En la loada Unión Europea de los democratistas se homenajeaba hace unos días la estatua de Marx. Al laudatorio se unía –ironías nominales del destino– el cardenal Marx, gloriando a su homónimo con sibilina discreción: “Sin Marx no habría existido la Doctrina Social de la Iglesia”, afirmaba el cardenal. Algún día desde la Santa Sede no estaría mal una introspección en busca de los porqués de esa devoción de algunos prelados hacia la burguesía zascandil más revolucionaria. Tamaña equivocación del cardenal se refuta por muchas consideraciones objetivas. Veamos algunas.
 
El testimonio de Lucas en los Hechos de los Apóstoles no deja lugar a dudas: la doctrina social existió desde las primeras comunidades cristianas, donde todo se compartía y se repartía según los menesteres y no se consideraba de orden privado cosa alguna. Sería ilógico pensar que en los Hechos de los Apóstoles la palabra no precedió a la obra. Los siervos de Dios empezaban a hacerse cargo de la realidad social. Alrededor de principios del siglo IV, en el Concilio de Ilíberis (Elvira), la familia se declara elemento básico de la sociedad y se condena la desobediencia a las autoridades (hoy lo llaman defensa del Estado de Derecho). Más adelante, la doctrina propendió hacia el derecho a la libertad y la propiedad (en concreto, desde 1346 proclama los tres derechos naturales: vida, libertad y propiedad). Es más, la Iglesia hizo causa de la empresa familiar formada por oficiales y aprendices, de las corporaciones de oficios que daban preferencia a la calidad en detrimento de la cantidad. Empezaba a hacer mella la doctrina económica. Su espectro se amplía en la encíclica Rerum Novarum, de la cual dimana el distributismo para combatir a partes iguales el capitalismo y el comunismo. La doctrina económica llegaba a su ápice.
 
Aunque la expresión “doctrina social” fue acuñada por primera vez por Pio XI, éste reconoce que es muy anterior incluso a la Rerum Novarum. Otro Papa, Pio IX, había condenado duramente el socialismo y el liberalismo económico en 1864. En la misma línea, Leon XIII dio un golpe encima de la mesa con su encíclica Libertas Praestantissimum al clamar que lo bueno de las libertades modernas es tan antiguo como la misma verdad y la Iglesia lo había incorporado siempre a su práctica diaria.
 
Tal vez el cardenal Marx se apoya en la oficialidad de los acontecimientos en cuanto a la adopción de la expresión “doctrina social” por primera vez por Pio XI, o en Dios sabe qué simpatías. No obstante, ¿desde cuándo el oficialismo dictamina el nacimiento de los hechos? Colocar el marxismo en la órbita de la Doctrina Social de la Iglesia solo se entiende desde las párvulas vacilaciones de la asunción convencida, pero no confesa, por parte de una fracción eclesiástica de esas supuestas bondades de la modernidad, incluidas (y tal vez en especial) las revoluciones auspiciadas por la burguesía zascandil. Pues bien, fue la doctrina eclesiástica –mucho antes del oportunismo de esa burguesía rémora para la civilización europea– la que condenó la usura, exigió la manumisión de los esclavos, vindicó a la familia, defendió la empresa familiar y hasta una remuneración justa para el capital porque también “trabajaba”. Por si fuera poco, conviene recordar que la Universidad –esa institución para estudios superiores donde estudió Karl Marx– fue creada por los monjes cristianos en la Edad Media. Ya lo avisaba León XIII: la doctrina social de la Iglesia es tan antigua como la verdad que predica.