El católico lo es en su vida íntima y en su vida pública. Pero en el espacio público propone su fe como «ovejas entre lobos». Debe ser hábil al hacerlo. Es muy fácil ser católico en el hogar, parroquia o colegio católico. Fuera de estos recintos se torna más complicado comportarse como un fiel creyente al relacionarse con personas distintas que no piensan ni creen como católicos. Se requiere una sabia adaptación a un medio incómodo, desfavorable e, incluso, hostil. Sin renunciar a su fe, el católico se comporta en el ámbito público de manera diferente a como actúa en el privado. En su relación con el mundo «exterior» esa diferencia radica en su forma de presencia, pero no en su fondo de creencia.
 
En su casa es católico a secas; en la plaza pública debe ser ciudadano católico; No es incoherencia. Martin Rhonmheimer lo llama «identidad doble o diferenciada» o «secularidad cristiana» en su libro Cristianismo y laicidad. Esta forma de actuar como ciudadano católico nos permite expresar con eficacia nuestras ideas y propuestas públicas ante un ámbito democrático que suele ser discrepante con lo religioso. Además, contribuye a proponer nuestra fe de modo más intensivo y más extensivo. Cuando un gobierno promulga una legislación que declara al aborto como un derecho o instaura una asignatura para adoctrinar a la infancia y a la adolescencia, los católicos como ciudadanos debemos dar un argumento no impregnado de fe, un argumento, si se permite la expresión, laico: Esa legislación vulnera los derechos fundamentales. Como católicos también podemos argüir un argumento religioso: El aborto es un pecado. Las enseñanzas impartidas son contrarias al Evangelio. Argumentos idóneos en el hogar, parroquia o colegio católico, pero no en la plaza pública. En ésta, debe quedar patente nuestra capacidad para aportar propuestas sobre asuntos públicos no revestidas de creencias, sino adecuadas a un plano de laicidad y, por tanto, tan válidas como las aportadas por cualquier ciudadano no creyente. 
 
Hoy en las modernas sociedades democráticas el laicismo beligerante arrincona a los católicos y les niega el derecho a exponer sus ideas reprochándoles que no son válidas por ser religiosas. Sin duda, se nos trata como ciudadanos de segunda. Debemos ser católicos y al mismo tiempo proponer soluciones no bañadas en la fe. Como ciudadanos estamos capacitados para dar argumentos de laicidad. Gran error es considerar que lo expresado por un católico es siempre una idea religiosa. Pero craso error es también aportar argumentos de fe en cuestiones terrenales. Se necesita actuar en el espacio público como ejemplares ciudadanos católicos. No como católicos. Ya decía Herrera Oria que para hacer un periódico católico, lo primero era hacer un buen periódico.