El día 13 se cumplieron ocho años de la elección del Papa Francisco. El día 19, fiesta de San José, se cumplirán los mismos años del inicio solemne de su pontificado. Ya lo hemos felicitado pública y privadamente con este motivo y le hemos deseado todo lo mejor y prometido nuestra oración que siempre humildemente nos pide.

De nuevo damos gracias a Dios por haber elegido –porque, como todos los Papas, es una elección de Dios– al Papa Francisco. Damos gracias a Dios, porque nos ha dado a un hombre sencillo, humilde, cercano, entrañable, un hombre de fe muy honda y viva. Por eso su humildad, que es un caminar en verdad y en caridad. Sólo su experiencia profunda de Dios, su espiritualidad ignaciana y filialmente mariana, pueden dar razón de su sencillez, de su humildad, y de su gran delicadeza en el trato.

Agradecemos que eligiese el nombre de Francisco el de Asís. Es muy significativo este nombre que le define en estos ocho años. Todos reconocemos el valor que tiene la figura de San Francisco de Asís: pobre, sencillo, despojado de todo, cuyo retrato es el que nos dejó en las bienaventuranzas, siervo y servidor, sin poder. Un hombre que sigue a Jesús como únicamente se le puede seguir: con la cruz, abrazado a la cruz. Un hombre que destila la alegría de la Buena Noticia del Evangelio, del amor y de la misericordia de Dios que se nos da en Jesucristo; que trae la paz y la alegría, la esperanza, la salvación que es todo el amor desbordante de Dios; que conforme a su visión en la iglesia de San Damián, sienta la urgencia de reconstruir y edificar en fidelidad la Iglesia, porque la ama y se siente en comunión plena, para que se muestre la Luz que recibe de Jesucristo.

Una Iglesia reformada como Dios la quiere y como Él la hace, es decir, como obra suya. Por eso el elegir el nombre de «Francisco» para mí fue y está siendo todo un signo: signo de cómo es nuestro Papa, signo de su misión y de su proyecto, signo de lo que Dios quiere, signo de la elección de Dios, y del futuro de la Iglesia en estos tiempos de inclemencia.

La situación del mundo es una verdadera encrucijada y son muchos los desafíos. La prioridad es abrir a los hombres el acceso al Dios que habló en el Sinaí, que envía su Hijo para hacernos hijos suyos y todos hermanos; el que hemos visto en el rostro de su Hijo único, ésta es la prioridad suprema de la Iglesia, consiguientemente del Sucesor de Pedro en este tiempo. Ahí radica el impulso urgente y decidido de una nueva evangelización, para la transmisión de la fe y de la paz, en el centro y en la base de la Iglesia y de su actuación, la Palabra de Dios y la Eucaristía, la liturgia, la adoración y la oración. Todo esto se nos ha dado en el Papa Francisco, como hemos podido apreciar y gozar en su último viaje apostólico a Irak.

Así es el Papa Francisco, un pastor conforme al corazón de Dios, un hombre de Dios, hermano de todos, que nos pide a todos edificar la casa común como hermanos, trabajador incansable en favor de la paz, del encuentro entre los hombres y las religiones, y un fiel hijo de San Ignacio de Loyola y un hermano de San Francisco Javier. Un Pastor, Vicario de Cristo en la tierra, que al venir del «fin del mundo», de la Hispanoamérica en el sur, viene reforzando a estos pueblos hermanos en su vigor de vida cristiana, e impulsando esa nueva evangelización que señalan los documentos de la Asamblea del Episcopado americano en la que tuvo tanta parte el nuevo Papa Francisco: «Aparecida» ha impulsado la gran misión continental, que ahora se ve reforzada por el Papa Francisco.

Ha traído también nuevos aires en la Iglesia y habrá un renacer en la esperanza, como se está viendo ya al Papa, como el Papa de «los pobres, los últimos, que son evangelizados». Creo que la nueva evangelización a la que Francisco apela ha de verse acompañada de la cercanía de la Iglesia a los más pobres, a los que sufren, a los que están destrozados, a los débiles, a los jóvenes… Así lo percibimos en este Papa que, por su sencillez y su cercanía a los sencillos, muestra ese rostro de Dios misericordioso que ama con amor de predilección a los pobres y sencillos. Que Dios guarde, acompañe y bendiga al Papa Francisco, y que él nos bendiga a todos, a los más pobres, vulnerables y necesitados de la paz interior y exterior. Le felicitamos y le acompañamos con nuestra oración, como hijos suyos obedientes.

Publicado en La Razón.