La Plaza de San Pedro estaba a rebosar y bañaba Roma un sol espléndido al que el Papa hizo referencia al saludar a los fieles congregados este domingo.

Y si muchos de ellos esperaban que se pronunciase por el nuevo escándalo de filtración de documentos, conocido ya como Vatileaks 2, se vieron satisfechos.



Tras el comentario del Evangelio del día y el rezo del Angelus, Francisco volvió a tomar la palabra y habló con determinación: "Sé que muchos de vosotros estáis preocupados por las noticias que han circulado en los últimos dias sobre los documentos confidenciales de la Santa Sede que han sido robados y publicados".

Siguió con energía: "Por esto quisiera deciros ante todo que robar esos documentos es un delito, es un acto deplorable, que no ayuda", dijo recalcando esas palabras.

Y explicó por qué: "Yo mismo había pedido que se hiciese ese estudio, y esos documentos mis colaboradores y yo ya los conocíamos muy bien, y se han tomado medidas que han comenzado a dar frutos, algunos visibles".

En ese momento la gente ovacionó al Papa, quien aprovechó para invocar precisamente ese apoyo: "Por tanto quiero aseguraros que este triste hecho no me distrae, ciertamente, de la tarea de reforma que estamos llevando a cabo [aquí la ovación arreció] con mis colaboradores y con el apoyo de todos vosotros". Nueva ovación.

"Sí, con el apoyo de toda la Iglesia, porque la Iglesia se renueva con la oración y con la santidad cotidiana de cada bautizado. Por eso os doy las gracias y os pido que sigáis rezando por el Papa y por la Iglesia sin dejaros preocupar sino yendo adelante con confianza y con esperanza", concluyó entre nuevos aplausos y con un "¡Viva el Papa!" que resonó en la plaza.

Antes de eso, Francisco comentó el Evangelio de este domingo, Mc 12, 38-44, el episodio en el que Jesús pone como ejemplo a los discípulos la viuda pobre que ofrece al templo todo lo que tiene.

"El pasaje del Evangelio de este domingo se compone de dos partes, una en la que se describe cómo no tienen que ser los seguidores de Cristo, la otra que propone un ideal ejemplar de cristiano", dijo.


Este domingo había en la Plaza de San Pedro un grupo de religiosas españolas Hijas de Santa María del Corazón de Jesús, la pujante congregación de la Madre Velarde.

Respecto a "la primera, lo que no tenemos que hacer", explicó que "Jesús critica a los escribas, maestros de la ley, tres defectos que se manifiestan en su estilo de vida: soberbia, avidez e hipocresía": "Bajo apariencias solemnes se esconden falsedad e injusticia", dijo.

"También hoy existe el riesgo de asumir estas actitudes", continuó el Papa: "Por ejemplo, cuando se separa la oración de la justicia, porque no se puede dar culto a Dios y causar daño a los pobres. O cuando se dice que se ama a Dios y en cambio se antepone a Él la propia vanagloria, el propio beneficio".

Por contra, está el modelo de la viuda pobre que, "con discreción y humildad, dio todo lo que tenía para vivir". ¿Cómo es que actúa así? "Por su extrema pobreza", responde Francisco, "podría haber ofrecido una sola moneda para el templo y guardarse la otra para sí. Pero ella no quiere ir a medias con Dios, se priva de todo: en su pobreza, ha comprendido que, teniendo a Dios, lo tiene todo. Se siente amada totalmente por Él y a su vez le ama totalmente. ¡Qué bello ejemplo el de esta viejecita!".


"También Jesús nos dice hoy", continuó, "que el criterio de juicio no es la cantidad sino la plenitud. Hay una diferencia entre cantidad y plenitud. Puedes tener mucho dinero pero estar vacío, no hay plenitud en tu corazón".

"¡Pensad esta semana en diferencia que hay entre candidad y plenitud!", propuso: "No es cuestión de la cartera, sino del corazón... Amar a Dios con todo el corazón significa confiar en Él, de su Providencia, y servirlo en los hermanos más pobres sin esperar nada a cambio".


"Me permito contaros una anécdota que sucedió en mi diócesis anterior", dijo a continuación. Y contó la historia de  una madre que se encontraba comiendo en la mesa con sus tres hijos cuando llamó a la puerta un mendigo pidiendo algo de comer. La mujer, "una buena cristiana", preguntó a los niños qué hacer y estuvieron de acuerdo en darle algo. Entonces ella cogió los filetes que estaban comiendo cada uno, los partió por la mitad y se los dió al pobre, entre las protestas de los niños, que le decían que cogiese algo de la nevera.

"Los niños aprendieron", explicó, "que la verdadera caridad se da, no de lo que nos sobra, sino de lo que nos es necesario. Estoy seguro de que aquella tarde pasaron un poco de hambre... pero así se hace. Ante las necesidades del prójimo estamos llamados a privarnos de algo, de algo indispensable, no sólo de lo superfluo. Estamos llamados a dar de foma inmediata e incondicional nuestro talento, no después de haberlo utilizado para nuestros fines... Pidamos el don de un corazón pobre pero rico en una generosidad gozosa y gratuita", terminó.