Cuando Jaime Maldonado-Avilés, tras seis años dando clase de neurobiología en la Universidad de Yale, se incorporó al seminario diocesano de Washington, se encontró entre sus compañeros a un médico, un químico y dos especialistas en nanotecnología.

Un fenómeno que ha llamado la atención de The Washington Post, que le consagró un reciente artículo. El 95% de los estadounidenses creen en Dios, pero solo el 51% de los científicos, según una encuesta del Pew Research Center. De ahí que al diario le sorprenda la abundancia de científicos preparándose para ser sacerdotes. Según el cardenal arzobispo de la diócesis, Donald Wuerl, esa abundancia es un testimonio: "Al estar aquí están diciendo: '¡Hay algo más!'".


Algunos compañeros de Jaime en el primer seminario donde estuvo, en Hartford. Foto: Shelley Wolf.

En concreto, ese "algo más" lo encontró Maldonado-Avilés estudiando los mecanismos celulares y moleculares de enfermedades neuropsiquiátricas como los trastornos de la alimentación (anorexia y bulimia) y la esquizofrenia, su ámbito de investigación preferente. Nacido en Puerto Rico, donde estudió Biología con un premio extraordinario, se doctoró en Neurociencias por la Universidad de Pittsburgh en 2008 y luego estuvo seis años en Yale, donde dio clases y concluyó su formación, obteniendo el postgrado en 2014.

Al principio creyó que era el único de su laboratorio que creía en Dios, hasta que vio a varios compañeros de Yale acudir a la misma iglesia que él. En cuanto a sus investigaciones propiamente dichas, no le alejaban de Dios, al contrario: "La complejidad e incluso el orden con el que funcionan las cosas en nuestro cuerpo y en nuestro cerebro te hace pensar que hay algo más que aleatoriedad".


Viendo su brillante currículum, la Universidad de Puerto Rico, su alma mater, no dudó en hacerle una buena oferta para incorporarse a su equipo: estabilidad y un buen sueldo (salía con chicas y había pensado en el matrimonio) y cercanía a su familia. Pero fue, paradójicamente, el desencandenante de su gran decisión. "Yo siempre había dado vueltas a la cuestión de si tenía o no vocación al sacerdocio", explicó hace un año al periódico de la archidiócesis de Hartford-Connecticut, su primer seminario, y de hecho hizo en su juventud varias estancias como misionero. Así que aceptar el cargo que le proponían y luego dejarlo para entrar en el seminario "no habría sido leal con ellos".

Cuando le entraban dudas había una pregunta recurrente que le rondaba la cabeza: "Si me veo con 90 años, con la muerte ya próxima, ¿me diré a mí mismo: 'Debería haber entrado en el seminario'?". Así que... entró.



Jaime tiene ahora 37 años, y habrá cumplido los cuarenta cuando sea ordenado. Hay un cierto repunte de vocaciones tardías en la Iglesia estadounidense: el año pasado recibieron el sacerdocio 6 hombres mayores de 50 años y 3 mayores de 60.

"La única razón por la que estoy aquí como seminarista", añadió entonces, "es la misericordia de Dios. Cuando entras en el proceso de discernimiento se iluminan todas tus debilidades, así que solo por la misericordia de Dios está alguien cualificado para servirLe como sacerdote".

La presencia de hombres de ciencia en las aulas de los seminarios es bienvenida, según Ken Watts, director de vocaciones en el seminario Papa Juan XXIII: "Lo único que puedo decir es que ellos se encuentran muy a gusto. No parece que les suponga una lucha enorme atravesar la puerta de entrada junto con sus conocimientos científicos. Y nadie les pide que los abandonen. Cuando los temas morales que tratamos envuelven aspectos médicos o científicos, es muy bueno tener gente que realmente comprende ese mundo, para ayudar a perfilar y aclarar el pensamiento de la Iglesia sobre ellos".

Y Jaime corrobora esto: "La teología tiene que aprender del consejo de los científicos. Sabemos cómo funciona el mundo. Pero también la ciencia tiene que aprender de la teología".