Llevaba varios años aportando una cantidad económica a una organización religiosa católica misionera. Normalmente no hacía caso de la información que me remitían periódicamente, hasta que me detuve a ver la Memoria anual que me enviaron. Realmente estaba muy bien presentada a todo color, y explicaba las labores asistenciales, sanitarias y educativas que realizaban. Pero cuál fue mi sorpresa cuando me di cuenta de que no mencionaban ni una sola vez a Dios, a Jesucristo, a la Virgen María, y tampoco contemplaban el número de matrimonios, bautismos, confirmaciones, vocaciones e iglesias que mantenían. La actividad que realizaban era exclusivamente social, era una ONG.

Aunque lleva ya tiempo, ahora con más persistencia, en las homilías en las iglesias y en las disertaciones y documentos que los diferentes órganos o personas de la jerarquía emiten, se trata fundamentalmente sobre temas que afectan al bienestar material, la pobreza, el clima, la naturaleza… y para mí eso es convertir la religión católica en una transmisora de ideas materialistas y por tanto economicistas. Esto implica una visión muy corta, a mi modo de ver, de lo que Nuestro Señor Jesucristo nos transmitió, que no fue un tratamiento economicista y “socialista” de la vida.

Puedo observar cómo se desenvolvía Nuestro Señor Jesucristo humanamente. Su padre era carpintero, un autónomo, no era un pobre de solemnidad, y poseía un pollino, vamos a decir un utilitario. Nació en un establo no porque sus padres no tuvieran posibilidades: de hecho, buscaron albergues y al no tener sitio tuvieron que acogerse en un establo. Por decirlo de alguna forma, es como si al no tener sitio en hoteles uno se fuese a dormir al aeropuerto. Era amigo de todos: ricos, pobres, leprosos, personas adineradas; Lázaro, el centurión, José de Arimatea, Nicodemo; y se rodeó de pescadores propietarios de su barca, recaudadores de impuestos… La túnica que se repartieron los soldados era sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo.

Dios podría haberse hecho hombre como un gran Rey, un esclavo o un paria, porque es tanta la diferencia entre Él, infinito, y cualquier tipo de hombre que hubiese dado lo mismo. Pero vino como hijo de un carpintero judío. No aparece como el hombre que iba a resolver los problemas económicos-sociales de los judíos sino como salvador de nuestras miserias. No se ve en su vida una obsesión por los temas económicos, incluso en las Bienaventuranzas la primera dice “Bienaventurados son los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos”, que son los conscientes de su pobreza espiritual y reconocen que necesitan a Dios como Salvador.

Tampoco en las Epístolas se observa obsesión económica. San Pablo habla de las relaciones laborales en la época de forma muy clara en las relaciones de amo/esclavo. Por cierto, nada reivindicativas, sino con un enfoque social muy cristiano.

Es verdad que las Escrituras transmiten que se debe compartir con los demás, pero no regalar. Se da a quien necesita, pero el necesitado hace algo… En las Escrituras no hay una indicación específica sobre la pobreza. Nuestro Señor Jesucristo le dijo al joven rico: “Si quieres ser perfecto, ve, vende lo que tienes, y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; después ven, y sígueme”. Le dijo que les diese a los pobres lo que obtuviese de la venta, pero sobre todo que le siguiese, que lo dejase todo.

Por ello, ¿por qué se habla de pobreza sólo desde un punto de vista económico? ¿Por qué parece que si tienes más bienes eres culpable? ¿Por qué no se anima a la gente a hacer más cosas (inventar, crear, generar puestos de trabajo) o a ser más honestos en su trabajo (copia de exámenes, absentismo, rendimiento, comisiones, trampas)?

No oigo hablar sobre los pecados capitales, sobre los mandamientos de Dios y los de la Iglesia, sobre los sacramentos, sobre las obras de la misericordia, etc. Sólo se habla, como tema principal, de la pobreza. ¿Acaso entonces la única lucha es conseguir bienestar material, repartir los bienes? Todo esto conlleva unas homilías y comentarios religiosos que me originan tristeza, aburrimiento, pesimismo, falta de ilusión…

Creo que debemos mirar al futuro, y para ello la Iglesia debe ser optimista y hablar sobre cómo hacer las cosas mejor, material y espiritualmente. Cómo ser mejores en todo, cómo generar riqueza, cómo trabajar mejor, cómo desarrollar el mundo… para participar con Dios en la corredención y hacer un mundo actual mejor no solo repartiendo, sino haciendo más y más en todos los sentidos, porque si solo se reparte, la bolsa se agota.