Los jóvenes, por edad y por índole propia, son el futuro de la humanidad. El futuro de nuestra sociedad, en efecto, está en los jóvenes. Nuestra sociedad tiene la responsabilidad de abrirles las puertas del futuro y ha de apostar por ellos. Los jóvenes «quieren que se detenga la injusticia. Quieren que se superen las desigualdades y que todos participen en los bienes de la tierra. Quieren que los oprimidos obtengan la libertad. Quieren cosas grandes. Quieren cosas buenas» (Benedicto XVI). Desean ardientemente la paz. Buscan ser de verdad felices y libres. Aman la vida con pasión y se aferran a ella. Anhelan que la vida tenga sentido y futuro. Desean vivir con esperanza y que se les ofrezca esperanza. Aman la verdad y no renuncian a ella. Quisieran una nueva civilización del amor y sienten la necesidad de una nueva cultura de la vida. Apostar por estos anhelos es apostar por los jóvenes, es apostar por el futuro. Porque esto sí que tiene futuro. Pero nuestra sociedad parece empeñada en lo contrario, es decir, parece empeñada en afirmar una y otra vez con palabras y hechos que los jóvenes son materialistas y egoístas, y que están apresados por el placer a toda costa, o que lo que buscan por encima de todo es sexo fácil, diversión y «pasarlo bien». ¿Qué es lo que se está diciendo, si no, con las propuestas que se están haciendo acerca de la píldora del día después, o con el proyecto de ley sobre el aborto en virtud del cual se podrían eliminar impunemente durante las catorce primeras semanas de gestación a unas pobres criaturas humanas indefensas e inocentes gestadas irresponsablemente en el seno de adolescentes? ¿Qué se está diciendo, de hecho, cuando, en virtud de dicho proyecto, las adolescentes podrán abortar libremente sin ni siquiera el consejo y consentimiento de sus padres? ¿Qué es lo que se está diciendo con la propaganda del preservativo y su difusión incluso entre preadolescentes? Esas ofertas que cuentan con los jóvenes como destinatarios muy principales ofrecen todo lo contrario a aquello en lo que está la vida y el futuro. No ofrecen una vida bella. Ofrecen más bien una vida fea: porque ofrecen una desfiguración de la grandeza y dignidad de todo ser humano, le quitan a la vida sentido último, banalizan el existir humano, lo privan de horizonte y de grandeza de miras, ofrecen muerte, ofrecen la injusticia de condenar y eliminar seres humanos que no se pueden defender, ofrecen trivialización del sexo, en su trasfondo desaparece el amor auténtico y su belleza. Esas ofertas matan y envilecen la belleza y la grandeza de la sexualidad vivida y expresada en el amor firme, duradero, responsable y verdadero, al tiempo que la separan de la persona humana. No hacen ningún servicio a la familia sino que la dañan, porque, entre otras cosas, siembran la desconfianza y la lejanía de los hijos respecto de los padres, los sustituyen por la sociedad y las normas impersonales, y les sustraen a éstos sus derechos y deberes más propios. Que en medio de la crisis tan profunda -económica, social y moral- que azota a España aparezcan estas medidas es ahondar y agravar más la crisis y alejarse de su salida. Es preciso apostar por los jóvenes y esto entraña ofrecerles lo que necesitan para vivir con esperanza y llenar sus anhelos. La sociedad necesita de jóvenes abiertos al futuro, llenos de vida y sentido. Los jóvenes han de encontrar una sociedad que les abra caminos de futuro. Ahí está nuestro reto. * El cardenal Antonio Cañizares es prefecto de la Congregación para el Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos * Publicado en el diario La Razón