Martes, 07 de mayo de 2024

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Cultura de la muerte

por Cardenal Ricardo M. Carles

Hablando del tema que ocupa mi escrito de hoy, hace tiempo me decía un profesional de la medicina: “Cuando se dice que no hay nada que hacer, es que está todo por hacer”. Se refería a los avances de la medicina paliativa.

No entro hoy en este tema, que aunque no siempre es suficientemente conocido, condiciona los planteamientos de la eutanasia.

Hace ya veinte años que el Comisión de Medio Ambiente, Salud Pública y Protección del Consumidor del Parlamento Europeo, tras algunas enmiendas, votó una proposición de resolución por 16 votos contra 11.Aunque este texto posee el valor de una recomendación y carece de fuerza de ley, tiene de grave que es la primera vez que la eutanasia se encuentra explícitamente admitida en un documento oficial emanante de una instancia europea.

Iba en contra del artículo 20 del Código de Deontología médica que estipulaba que “si un médico debe esforzarse en paliar lo sufrimientos de su paciente, no tiene en derecho de provocar deliberadamente la muerte”. El artículo 8 del documento aludido decía literalmente: “Estima (el Parlamento Europeo) que, cuando en ausencia de terapias curativas y tras el fracaso de cuidados paliativos administrados tanto desde el punto de vista psicológico como médico, correctamente, un enfermo plenamente consciente pida, de manera apremiante y continua, que se ponga fin a una existencia que para él ha perdido toda dignidad, y un consejo médico constituido al efecto constate la imposibilidad de aportar nuevos cuidados específicos, se debe satisfacer dicha demanda".

Dar un paso hacia la eutanasia activa – y sigue insistiéndose mucho en ello desde diversas instancias- supone admitir que un hombre puede decidir la muerte de otro.

La noción de dignidad de la vida, ¿dependerá solamente del enfermo o será resultado de la opinión de quienes le rodean: médicos, parientes, amigos?

Por aquella época los obispos de Francia declararon que aquello “no se trataba de un progreso sino de una grave regresión para nuestra sociedad, porque el hombre no puede provocar la muerte de un semejante; esto sobrepasa su poder".

Hay considerandos de la proposición aludida que, con un mínimo de lógica y ética, no dan derecho a dar la muerte, sino que más bien generan el deber de tratar mejor al enfermo. Es inclasificable el “considerando I”, que dice esto: “Considerando que hoy en día, la muerte en la soledad se ha convertido desgraciadamente en algo frecuente en los hospitales”.

Cuantos hemos tratado muchos enfermos sabemos de la dignidad con que muchos se han enfrentado con su enfermedad y sus dolores, y las lecciones que nos han dado de grandeza y elegancia espiritual y, por eso, consideramos radicalmente falsa la “consideración G”, que también apunta a la muerte, y que afirma que “el dolor físico es inútil y nefasto, y puede atentar contra la dignidad humana”.

Los creyentes sabemos de los valores del sufrimiento, aunque creemos que hay que luchar contra él, y no aceptamos que se diga que, para los seres que hemos conocido y amado en el dolor, éste no era sino inútil y nefasto. No ha sido esta la experiencia meramente humana y, menos, desde la fe del enfermo.
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