El deporte es un elemento central en la sociedad de hoy. Está en todos los ámbitos, tanto educativo como de entretenimiento, por lo que tiene un carácter educativo indudable con el que transmitir una serie de virtudes y valores. En el lado contrario se encuentra el mal ejemplo de algunos deportistas de élite que dan una imagen en la que sólo importa la fama, el dinero y el poder.

Por ello, la Iglesia siempre ha fomentado el deporte y a día de hoy le da una gran importancia en su labor evangelizadora. Así, por ejemplo, en la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española, se ha dado autorización para que la Comisión Episcopal para la Educación y la Cultura encargue al sacerdote de la Archidiócesis de Barcelona Carlos Ballbé Sala la coordinación de la nueva Pastoral del Deporte.

Precisamente, este sacerdote puede aportar mucho en esta pastoral puesto que antes de ser sacerdote fue un deportista de élite participando incluso en los Juegos Olímpicos de Londres 2012, donde obtuvo la sexta posición con la selección española de hockey, siendo él ya mismo seminarista.

Una vida transformada en Medjugorje

Su historia está muy relacionada con Medjugorje, cuya primera supuesta aparición, sucedió justo este jueves hace 40 años.

Litus, como es conocido por sus amigos, nació en el seno de una familia católica y, bien temprano, a la edad de cinco años, comenzó a desarrollar la afición al hockey hierba, deporte muy asentado en Tarrasa y que en su casa ya habían practicado tres generaciones.

Despuntó pronto pese a haber sufrido asma, llegó a jugar en el club más importante de España y de los más punteros de Europa. Mientras triunfaba en el deporte del stick crecía también en otros terrenos como el de las fiestas, las chicas y los amigos más de noche que de día. Sin ser algo escandaloso, no era precisamente el prototipo de chico formal. Triunfador, deportista, buen estudiante, juerguista.

Sin embargo, cuando ya todo estaba hecho para firmar por un potente equipo alemán, el campeón de Europa, y con un contrato formidable encima de la mesa, una peregrinación a Medjugorje cambió los planes para siempre.

Un pacto con Dios

Todo sucedió como cuenta el propio Litus: “La cosa es que mi padre se estaba leyendo un libro sobre Medjugorje, un pequeño pueblo de Bosnia al que peregrinan miles de personas de todo el mundo. Él me propuso ir y a mí no me atrajo para nada la idea. Aquel verano de 2005 jugamos el Mundial Sub’21 y empezamos muy mal la competición. Iba tan mal que un domingo fui a Misa y le ofrecí un pacto a Dios: le dije que si Él arreglaba ese Mundial, yo iría a Medjugorje con mi padre. Y así fue. Hicimos historia. Nunca antes una Sub 21 había hecho medalla y nosotros quedamos terceros. De modo que al volver me marché con mi padre y con mi hermano a Medjugorje”.

Su experiencia de Medjugorje le dio la vuelta a la forma de vivir su fe, hasta entonces vivida de una forma muy tradicional y superficial, como él mismo cuenta: “Yo ya creía en Dios y en la Virgen, y en todo eso, pero Medjugorje va más allá. En ese viaje tomé conciencia de la importancia que tiene el hecho de que Dios existe, porque hasta entonces yo vivía creyendo en Dios, pero como si no fuese conmigo. En Medjugorje no. Allí te das cuenta de que Dios es algo más que un ideal, de que está contigo, de que eres hijo suyo y que está ahí para todo, aunque tú no estés para nada. No sé cómo decirlo, pero le empecé a tomar en serio”.

Su conversión no fue de la noche a la mañana, porque nada más volver Litus reconoce que volvió a “hacer el ‘capullo’, a salir de fiesta, chicas, derrochar dinero, estar todo el día de amiguetes y nada de rezar… antes de Medjugorje era así y yo no le daba importancia. Pero a partir de ese viaje, a la vuelta, yo notaba algo dentro de mí que me decía: “Litus, eres libre y puedes hacer lo que quieras, pero así no eres feliz”.

Litus volvió a Medjugorje en el verano de 2006, después de haber ganado una liga más y seguir creciendo en el Hockey. Después de ese viaje, Litus ya empezó a vivir las conocidas cinco piedras de Medjugorje, rezando el rosario todos los días y frecuentando los Sacramentos, y resultó que aquel año fue su mejor año como jugador, tanto que el mejor equipo de Europa, un conjunto alemán, le hizo una oferta.

"Me ofrecí a Dios"

Litus tenía ante sí el primero de sus dos sueños a punto de ser cumplido. “Además había empezado a trabajar hacía poco en una empresa y se puede decir que en ese momento yo tenía todo, me podía sentir pleno y realizado. Fue justo en ese momento, cuando yo estaba en la cresta de la ola, cuando empecé a recibir algún mensaje sutil sobre el plan que Dios tenía para mí: ser sacerdote”, aunque aún Litus no lo veía de forma suficientemente clara como para dar el paso siguiente.

De ese modo llegó el verano 2007. Con el equipo alemán había llegado a un acuerdo para que le esperaran un año, y ese verano anterior a los Juegos de Pekín, era el verano de las decisiones. Sobre la mesa estaba tanto el marcharse a Alemania como el prepararse para los Juegos, y en una semana de descanso Litus decidió hacer algo impensable: “Me ofrecí a Dios”.

Pocos días después de ese ofrecimiento, Litus marchó por tercera vez a Medjugorje, su viaje más difícil: “Llegué un sábado y por la noche fui a la adoración. Aquella adoración es increíble. La explanada estaba llena de gente, pero se estaba a gusto. Expusieron al Señor y le dije: “No sé qué pasa, están pasando cosas muy raras. Yo quiero jugar limpio contigo, así que aquí me tienes, haz lo que quieras”. Ese viaje fue el cambio radical en mi vida. En todo. Lo pasé mal, muy mal, pero empecé a rezar con calma, a meterme en Dios. Yo solo le puse una condición: “Déjame cumplir mi sueño”.

Tras aquel viaje, Litus decidió entrar al seminario. Parecía que su sueño de jugar los Juegos Olímpicos se quedaba por el camino. De hecho, en 2008, Litus vio como sus antiguos compañeros ganaban una plata histórica cuando él ya estaba enfrascado con libros de Teología. Pero aunque en Londres no pudo ganar una medalla sí pudo participar y quedar en sexto lugar. Y lo hizo siendo ya seminarista.