Hace ya algunos años que comprendí que es inútil clamar en el desierto, que hay puertas que jamás van a abrirse y que todo lo que no sea sembrar en una tierra algo fértil es perder el tiempo. En este mundo que no deja de ser un Cambalache, hay posturas encontradas, irreconciliables, mientras la marea de los que tienen criterio propio sube y baja según la fuerza de la convicción que las circunstancias puedan echar. Lo cierto es que hay que estar atentos a estos últimos, porque desde luego son los que decantan las mayorías. Son los que se alimentan de discursos coherentes, que no siempre llegan y que otras veces no sabemos transmitir.

Hoy vivimos maniatados por las mayorías, y si la deformación de la información queda impune, la sociedad solo puede estar a expensas de la manipulación que convenga en cada momento. Nadie se salva de esta estafa cuando el Tribunal Supremo de un país legisla a favor o en contra de una ley simplemente porque una mayoría social esté a favor o en contra. Mucho puede llover todavía si a las masas cada vez más indignadas se les da por salir a la calle exigiendo sangre y fuego para castigar a los políticos. Mucho puede suceder si el veredicto es el de la mayoría.

Carlitos Gardel vivió casi un siglo atrás, pero ya recordaba aquello de que el que no llora no mama, y más cosas que ahora no vienen a cuento. Dar la lata para conseguir algo es un recurso tan antiguo como el hombre, pero ahora agravado por la fuerza de los altavoces mediáticos. La prensa, la televisión y las redes sociales son determinantes en la corriente de pensamiento de un pueblo. Ya no importa que sea cierto o no, sino que se arme mucha bulla con ello… Y así vivimos. Que si los bancos son los culpables de todo, que si los políticos “todos” son un atajo de corruptos, que si el estado de bienestar se hunde por culpa de dos o tres, que si el problema de la educación es la falta de inversión… Aquí siempre la culpa es de los otros. Aquí nadie se hace responsable de nada, mientras todo se tambalea e intentamos ir a tomar una Bastilla que no existe, porque, al fin y al cabo, entre todos la matamos, y ella sola se murió.

Por supuesto este artículo no pretende en modo alguno ensalzar la indignidad de algunos políticos y miembros de la banca. ¡Dios me libre! Que cada cual aguante su vela, y que la tísica justicia que tenemos, con derecho a huelga y todo, ajuste cuentas con cada uno. Es verdad que es un acto de fe, pero hay veces que no nos queda otra.

Aquí cada uno debe asumir las responsabilidades que les corresponden, y entre ellos, la escuela pública, que creo ya es hora de que abandone ese discurso cansino de falta de medios económicos, intentando así esconder el fracaso de su nivel educativo, en la mayoría de los casos, evidentemente. La actual coyuntura económica y los sus consiguientes recortes están exacerbando discursos que auguran un cataclismo educativo, cuando todos deberían saber que la inversión en la escuela pública en los últimos años no ha repercutido en una mejora de su calidad. Sin embargo, los altavoces mediáticos funcionan para denunciar lo contrario, mientras los centros concertados (en su mayoría religiosos) tienen listas de espera para sus alumnos, sus profesores hacen al menos 100 horas anuales más que sus colegas de la pública y, además, están sujetos a un régimen económico que todavía no se puede comparar con el estatal.

Cansa y molesta que no sea posible la autocrítica, que se tenga que salir a manifestarse solo por dinero, y que se acalle que los centros concertados le cuestan un 50% menos al estado, entre malabarismos económicos y resultados excelentes en su mayoría. Las posturas radicales silencian el éxito de un sistema de alta demanda que, en contra de lo que incendian sus detractores, no rechaza a los inmigrantes, ni goza de aulas sin conflictos como se quiere pintar.

Lamentablemente, muchas veces este es el único argumento que sostienen los que se dedican a apedrear lo que los pone en entredicho, aquello que los señala como responsables de su propio fracaso, más allá de los lamentables recortes que está sufriendo todo el ámbito educativo al completo.

Es cierto que hay muchos centros públicos que funcionan muy bien. Me consta. Sin embargo, no nos engañemos. No es por mayores presupuestos. A los recortes los detestamos todos, y la mayoría esperamos que cesen cuanto antes, faltaba más. Sin embargo no es un problema de medios, sino de vocación y de proyecto educativo. La mayoría de los centros concertados en manos de variopintas congregaciones religiosas, no solo ofrecen horas lectivas, sino una formación humana y personal de la que algunos profesores de la enseñanza pública ya han renegado. Muchos de la concertada también, ¡claro está!, que todos conocemos el paño que tenemos. Pero en general, hay proyecto, formación continua y un equipo directivo que vela porque las diferencias de cada uno sean los pilares donde se sostenga una unidad. Una unidad sin la que es imposible educar completamente, y mejorar.

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