Miércoles, 15 de mayo de 2024

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Un apunte sobre el origen de la vida

por Georgina Trías

Ayer tuve ocasión de asistir a una conferencia de una amiga, científica, sobre el tema de la fecundación in vitro. Imagino que los lectores, en líneas generales, conocen en qué consiste este procedimiento. El proceso en sí plantea problemas éticos de envergadura. Me centro en la reflexión sobre el origen del proceso.

La diferencia esencial entre un bebé concebido de forma natural a uno que lo hace in vitro radica en el origen. En el primer caso, todo acontece en el cálido útero de la madre, donde de millones de espermatozoides, sólo uno (y raras veces, dos o tres) consigue, por sí mismo, penetrar a través de la membrana del óvulo para fecundarlo. Una vez producido esto, comienza un proceso vertiginoso de multiplicación celular en el útero de la madre que culminará con el nacimiento de un nuevo ser humano único e irrepetible.

En el caso de la fecundacion in vitro, el médico elige el espermatozoide que va a entrar y lo introduce (a veces pinchando con una pipeta) en el óvulo que previamente se ha extraido del útero de la madre. Una vez fecundado, normalmente tras unos cuantos intentos en cuyo proceso se pierden 3 ó 4 vidas humanas (únicas e irrepetibles también), se reintroduce en el útero de la madre.

Un niño pasa de ser fruto del acto de amor de unos padres a un éxito de laboratorio.
"Hombre, los padres de bebés probeta también se quieren" me dirán. ¡Claro que sí! Tendrá el cariño de los padres a quienes no les fue dado concebirlo de forma natural, pero su origen nunca dejará de estar en un laboratorio.

Imagino que prácticamente todos los que leamos este artículo hemos sido concebidos de forma natural.  ¿Te daría igual haber sido concebido en una probeta?
De aquí unos años, habrá muchos niños, ¡muchos gemelos! que no podrán decir lo mismo. ¿Les dará lo mismo haber sido concebidos en laboratorio? ¿Se enorgullecerán de ello? ¿Les entristecerá?

La conferenciante dijo que con este procedimiento la concepción de cada ser humano pasa de ser un sublime acto de amor a un acto de técnica espectacular. Porque, sin duda, lo es. ¿Qué más goloso hay para un científico que crear vida en el laboratorio?

De nuevo aparece esencial una ética que reconozca cuáles son los valores propiamente humanos, los tenga siempre delante y no los sacrifique por otros intereses o valores que ponen en riesgo la identidad del hombre como hombre.

 

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