1392. 28 de septiembre. Nantes. Hora Santa en los Recoletos.

Si tú sufres, aquí estoy para sufrir contigo y no sólo eso, sino que Soy Yo quien sufre en ti. La Unión es lo que importa. Y si crees en Mi Amor, el sufrimiento te será dulce; sentirás que Me das algo de lo que Yo te di. ¡Amable intercambio, en que los corazones se turnan los asaltos de Amor!
Me gustaría ser vencido por ti, si esto fuera posible... Pero eres demasiado pequeña para vencer a tu Dios y el egoísmo, que nunca desaparece del todo en la vida del hombre,
entorpece las cosas. Pero dime que todo es Mío en tu casa.

 

1393. Octubre. De regreso a la ciudad.

Por la calle, yo miraba lo que sucedía en torno mío.

Ahora que lo has visto todo, ¿que tal si entras un poco a buscarme en tu interior? La cita del Amor. ¡Qué hermoso es estar juntos, hija Mía! ¿Podrías disfrutarlo como Yo?

Entona un canto sin palabras, Yo elevaré tu voz. Será la Alegría del Padre. Busquemos Su Reino y Su Gloria en todo instante de nuestra vida. Y hablo de 'nuestra' porque tu vida es una prolongación de la Mía. ¿Quieres que Yo continúe viviendo sobre la Tierra? ¡Qué sea por medio tuyo!

 Gabriela Bossis (1874-1950) fue la menor de cuatro hijos en una familia católica francesa que la educó cristianamente. Se diplomó en enfermería y sirvió como tal en las misiones de Camerún, por lo que fue condecorada. Fue una persona abierta y comunicativa muy entregada a Cristo, pero que no sintió la vocación religiosa. En 1923 escribió su primera comedia, alcanzó celebridad por obras entretenidas y edificantes que se estrenaron en  numerosos países, incluso interpretando ella algún papel. En 1936 comenzó a transcribir sus diálogos con el Señor, una experiencia mística que vivió durante años. Fue dirigida espiritualmente por varios sacerdotes, que dieron luego testimonio de su paz interior. En uno de sus cuadernos escribe las siguientes palabras que escuchó de Cristo: "Tú has estado siempre bajo mi dirección". Todos esos escritos se agruparon en volúmenes agrupados bajo el título Él y yo. Murió después de experimentar durante varios meses dolencias respiratorias y pérdida de visión, que sobrellevó con el mismo espíritu de conformidad con la voluntad de Dios que guió toda su vida.