El Papa Francisco ha recibido este sábado en audiencia a los seminaristas de Burgos encabezados por su arzobispo, Mario Iceta, a los que ha invitado a llevar el Evangelio por toda la España vaciada, a la que se refirió en varias ocasiones.

Una tierra, la de Burgos, que el Papa conoce bien y en la que estuvo en su juventud, tal y como ha comentado a los seminaristas. “Me viene aquello tan lindo del Mío Cid cuando habla de Burgos: “Mío Cid Ruy Díaz por Burgos entróse, en su compañía sesenta pendones, salíanlo a ver mujeres y varones; burgueses y burguesas están en los balcones”. Esto siempre me viene cuando hablo de Burgos. Y estuve allí, estuve visitando en el año 70 al Arzobispo de entonces, que era pariente de un tío político mío. Así que recuerdo bien Burgos”, dijo Francisco.

Por otro lado, dijo sentirse muy alegre de poder recibir a los seminaristas que se forman en Burgos, especialmente por dos cosas: “La primera, un mosaico de razas, culturas, edades que se han encontrado para responder juntos a la llamada de Jesús al sacerdocio ministerial. La segunda, el hecho de que se estén formando en un lugar del mundo que tal vez para muchos fuese impensable; una tierra rica de historia y tradición, de gentes recias ‘por el clima y las costumbres’, pero que ahora ustedes definen como ‘la España vaciada’”.

De este modo, les recordó el pasaje de San Lucas en el que Jesús envía a sus discípulos a donde pensaba ir Él. Este es -dijo el Papa- “un buen criterio de discernimiento y de examen, pues lo podemos traducir a nuestra realidad, con unas simples palabras: ‘Jesús me quiere en esta tierra vaciada para llenarla de Dios’, es decir, para que lo haga presente entre mis hermanos, para que construya comunidad, construya Iglesia, Pueblo”.

Todo esto sólo se puede realizar -agregó Francisco- siendo un “grupo heterogéneo que sabe de acogida y de enriquecimiento mutuo”, pues “sin caridad a Dios y a los hermanos” no se puede llevar a Dios.

Por otro, lado el Santo Padre le exhortó a “manifestar al Señor una disponibilidad absoluta, ‘rogándole’ que nos ‘envíe’ a nosotros, aunque parezcamos poco ante un trabajo —la mies— tan grande. Y esto es muy importante. Y después la actitud de abandono y confianza, que el vacío sólo se haga en nuestro corazón para acoger a Dios y al hermano. Esta sería la tercera cosa. Desprendiéndonos de las falsas seguridades humanas”.

Para concluir, el Papa insistió en que “tener a Dios en nosotros nos llena de paz, una paz que podemos comunicar, que podemos llevar a todos los pueblos y ciudades, desear para cada hogar. De ese modo llenarán con su luz los campos que ahora parecen yermos, fecundándolos de esperanza”.