Gianni Schido es un joven seminarista del Instituto de los Siervos del Inmaculado Corazón de María que tras años de lucha, de ingresar en el seminario, de dejarlo e iniciar una nueva vida quejándose ante Dios finalmente en Fátima el Señor lo convenció de que lo quería para él.

Ahora en este nuevo instituto se prepara para ser religioso y en esta historia le ha tocado ahora sufrir el coronavirus, al haberse contagiado al igual que otros compañeros. La enfermedad, la cuarentena y el sufrimiento que está provocando por todo el mundo es una nueva lección en su vida y le ha hecho recordar todo lo que Dios ha ido haciendo en él. “La soledad me llevó a reflexionar mucho sobre cómo la prisa de las cosas por hacer me llevó a descuidar lo esencial, la belleza de hacer todo por el amor de Dios y conocerlo y darlo a conocer; y a volver a pensar en mi vida y en cómo Él la visitó”, cuenta este joven.

Estudiante en la Universidad de la Santa Cruz de Roma, Gianni está becado por CARF (Centro Académico Romano Fundación), y aunque ahora no puede ir presencialmente a clase, la pandemia le está haciendo experimentar unos acontecimientos que le serán de gran utilidad en su vida religiosa.  En esta entrevista con Gerardo Ferrara para CARF habla de su pasado, de su vivencia del coronavirus y de su vocación actual:

-¿Podrías desvelarnos cuál es la frase que sea como el leitmotiv de tu vida…?

-Sí, es ¡Anúnciales que el Señor ha tenido misericordia de ti!

-Algo que, pues, resuena en tu vida ahora más que nunca.

-Sí, y no solamente por lo que soy hoy en día, es decir un hermano religioso de votos temporales en el Instituto de los Siervos del Inmaculado Corazón de María – parece muy complicado, pero no lo es en absoluto – sino por la historia general de mi vida, a partir de mi niñez y hasta ahora que padezco Coronavirus. ¿Qué tiene que ver el coronavirus y Dios?

 

-Y ¿cómo explicas tu frase: «El Señor ha tenido misericordia de ti», con esta enfermedad que te ha afectado tanto a ti como a tu comunidad y a miles de personas en el mundo?

-En la vida, la mayoría de las situaciones no se pueden prever, como por ejemplo, este virus mortal que ha afectado a tantas personas. Varios miembros de mi comunidad son positivos. Gracias a Dios, entre nosotros, el estado de la enfermedad es leve y, otros como yo, somos asintomáticos. A pesar de ello, estamos obligados a una cuarentena y aislamiento estricto para evitar infectar a otros miembros de la comunidad, especialmente a los mayores. Algunos cofrades míos que no tienen Covid-19, se están comprometiendo con gran generosidad en servirnos. A pesar de las molestias que conlleva el aislamiento, este tiempo está demostrando ser un momento de Gracia. El coronavirus me ha unido a Dios.

-¿Por qué crees que es un momento de Gracia?

- En primer lugar, creo que es la forma en que el Señor nos ha pedido que ofrezcamos un sacrificio para estar cerca de muchas personas que mueren solas, alejadas de sus seres queridos y de los sacramentos. El coronavirus permite profundizar en la relación con Dios. La soledad me ha llevado a reflexionar mucho sobre cómo la prisa de la vida me llevó a descuidar lo esencial, la belleza de realizar todo por amor de Dios, conocerlo con más profundidad y darlo a conocer.

La soledad me ha proporcionado volver a pensar en mi vida y la acción de Dios en ella. Sí, estoy teniendo mucho tiempo para recordar los momentos importantes con el Señor.  Dios actúa así frente al coronavirus.  Además, creo que también es importante aprovechar los medios tecnológicos para mantenernos cerca de todas las personas que conocemos y que sabemos que están experimentando el peso de la soledad o una situación de enfermedad, mostrándoles nuestra cercanía a pesar de la distancia, con esos medios pero sobre todo a través de la oración y ofreciendo sacrificios.

-Interesante… Como ver una película…

-¡Sí! Y una película donde los protagonistas somos el Señor y yo… Bueno, Él más que yo, puesto que es el Señor el héroe que ha logrado tanto en mi vida. Y cada vez recuerdo con mucha claridad esas palabras que Jesús pronunció después de la liberación del hombre poseído en la tierra de los Gerasenes: “Vete a casa con los tuyos y anúnciales lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido misericordia de ti” (Marcos 5, 19).

-¿Y qué ha hecho el Señor contigo?

-Pues, muchas cosas, aunque mi vida es la vida ordinaria de la mayoría de los chicos del sur de Italia, en particular de la provincia de Lecce, en Apulia, una tierra maravillosa con unas playas que se conocen como las Maldivas de Italia: iba a la playa, justamente, estudiaba, jugaba a fútbol y frecuentaba la iglesia parroquial dedicada a Nuestra Señora del Rosario. Sin embargo, como muchos jóvenes, iba a la iglesia solo por costumbre, sin tener consciencia real de los sacramentos, sino nada más para cumplir la tarea de ir a misa en las fiestas. 

-Algo muy común en Italia, donde todo el mundo es católico por cultura y costumbre…

-Claro, pero muy pocos se plantean lo que es tener a Jesús en su vida. Yo empecé a planteármelo con los 13 años, cuando comencé a frecuentar a una comunidad religiosa cerca de mi pueblo, una comunidad del Instituto del cual ahora soy miembro. Bueno, resulta que esta comunidad estaba muy preocupada por acercar a los jóvenes al Señor a través de jornadas muy divertidas, llenas de juegos y alegría, pero también acompañadas de la Santa Misa o de algunos momentos de oración. Y pues, comencé a participar en estas reuniones donde solía pasármelo muy bien, y tengo que decir que lo que más me ganó fue ver la alegría de los seminaristas que se encontraban el seminario menor allí y animaban estos días. Y de allí empecé a frecuentar campings y, sobre todo, a reanudar la vida cristiana y los sacramentos. También sentí el gran deseo de ser feliz como ellos, pero ni pensé en ser religioso o sacerdote: esto nunca me lo había planteado.

-O sea que ¿algo, o mejor, Alguien te llamó la atención cuando ni te lo esperabas? 

-¡Así es! Y fue a través de un sacerdote que me invitó al sacramento de la confesión, un sacramento que no había recibido en mucho tiempo. Al final de la confesión, ese sacerdote, tal vez inspirado por el Señor, me preguntó si quería tener una experiencia del seminario. A decir verdad, en ese momento ni sabía lo que era el seminario, solo sabía que allí vivían esos tipos que me habían impactado tanto por su alegría, e inmediatamente, sin entender la razón, e incluso ahora no puedo explicar la inmediatez de esa respuesta, le dije que sí, que quería probar. 

-…y empezó tu historia con el Señor.

-Una historia de amor y de luz, pero también un recorrido donde hay que pasar por muchas tinieblas, como lo diría San Juan de la Cruz. Resulta, pues, que, después de un período de prueba, con el tiempo sentí cada vez más cómo la vida con Él era básicamente lo que quería, pero sobre todo lo que el Señor quería de mí. Sin embargo, la gracia más grande de mi vida no fue ingresar al seminario sino regresar a los brazos del padre después de escaparme de Él. El tiempo pasó y mi viaje continuó hacia el noviciado: ya habían pasado diez años, pero desafortunadamente mi relación con Dios se había convertido cada vez más en una relación formal: estaba haciendo todo lo que había que hacer, pero no por amor a Dios sino para poder sentirme justo frente a Él, para merecer su amor.

-Lo que nos pasa a muchos, como en la parábola del hijo pródigo: pasar de ser el hijo menor que regresa a la casa de su padre a sentirnos como el hijo mayor.

-Sí, así es: básicamente, era como si, en mi mente, supiera bien que Dios me amaba, pero en realidad era como si lo considerara más un juez, o un maestro, o un amo con sus siervos. Había una idea, un pensamiento muy fuerte, a lo mejor no completamente consciente, pero profundamente enraizado en mi, de que si no hubiese sido perfecto, Dios no me habría dado su amor, como si el nos amara solamente si somos justos y perfectos. Esta forma de hacer estaba tomando raíces cada vez más profundas en mí, tanto que se convirtió en una carga cada día más insoportable. Todo se había vuelto insoportable:  actuaba como si quisiera salvarme con mis obras correctas, y lo consecuente fue que, después de comenzar el noviciado, también por consejo de los formadores, decidí volver a casa. No hace falta decir cuán grande fue mi decepción con Dios, junto con una gran ira. Le dije a Dios: “Te he servido durante muchos años, siempre he hecho lo que querías y por ti he sacrificado los mejores años de mi vida y me tratas así, dejándome decepcionado e infeliz. Y ¿sabes qué? Hasta ahora lo has decidido tú, ¡a partir de ahora yo lo decidiré!”.

-Volviste a ser el hijo menor…

-Sí, exactamente. Empecé a vivir haciendo mis proyectos, a trabajar con mi padre y a planear mi vida futura: quería comenzar a estudiar para ser profesor de letras, encontrar una chica, divertirme con mis amigos. La decepción y la ira eran tan fuertes que ya no tenía la menor intención de pensar en la vida religiosa o sacerdotal. En esa época conocí a varios amigos, empecé a dedicarme a diversas actividades, pero ahora me doy cuenta de que todo estaba realmente animado por un gran egoísmo. Después de todo, quería cerrar un vacío que llevaba por dentro y los demás tan solo eran una forma de hacerlo, de no pensar en aquel vacío, de distraerme. Y aquí llegamos a las mayores gracias que he recibido y que realmente me han demostrado quién es Dios y cómo nos ama.

-¿Qué pasó?

-Dios se sirvió una vez más de unos buenos instrumentos en sus manos: dos sacerdotes, en particular. A ellos les debo mi vocación e incluso hoy les agradezco mucho: son el padre Andrea Berti icms y un santo sacerdote que falleció hace casi dos años. El padre Andrea me invitó a pasar unos días en una de nuestras comunidades en Fátima, para que Nuestra Señora pudiera ayudarme. Obviamente, no estaba interesado en absoluto en hacer una peregrinación, pero el Señor sabía cómo aprovechar mi orgullo. De hecho, fui para mostrarle a Dios que hasta entonces yo me había portado bien con Él, yo había sido justo, y que en realidad era Él quien estaba equivocado conmigo. Lo que pasó es que, a pesar de que yo quisiera con todo corazón irme de allí lo antes posible y volver a mi casa y a mi vida, por algunas circunstancias no pude partir, ¡y me quedé allí tres meses! 

-¿Y eso?

-No sé qué decir, incluso ahora mi decisión de quedarme allí me parece absurda. Lo que pasó es que necesitaban a alguien para trabajar en una tienda de objetos religiosos en Fátima y el padre Andrea pensó en mí. Creo que fue algo inspirado por Dios, sobre todo porque no sabía nada de portugués y además ya estaba con las maletas hechas para volver a mi casa y reanudar mis estudios. Pero acepté y así, en ese tiempo, sin que me diera cuenta, recuperé la confianza en Dios. Si pienso en lo bueno que es Él y en lo malo que era yo… Estaba convencido de que el Señor era falso y sádico porque prometía felicidad, pero en realidad estaba feliz de vernos sufrir. En el tiempo que pasé en Fátima, también redescubrí la belleza de dedicarme a ayudar a otros, y me acerqué a la oración. Todo, todo lo que hizo Dios conmigo fue bueno y experimenté cómo el amor de Dios es completamente libre e inmerecido. Pero lo más sorprendente es que todo sucedió mientras no solamente le trataba a Él con frialdad e indiferencia, sino también a aquellos que Él había mandado a mi vida para demostrarme su amor, es decir a los dos sacerdotes a quienes ya he mencionado, quienes fueron de verdad unos ángeles enviados por el Señor.

-¿Qué es lo que más te impresionó de ellos?

-Lo que en ellos vi: una cercanía paterna que no tenía otra intención que ayudarme. Rezaron y se sacrificaron por mí, estuvieron constantemente cerca de mí, a menudo venían a visitarme, y también me ofrecían ayuda financiera para poder emprender los estudios que quería comenzar… Y no lo hicieron por un interés personal o de la congregación, para volviera al seminario o hiciera no sé que… No, lo hicieron por mí, nunca se cansaron de mí y nunca me abandonaron. También hay que decir que esto fue acompañado por las oraciones de muchas personas que estaban alrededor de mí. 

-¿Y cuándo fue que decidiste reanudar la vida en el seminario?

-Justamente después de volver de Fátima, y en el momento en que tomé esta decisión, experimenté una gran paz y una gran gratitud por el hecho de descubrir que yo no merecía el amor de Dios y que todo lo que yo merecía era que Él me dejara a la vida que yo mismo había elegido para mí: una vida egoísta que seguramente me llevaría a tratar de llenar el vacío que tenía lejos de Dios y en el pecado. 

-¿Los sacerdotes que mencionaste eran miembros de tu Instituto religioso?

-Sí, y gracias a ellos pude reflexionar mucho sobre el carisma del Instituto mismo, que es el de los Siervos del Inmaculado Corazón de María. Es un instituto misionero de derecho diocesano de la diócesis de Roma. Nuestra espiritualidad se basa directamente en la espiritualidad de Fátima, caracterizada, por supuesto, por la devoción mariana, sobre todo a través de la oración del Rosario, de un renovado llamamiento a la penitencia y a la vida sacramental y sobre todo de un gran amor por la Eucaristía y la Reconciliación, mediante el espíritu de reparación, que consiste en ofrecer nuestra vida en unión con el Sacrificio de Cristo para consolar los Corazones de Jesús y María y para la salvación de los pobres pecadores siguiendo el ejemplo de los tres pastorcitos a quienes les apareció la Santísima Virgen en Fátima.

-¿Cuál es vuestra peculiaridad de vida?

-Pues, es vivir dentro del Movimiento de la Familia del Inmaculado Corazón de María, todos unidos por lazos de comunión y de misión, compartiendo la misma espiritualidad entre las diferentes comunidades y componentes constituidas por todas las vocaciones cristianas: sacerdotes, religiosos y religiosas, laicos. Cada uno de nosotros se compromete en la santificación personal y en la santificación de los demás, como se puede leer en las palabras de nuestro lema: “Por mi corazón inmaculado traed a Cristo al mundo”.

-Es muy bonito que todos vosotros del Instituto hayáis elegido estudiar en la Universidad de la Santa Cruz

-Sí, y esta es una decisión nuestra, pero sobre todo de nuestros superiores, quienes tienen mucha confianza en nuestra Universidad. Además, gracias a la ayuda del CARF, que nos apoya a todos los religiosos de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz, podemos aprovechar de una formación excelente en un ambiente familiar e incluso ahora, con esta emergencia, nos sentimos muy cuidados, ya que podemos seguir las clases por internet y en video y los profesores nos llaman a menudo para saber cómo nos encontramos. Así que de verdad puedo decir que este momento tan grave y tan difícil, a pesar de todo se está revelando un buen momento para el estudio y para redescubrir en nuestra vida religiosa la gracia de la vida comunitaria, que en este período es muy limitada: la belleza de orar juntos, de compartir el camino hacia Dios y la misión que Él nos ha confiado.