Aquella mañana, Beryl Otieno Ngoje, enfermera de origen keniata en la Unidad Quirúrgica de Día de la Universidad de Medicina y Odontología de Nueva Jersey (UMDNJ), en Newark, trabajaba en labores administrativas cuando se le acercó su supervisora, muy excitada.

-¡No te lo vas a creer! Lo tengo en la mano -le dijo.

-¿Qué tienes en la mano? -contestó Beryl.

-¿Quieres verlo?

-Sí -dijo, intrigada. Pero se arrepintió al instante.

En la palma de su compañera y superiora apareció un pequeño feto recién abortado.

"Me sentí como si me hubiesen golpeado con algo en el rostro", recuerda Beryl. Empezó a llorar.

-Lo siento, no sabía que reaccionarías así -balbuceó la otra, consternada.

No tardaría en desatarse una tormenta aún mayor en torno a otros bebés como el que acababa de ver, muerto.

Beryl es una de las enfermeras de la unidad especializadas en medicina de emergencia y con más de quince años de experiencia, como sus amigas Fe Esperanza Racpan Vinoya, filipina, y Lorna Mendoza, ferviente cristiana, con quienes pasa doce horas al día compartiendo todo tipo de situaciones. Les gusta su trabajo y están comprometidas con él.

"Es un trabajo noble", dice Fe: "Todo lo que haces por los pacientes les hace sentir mejor, y me satisface ayudar a los demás".

"No llegan aquí alegres y felices; llegan enfermos y heridos", añade Beryl: "Quieren alguien que esté ahí, y yo puedo aportar la diferencia, puedo ayudarles aunque sea un poco, y encuentro eso muy gratificante".

La unidad en la que trabajan ahora atiende casos de cirugía programada, como una operación de hernia, de cataratas... o, en ocasiones, un aborto.

Y no se trata de que la madre esté en peligro, aclara Beryl: "Simplemente, deciden terminar con su estado. Son personas que llegan al médico y le dicen que no quieren ese embarazo. Mayoritariamente, adolescentes de 13, 14 o 15 años, y en muchas ocasiones repiten".

"Es como un anticonceptivo", añade Fe: "A algunas las ves aquí cinco o seis veces. Siempre les digo: ´Rezo por ti, y espero que sea la última vez que te veo sometiéndote a esto´. Noto en su cara que se sienten culpables, noto la culpa en su corazón. Muchas dicen: ´Sí, es la última vez´. Pero vuelven".

Y cada vez que vuelven, le recuerdan a Fe su propia historia. Hace veinte años, recién llegada a Estados Unidos, se quedó embarazada. Acababa de pasar la rubeola y su médico le dijo que su sangre era peligrosa para el bebé. Le insistió en un aborto terapéutico. Ni ella ni su marido querían eso, pero la doctora no les ofreció alternativas ni ellos sabían, apenas aterrizados en el país, a quién acudir.

Poco después, Fe y su marido se vieron en la sala de un abortorio rodeados de adolescentes que iban a lo mismo. "Sólo nosotros llorábamos", recuerda. Poco antes de que llegase su turno, Fe llamó por teléfono a su ginecóloga para asegurarse de que no había opciones, y la ginecóloga fue terminante. Fe abortó.

"Durante mucho tiempo fui incapaz de dormir", dice: "Tardé años en aceptar que lo hecho, hecho estaba. Pedí perdón. El Señor conoce mi corazón, sabe que yo no quería que sucediese". Luego ha tenido tres niños más, pero no ha olvidado al que perdió, y por eso, cuando ve a las adolescentes llegar a su hospital para abortar, sabe "cuánto se complicarán sus vidas y cómo lo que van a hacer les perseguirá no imaginan cuánto".

Éstas son las personas que en septiembre de 2011 se encontraron con un problema imprevisto. Hasta entonces nadie las había forzado a participar en los abortos. Pero nombraron entonces una nueva supervisora... que era la única de la planta que desde el principio sí se había unido al equipo médico que los practicaba.

La mujer reunió a sus compañeras, ahora subordinadas -con capacidad para despedirlas- y les anunció que si ella practicaba abortos, no había razón para que otras no lo hiciesen. Trasladó esa petición a la dirección del hospital, y el hospital le dio la razón y convirtió esa norma en política del centro, diseñando un programa de formación abortiva para las enfermeras.

"Mientras trabajéis aquí, tendréis que hacerlo. Y si no, seréis despedidas o trasladadas", advirtió la supervisora a las doce enfermeras que protestaron. La gerencia del hospital la apoyaba, y aunque transigió en eximirlas de participar en abortos "salvo en casos de emergencia", definió la emergencia como el simple sangrado.

"Supe que perderíamos nuestro trabajo", dice Lorna, quien recuerda una ocasión en que un paciente les había pedido una cuña, y cuando se la llevaron encontraron dentro un minúsculo niño abortado. Horrorizada, acudió a la supervisora, quien se desentendió del asunto. Lorna protestó a la subdirectora de enfermeras, pero ésta la amenazó con el despido.

Así que sabían lo que les esperaba. "Nuestro empleo pendía de un hilo", dice Beryl, "pero no pensábamos ir contra lo que creíamos que Dios quería que hiciésemos. No vinimos a esta profesión para practicar abortos. Les dijimos que no íbamos a hacerlo, y que si eso significaba perder nuestros trabajos... Dios proveería".

Acudieron a su sindicato, que se negó a ayudarlas. Pasaron una carta de protesta a la firma entre las enfermeras, y se sumaron tres: ya eran quince. Se la dieron a la supervisora, y ésta al director de enfermería. Rápidamente se convocó una reunión para el día siguiente entre cada una de las firmantes, el equipo de partos, un representante sindical, la dirección y un "experto en ética".

Ese día, alguien informó al pastor Terry Smith de la situación en la que se hallaba Fe, feligresa suya. El pastor actuó con la urgencia requerida y llamó a Len Deo, presidente del Consejo de Política Familiar de Nueva Jersey, quien dijo que se ocuparía del asunto. Así que llamó a Alliance Defending Freedom, un grupo defensor de la libertad religiosa, cuyo jefe de abogados, Matt Bowman, telefoneó a su abogado en Newark, Demetrios Statis, para que se pusiese manos a la obra.

Demetrios habló con Fe y la convenció de que no debían darlo todo por perdido, porque les asistía su derecho a la objeción de conciencia. Es más, se ofreció a participar en la reunión del día siguiente como representante de todas ellas.

"¿Es una trampa?", le preguntó Fe, desconfiada.

Pero no era una trampa. A la mañana siguiente ella presentó a Demetrios y Matt a las demás. Doce aceptaron que hablaran en su nombre, tres prefirieron defenderse a sí mismas.

"Fueron como enviados de Dios", dice Beryl, "nos dispararon la moral".

Cuando llegó el momento de la reunión, el gerente se encontró con que no tenía enfrente sólo un grupo de mujeres valientes dispuestas a perder su trabajo, sino dos abogados con colmillo retorcido dispuestos a que lo conservaran. El staff directivo del hospital tuvo un aparte que duró unos minutos, pasados los cuales salió la supervisora para decirles que la reunión se cancelaba.

Pero Statis y Bowman no se fueron de allí sin decirle a los gerentes del centro, primero de viva voz y luego por escrito, que su política de forzar a las enfermeras a participar en abortos violaba tanto las leyes estatales como las federales y el derecho de sus defendidas a la objeción de conciencia, y que se estaban jugando no sólo una demanda, sino 60 millones de dólares de subvenciones nacionales.

Durante las semanas siguientes, el ambiente que sufrieron en el hospital tras su victoria estuvo muy enrarecido. "Era espantoso", dice Beryl: "Rezamos mucho. Veníamos a trabajar y al salir del ascensor sólo pedíamos a Dios que todo fuese bien durante el día. Era muy desagradable". Las doce se apoyaron mucho mutuamente, y les daba fuerzas una idea: "Dios es más fuerte que esto".

El hospital volvió a la carga. Amenazó con contratar enfermeras dispuestas a practicar abortos. Como entonces sobraría trabajo... podría despedir a las doce resistentes alegando reestructuración laboral y sin que pudiesen alegar que se les forzaba a actuar contra su conciencia.

Al final, la resolución fue judicial, y el juez les dio la razón a las doce heroínas de Newark, que consiguieron todo lo que habían pedido, incluso no participar en el cursillo de formación abortiva.

"Lloré al saberlo, estaba muy agradecida", afirma Lorna. Como Fe, quien dice que antes pensaba que las oraciones no eran escuchadas: "Pero Dios actuó poniendo en nuestro camino a las personas que podían ayudarnos". Y Beryl concluye resumiendo el espíritu que las animó: "Si vas contra aquello que crees, ¿en qué te conviertes? ¿Qué te queda?".

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