Viernes, 26 de abril de 2024

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He sido, al fin, cercado por el cristianismo

por Déjame pensar

En un día de primavera de 1929, exactamente el 5 de marzo, Gabriel Marcel llegó adonde deseaba y escribe: “Ya no dudo. Milagrosa felicidad. Esta mañana, por primera vez he tenido claramente la experiencia de la gracia. Estas palabras son aterradoras, pero es así. He sido, al fin, cercado por el cristianismo. Y he sido sumergido. Feliz sumersión. Es, sin duda un nacimiento. Todo es de otro modo”..

Ciertamente, la vida humana vivida “en verdad” y plenitud, es aquella que tiene conciencia de “venir de Dios”, de que se dirige a “llegar a la vista de Dios”, y que sabe que es vivida “con Dios”.

Todo ello no puede llegar a nivel de pura comprensión racional. Ese “ser con Dios” supone el encuentro con él en el centro de uno mismo, en lo íntimo, en el hondón del alma”.

No hay término medio entre tener esa presencia suya o que el alma, -sobre todo en momentos de soledad- sea el “oscuro rincón que piensa “ del poeta.

La vida que es con Dios supone una relación, una experiencia personal con él, que consiste en un encuentro con él en el que se da recibir y dar un amor fiel y magnánimo.
Hay que estar atentos a la conciencia de lo que recibimos de él, porque, a veces, tenemos más vivo lo que él pide. Y es fundamental tener la certidumbre de ser amados por Dios.

Respecto a que el amor suyo es un amor fiel, no dudamos por lo que respecta a Dios, excepto cuando le hacemos semejante a nosotros y pensamos que puede cansarse de nosotros. “Dios nos llamó a participar en la vida de su Hijo Jesucristo ¡y él es fiel!” (1 Cor.). Es nuestra fidelidad la que se agrieta muchas veces.

Schlermacher expresaba así esa totalidad de la religión: “Es el gozo y el deseo de unirse a través de todo lo finito, con lo infinito”. De que sea gozo y deseo, se sigue que no pueda detenerse ese caminar, y que la medida del amor y de la cercanía no lo dé lo ya experimentado, sino el deseo. Por eso dirá Juan de la Cruz que “Dios no se comunica al alma por el conocimiento que tiene de Dios, sino por el amor del conocimiento”.

Dos se revela, pero no se desvela. Se revela veladamente y conmueve la intimidad más profunda en su totalidad. La experiencia de Dios significa gozo, seguridad definitiva, poder salvador. Pero, a la vez, se comunica como misterio “tremendo”, que nos da experiencia de ser criaturas y del pecado, sin que, por ello, nos rechace.

Además de desear nuestro amor de respuesta a él, nos desea “correveladores de su amor”, capaces de evangelizar nuestros ambientes. Sólo con cierta intensidad de amor a él y de experiencia de relación con él podemos revelarle a los hermanos como amor y realizar en ellos los rasgos del hijo que es amado, - y lo sabe- y que ama. Y subrayo que “lo sabe”, porque ello es lo que engendra en nosotros alegría, esperanza, capacidad de ascesis y de entusiasmo.
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