Los trapenses de la abadía de New Melleray (Peosta, Iowa, Estados Unidos) fabricaban sus propios ataúdes desde su fundación en 1849, cuando monjes cistercienses procedentes de Irlanda escogieron aquellas praderas interminables para su vida de oración y silencio.

A partir de 1999 decidieron ofrecerlos al público como forma de financiar el monasterio, y el éxito les ha acompañado. Hoy sirven pedidos a todo el país, reúnen todos los certificados de calidad y garantía que exigen las autoridades y las organizaciones de consumidores, mantienen relación con todas las grandes funerarias y los servicios de funeral ofrecen habitualmente sus productos.

Han tenido que contratar personal externo para atender la demanda, y su oferta es cada vez más apreciada. Tardan entre 8 y 18 horas en manufacturar el pedido y entre uno y dos días en entregarlo en destino, y además puede personalizarse con signos religiosos, nombres y leyendas e incluso imágenes.

Pero lo más importante: cada féretro que sale de New Melleray ha sido bendecido por un monje que rezará por su destinatario y oficiará una misa por él. Según les cuentan a los mismos trapenses sus clientes, saber esto es una de las fuentes de consuelo ("ventaja diferencial", en términos de marketing) que hacen más apreciados sus productos.

Es propia de estas comunidades de clausura la familiaridad con la muerte, sobre la que meditan con frecuencia, y una desconcertante familiaridad con ella. El tránsito de un hermano de la comunidad es un momento tremendo, pero también de alegría. Más en el caso de New Melleray, dedicándose, como parte de su ora et labora, a lo que se dedican.

Sin embargo, no son insensibles al dolor de quienes acuden a ellos. Y saben que es particularmente agudo en el caso de niños. Por eso crearon la Child Casket Fundation, una fundación que vive de donativos y cuyo objeto es que las familias sin recursos enfrentadas a tan horrible trance puedan enterrar a los pequeños en estos ataúdes, muy apreciados, sin que les cueste nada.

La abadía tiene su propio bosque para cubrir sus necesidades de madera y, paradójicamente, más que consumir, la fabrican: además de dedicarle una bendición, una misa y la oración de un monje, por cada persona fallecida y enterrada en uno de sus ataúdes los monjes de New Melleray plantan un árbol.

Una hermosa simbología que encierra los misterios de la vida y de la muerte, el gran arcano de la Creación.