El 17 de febrero murió en Washington, D.C., a la edad de 83 años, Michael Novak, periodista, escritor, filósofo, diplomático y uno de los principales pensadores católicos del siglo XX. Su larga batalla cultural fue liberar el concepto de justicia social de las sequedades del utopismo y del estatalismo y redescubrir las raíces cristianas de la sociedad libre y democrática.


Michael Novak (1933-2017) nació en Johnstown (Pennsylvania), en una familia de origen eslovaco.

Caballero de modales amables y rico en humor, le vimos varias veces también en Italia. Licenciado en Filosofía en el Stonehill College, había conseguido la diplomatura en Teología en la Pontificia Universidad Gregoria de Roma y un máter en Historia y Filosofía de la Religión en Harvard. Jamás olvidó el italiano: “Lo hablo mejor después de beber un buen vino”, bromeaba siempre con sus interlocutores.

Tras haber sido corresponsal del National Catholic Reporter en el Concilio Vaticano II, fue el primer profesor católico que impartió una materia humanista en la Universidad de Stanford, en los años cruciales de la contestación estudiantil, de 1965 a 1968. Al principio compartió intelectualmente el movimiento contra la intervención de Estados Unidos en Vietnam. No se opuso frontalmente a los contestatarios, pero intentó enseñarles un humanismo católico, rechazando a la vez su visión utópica y revolucionaria.

En este contexto maduraron sus ideas: por la modernidad y la libertad, pero firmemente anclado en las enseñanzas sociales de la Iglesia. Los males que identificaba en el pensamiento utópico, en el constructivismo y en el estatalismo fueron objeto de su crítica implacable, que lo alejó de sus posiciones originarias.

Desde 1978 hasta 2010 fue uno de los cerebros del think tank conservador American Enterprise Institute, uno de los centros de pensamiento que más han contribuido a la defensa del libre mercado y de sus fundamentos morales. En El espíritu del capitalismo democrático y el cristianismo (1982), Novak llegó a la conclusión de que el sistema estadounidense era el fruto de la fusión entre un sistema político (democrático), uno económico (liberal) y uno cultural (cristiano) inescindibles.

Muy próximo a San Juan Pablo II, su obra influyó innegablemente en la encíclica social Centesimus Annus de 1991. Trabajó como diplomático para el presidente Ronald Reagan, primero como embajador de Estados Unidos ante la Comisión de Derechos Humanos de la ONU (19811982) y luego encabezando la delegación estadounidense en la Conferencia para la Seguridad y la Cooperación Europea en 1986, en los años finales de la Guerra Fría. A mitad de los años 80 creó, con el American Entreprise Institute, un grupo de estudio sobre Familia y Bienestar que produjo las bases para la posterior reforma del Estado social norteamericano.

Su idea de la justicia social, desmarcada de las utopías del siglo XX, parte de la persona. La persona, para Novak, colabora en su comunidad para alcanzar el bien común. Si se le deja libertad de acción, la persona puede utilizar sus talentos para asociarse y alcanzar fines sociales. La sociedad debe para ello permanecer libre: el Estado puede intervenir de forma subsidiaria en los campos en los que la persona no tiene fuerzas para actuar sola. Pero para conseguir los fines de la justicia social no es preciso un Estado fuerte, sino una sociedad vital.

El emprendedor es una figura clave: no ve en él un egoísta, que actúa a costa  de los demás, sino que la suya es una “vocación”, y es un actor social que puede poner su talento y su riqueza al servicio del prójimo. Por su lógica intrínseca, “la empresa exige una conducta moral”. Un comportamiento inmoral del emprendedor conduce al fracaso, además de a su desgracia. La justicia social no se realiza contra el capitalismo, ni siquiera en una tercera vía a medio camino entre capitalismo y socialismo, sino en el capitalismo, un sistema económico que, con pragmatismo, Novak consideraba “no el mejor de los mundos posibles, pero hasta ahora el más aceptable”.

“En sí mismo, al no ser ni una religión ni una filosofía, no tiene como finalidad el Reino de Dios”, escribía en El espíritu del capitalismo democrático y el cristianismo: "Su finalidad no es alimentar las almas, ni difundir una filosofía ni un estilo de vida. Y sin embargo, al contrario de cuanto sucede en las sociedades socialistas o en las tradicionales, sus instituciones contribuyen a elevar la moralidad de la población y favorecen el desarrollo de algunos comportamientos morales. Por tanto, hasta cierto punto el capitalismo se presenta no como un mero conjunto de técnicas carentes de alma, sino como una elección de vida”.

Michael Novak fue un crítico despiadado de la secularización de las élites estadounidenses, sobre todo en la época de las dos presidencias de Obama.

El 17 de junio de 2016, en su última lección en la universidad de verano del Instituto Acton, había lanzado una clara advertencia para no perder las raíces cristianas: “En la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos combatieron hasta la rendición incondicional de los dictadores enemigos y la construcción de un nuevo orden mundial junto con los aliados. El nuevo orden se basaba, esencialmente, sobre valores cristianos. La globalización nació con el cristianismo, con el anuncio del Evangelio a todas las naciones.

»Los derechos humanos nacieron con el cristianismo. Madison, Jefferson y los demás Padres Fundadores de los Estados Unidos reconocía ser criaturas del Creador, al que se debía adorar y obedecer. No solo el Credo, sino la universalidad de los derechos o la libertad de la conciencia son también herencia del cristianismo, que es universal en su anuncio.

»A día de hoy, un porcentaje cada vez mayor de norteamericanos se consideran ateos y un porcentaje todavía mayor está convencida de que la Tierra es una divinidad. El ateísmo se ha difundido, sobre todo entre las élites intelectuales. Los Estados Unidos son actualmente una nación de cristianos gobernada por una minoría de ateos.

»Y, sin embargo, también la cultura atea se lo debe todo a la herencia cristiana. La Libertad personal, por ejemplo: el primer hombre libre fue San Pablo. Fraternidad: es un principio universal claramente introducido por el Evangelio. Para Jesús, todos somos hermanos. Igualdad: Dios Creador supera a todo poder terrenal, a Sus ojos todos somos iguales, y todos mortales. Escuelas, hospitales, universidades, librerías, las primeras mujeres encabezando instituciones… todo es herencia del cristianismo”.

En nuestros días se pretende eliminar esta herencia, sobre todo por miedo. “El cristianismo”, recordaba Novak, “es siempre una historia de Cruz. No promete la felicidad en la tierra, no es un idilio. Se llega al cumplimiento mediante el dolor. El ateísmo crece porque se tiene miedo al juicio: cada vez más gente rechaza ser juzgada. No se quiere creer que haya un Bien y un Mal, se prefiere creer en las buenas formas”.

Publicado en La Nuova Bussola Quotidiana.
Traducción de Carmelo López-Arias.