La llamada de Dios supone en mí una opción positiva o negativa, respuesta que es mi opción fundamen­tal. Este tema de la opción fundamental es uno de los más importantes, si no es el principal, de toda la Teología Moral. Su fundamento escriturístico lo encontramos, entre otros lugares, en: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu ser" (Dt 6,4-5 cf. Mt 22,37) y "Buscad ante todo el Reino de Dios y lo que es propio de él, y Dios os dará lo demás" (Mt 6,33). La respuesta positiva, que es la única que puede llevarme a realizarme personalmente, supone en mí una vida de fe y caridad dirigida totalmente hacia Dios.
 
Es cierto que diversos valores pueden orientar inmedia­ta, parcial y temporalmente la existencia humana, por lo que hemos de prestar atención a la jerarquía de verdades y valores. Precisamente porque el hombre se siente libre, experimenta la posibilidad de escoger entre diversas opciones con el fin de alcanzar determinados fines a los que se otorga un valor. Una vez implicada la libertad, la persona no opta irracionalmente, sino según una determinada escala de valores, en la que siempre encontraremos un valor supremo, absoluto, frente al cual los otros valores quedan relativizados.
 
Es decir, la conducta moral humana se define en último término en función del sentido profundo y radical que se da al propio destino, es decir en conexión con el fin último que empeña y compromete teórica y prácticamente nuestra existencia personal; la opción fundamental, radical, a favor o en contra de Dios, conocido explícitamente o a través de un valor absoluto que se identifica por tanto con Él, es una cuestión seria, básica, ineludible, que encuadra y engloba todas las demás decisiones.
 
La opción fundamental así entendida da una respuesta al interrogante sobre el sentido de la vida. El peligro en la vida moderna radica en que generalmente los hombres de nuestro tiempo no hacen sus opciones más importantes plenamente convencidos de lo que hacen. Le tienen miedo al sí o al no explícitos y definitivos. Prefieren quedarse en la zona intermedia del "casi", que permite todas las ambigüedades y hasta echarse atrás. Así se explican tantas crisis matrimoniales, celibatarias, de fe y hasta psíquicas en el mundo actual. Ciertamente la opción se va encarnando a lo largo de la vida, pero aunque puede incluso modificarse radicalmente, pasando de buena a mala, cambio que es el pecado mortal, puede también cambiarse en sentido contrario, lo que supone la conversión, conversión que sólo es posible con la ayuda de la gracia, que en teología se llama gracia sanante y en realidad es la gracia santificante.

De todos modos, aunque a lo largo de nuestra vida la opción fundamental se va afianzando o debilitando, está claro que el cambio radical que supone el paso de opción fundamental buena o mala o viceversa, al afectar lo más íntimo de nuestra personalidad, no puede ser excesivamente frecuente. Un cambio tan transcendental suele ser fruto de una evolución, no sucede por lo general repentinamente, lo que no debe llevarnos a despreciar la importancia de las cosas pequeñas, que refuerzan o por el contrario pueden llegar a debilitar seriamente nuestra opción fundamental.
 
Tengamos sin embargo cuidado en no pensar que puesto que mi opción fundamental es buena, estoy garantizado contra el pecado mortal: "La opción fundamental es revocada cuando el hombre compromete su libertad en elecciones conscientes de sentido contrario, en materia moral grave" (Veritatis Splendor 67). "Con cualquier pecado mortal cometido deliberadamente, el hombre ofende a Dios que ha dado la ley y, por tanto, se hace culpable frente a toda ley (cf. Sant 2,811)" (ibid 68).
 
La doctrina de la opción fundamental no es nueva, pues la opción fundamental buena se identifica con lo que en la Teología más tradicional se llamaba estar en estado de gracia o de perfecta contrición o de posesión de la gracia santificante, mientras que la opción fundamental mala significa estar en estado de pecado mortal y carecer de la gracia santificante. Tal vez la mayor novedad de los últimos tiempos esté en que hoy somos más conscientes, debido al progreso de la Teología y de las ciencias humanas, como la psicología, de la dificultad de estar constante­mente cambiando de opción fundamental. Pero esto ya se afirmaba en la moral tradicional, cuando se decía que no había que multiplicar los pecados mortales, aunque si cometo un pecado mortal, está claro que ya no tengo una opción fundamen­tal buena.