Detrás de los libros Avaricia y Vía Crucis no hay ningún complot curial contra Francisco. Así como tampoco ninguna oposición entre "lo viejo" y "lo nuevo": si la hipótesis acusatoria se confirma, los dos "topos" (o "cuervos") que filtraron los documentos a los dos autores fueron nombrados por el nuevo Papa como miembros de la comisión para la reforma económico-administrativa de la Santa Sede (la COSEA).

Leyendo ambos libros, con páginas de documentos, cifras, declaraciones, grabaciones de audio, uno no encuentra datos clamorosos. Mucho de ese material, de hecho, ya ha sido publicado. Sobre el escándalo de las casas de Propaganda Fide o de la APSA (Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica) cedidas a los vip que buscan departamentos a buen precio ya habían salido cientos de artículos bien documentados. Lo mismo se puede decir sobre las cuentas sospechosas del IOR. Incluso los gastos del cardenal George Pell y de sus empleados habían sido publicados por el periódico italiano L’Espresso.

Entre las novedades están, ciertamente, las palabras que pronunció el Papa en la reunión a puerta cerrada con los purpurados que se ocupan de cuestiones económicas y los diálogos que algunos los cardenales sostuvieron antes del anuncio de la creación de un nuevo dicasterio económico centralizado en la Santa Sede. Se trata de grabaciones obtenidas sin que los presentes lo supieran. Pero leyendo estas transcripciones no se tiene la idea de una guerra abierta, sino, por el contrario, se aprecia la determinación de Francisco para llegar a la transparencia sobre las cuentas, sobre la gestión de las contrataciones y sobre los costos.


En cambio, lo que es completamente nuevo es la noticia de la caja fuerte en la que se conservaban los documentos de la COSEA, que fue saqueada. ¿Quién y por qué habría violado ese y otros dispositivos de seguridad, robando pocos cientos de euros?

Los libros también añaden un triste detalle sobre las ya conocidas polémicas relacionadas con el departamento del cardenal Tarcisio Bertone: no se sabía, efectivamente, que doscientos mil euros de la fundación para los niños enfermos del Hospital Bambin Gesù hubieran sido utilizados con ese destino. Pero, también aquí, se podía escribir algún renglón más para explicar que el manager bertoniano, Giuseppe Profiti, y que todo el Consejo de Administración del Hospital fueron sustituidos en enero de 2015 por el nuevo Secretario de Estado Pietro Parolin. También son completamente nuevas las cifras relacionadas sobre el destino del Óbolo de San Pedro, usado en parte para iniciativas de caridad y en parte para rellenar huecos en el balance de la Santa Sede.


Lo que más sorprende es más bien el panorama general: los dos libros presentan los resultados de la mayor y más minuciosa investigación sobre las cuentas vaticanas que se haya hecho. Pero quien la llevó a cabo fue el mismo Vaticano, encomendándose a asesores externos y ajenos: la investigación para saber cuánto dinero hay y cómo se gasta; cuántos inmuebles hay, cuánto valen realmente y cómo son administrados; qué papel tienen las fundaciones y cómo administran sus gastos; el monitoreo minucioso de todas las cuentas del IOR, que concluyó con la clausura de cientos de ellas…

Todo esto salió a la luz por primera vez por voluntad de Papa Francisco
, gracias a las dos comisiones referentes y a los asesores internacionales que, evidentemente, hicieron un buen trabajo. Y permitieron que se comenzara a concretar la reforma. Claro, no sin discusiones, fricciones, contraposiciones, dificultades y obstáculos. Como los que al principio se dieron entre la comisión de la COSEA y las oficinas de la Secretaría de Estado con respecto al destino del Óbolo de San Pedro, pero que después habrían sido superados.


El panorama que surge al leer estos dos libros (y los datos más nuevos) se refiere a los primeros meses del Pontificado de Bergoglio, pero al ir leyendo los documentos se pierden de vista los contextos y sobre todo lo que está sucediendo en el presente. Existen todavía muchos casos de mala administración, todo un ecosistema de privilegios y privilegiados. Existen tensiones entre la nueva Secretaría para la Economía y otros entes como la APSA. Pero se ha recorrido mucho camino desde los tiempos de Roberto Calvi y Michele Sindona, desde los tiempos de la quiebra Ambrosiana y de las cuentas del IOR utilizadas para maxi-sobornos o reciclar dinero sucio.

Benedicto XVI comenzó la estación de la renovación y del adaptarse a los estándares internacionales, para abrir el pequeño mundo vaticano y sus institutos, que a veces eran utilizados como bancos offshore.

Su sucesor quiso proseguir la obra interrumpida con una determinación férrea. Se ha hecho mucho durante estos primeros años de Pontificado. Todavía hay mucho que hacer, por ejemplo en relación con la APSA y la administración de los inmuebles.

Francesco Peloso, en su bien documentado libro El banco del Papa, muy útil para comprender el escenario de todos estos hechos, escribió que todo lo que está sucediendo es "la narración de un cambio de época en el cual el papado ha aceptado y asumido las reglas de la globalización financiera", como el "anti-reciclaje". El desafío que Papa Francisco trata de plantear "a su misma Iglesia -se lee en el libro de Peloso- es el de una estructura económica que, a pesar de no renunciar a una relación directa con los mercados financieros globales, produzca círculos de redistribución virtuosa en su interior para entregas recursos principalmente a las misiones evangelizadoras en las diferentes formas en las que se encarna en las diferentes partes del mundo, privilegiando, de preferencia, a las más necesitadas". Un desafío del que todavía no se puede cantar victoria.