispone a escuchar intrigada.
—Mírale,—Agustín señala con su bastón hacia la llegua que montan su madre y su hijo, que observan la escena con preocupación—mira a mi hijo. Los cristianos siempre hemos tenido hijos y siempre los tendremos. El que no da la vida, se le pudre entre sus manos. Tu y tus teorías pasaréis, como cualquier otro sistema o moda, pero sus palabras no pasarán.
Las activistas estallan en un mar de improperios contra Agustín.
—¡Abajo toda autoridad masculina, abajo el profesor, el padre, el marido, el sacerdote. Mandémos nosotras y no nos dejemos emabaucar por retrógados y machistas!
Agustín cae defenitivamente en el cauce del río produciendo el intercambio con las almas de las atormentadas madres que abortaron y que al llegar a la frontera se encontrarán con ellos, con sus santos inocentes que las perdonarán y las acojerán en su seno... como si fueran ellos sus madres.
Las activistas feministas se calman ante la falta de objetivos y se marchan hablando entre ellas con pasión y seguridad.
—No los necesitamos para nada.
—No necesitamos a los hombres.
—No nos satisfacen, no saben nada de nosotras.
—Y nunca sabrán nada.
—Nosotras sí nos comprendemos.
Simone de Beauver marcha entre ellas, pero sin escucharlas. Gira la cabeza hacia el lugar donde ha tenido el encuentro con Agustín y reflexiona si quizás, el anticuado obispo le hubiera dicho algo importante en lo que ella no hubiera reparado, pero...
¿Qué pueden decir curas, obispos y Papas sobre las mujeres o sobre el sexo?
¡Bah! ¡Misógenos atrasados!

“Y sucedió a continuación que iba por ciudades y pueblos, proclamando y anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios; le acompañaban los Doce, y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes, Susana y otras muchas que les servían con sus bienes”
(Lc 8, 1)

 




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