El único lugar de culto que quedó destruido tras los atentados del 11-S en Nueva York fue la iglesia greco-ortodoxa de San Nicolás, que se elevaba al pie de las Torres Gemelas y fue destruida al derrumbarse éstas.

Había sido construida en 1916 con una estructura de cuatro plantas, y constituía uno de los más pintorescos rincones de Manhattan.

Sin embargo, el alcalde de la ciudad, Michael Bloomberg, elegido como republicano pero que ha abandonado el partido (también militó en el demócrata) está siendo objeto de duras críticas por su desinterés en la reconstrucción. Tampoco ha sido posible arrancar de Barack Obama un esfuerzo a favor del templo, a pesar de que George Demos, candidato republicano a la Cámara de Representantes, le recordó la situación hace muy pocas fechas en una carta abierta.
 

Obama y Bloomberg, sin embargo, han expresado su apoyo -apenas matizado inmediatamente después por un Barack Obama con la popularidad en picado- a la construcción de una megamezquita en la Zona Cero, algo a lo que se opone la inmensa mayoría de los neoyorquinos.

Reiteradamente se han quejado de esta indiferencia los responsables de la archidiócesis greco-ortodoxa, vinculada al Patriarcado ortodoxo de Constantinopla. Su portavoz, el padre Alexis Karloutsos, aprovechó la polémica en torno a la que se denominará, significativamente, Casa Córdoba, para lamentar el «olvido» en que las autoridades han dejado la iglesia.

Durante el último año la Autoridad Portuaria de Nueva York y Nueva Jersey no ha querido reunirse con los responsables de la archidiócesis ortodoxa para desatascar los proyectos en marcha, y Bloomberg se escuda en «desacuerdos» sobre su tamaño y ubicación futuros para intentar tranquilizar a la opinión pública respecto a que un día volverá a abrirse al culto la iglesia de San Nicolás.