El autor Brian J. Wright, profesor en Palm Beach Atlantic University (Florida), autor de varios estudios académicos que engloban estudios históricos y bíblicos, descubrió las ventajas de la lectura comunal hace 15 años. Comprobó que leyendo junto a otras personas, en voz alta, y comentando lo leído, entraba de forma mucho más profunda en el texto. 

Esto le llevó a interesarse por esta práctica en la historia. Y descubrió que leer en grupo era más habitual entre los primeros cristianos de lo que se cree.


En su libro, Communal Reading in the Time of Jesus (La lectura comunal en tiempos de Jesús), Brian apunta evidencias históricas de que la lectura en comunidad era una práctica habitual ya en el siglo I.



“[El libro] trae a colación el error, muy habitual entre algunos historiadores, de pensar que la lectura en comunidad era un fenómeno único y exclusivo del siglo II d. C”, ha explicado Brian en una entrevista para el Evangelical Philosophical Society Blog. “Esa es una noción simplista por la que se piensa que tan solo pequeños segmentos sociales (las élites) tenían acceso a esta actividad. En realidad, era algo muy habitual desde tiempos de Jesús y en casi todos los sectores sociales”.


En Colosenses 4, San Pablo dice: "Después de que sea leída esta carta entre vosotros, procurad que sea leída también en la Iglesia de Laodicea, y conseguid, por vuestra parte, la que ellos recibieron, para leerla vosotros". A los Tesalonicenses les exhorta: "Os conjuro por el Señor que esta carta sea leída a todos los hermanos." A Timoteo, que es un líder y maestro cristiano, que enseña a otros, Pablo le pide: "Hasta que yo llegue, dedícate a la lectura, a la exhortación, a la enseñanza". Esa lectura -como esa exhortación y enseñanza- parece ser pública, de cara a los demás.


Según Brian, la lectura en comunidad venía de la tradición literaria de los judíos. “Un hecho que he podido comprobar durante mis investigaciones es que la lectura en comunidad cristiana no era un fenómeno sagrado nuevo”, apunta.

Viene directamente de las sinagogas judías y sus tradiciones. Así lo certifican algunos autores del Nuevo Testamento, como Pablo, que utiliza el término “tradición(es)” muy a menudo en sus cartas”.


Muchos historiadores, también algunos dedicados al estudio de la Biblia, piensan que los Apóstoles y los primeros cristianos eran iletrados. Pero Brian cree que la cantidad de personas que sabía leer podía ser bastante alta.“Visto lo habitual que era la lectura en comunidad, es muy difícil pensar que una gran mayoría de personas no sabían leer”, explica.

“En documentos históricos totalmente ajenos a la religión, se cuenta que la gente se levantaba y se quejaba cuando escuchaba algo durante una lectura en común de cualquier tema (literario o religioso) que difería de lo que había escuchado en otro lado”, asegura Brian.



Brian también apunta el avanzado uso de la lectura y memorización que, según los evangelistas, tenían los judíos en tiempos de Jesús. Recuerda, por ejemplo, que en Juan 12,32-34, una muchedumbre (que no eran ni escribas, ni líderes religiosos, ni de la élite) increpó a Jesús el uso que hizo de un verbo. “Algo que una persona iletrada nunca detectaría”, apunta Brian. 

(Es la escena en que Jesús dice: "Y yo, cuando me eleve de la tierra, atraeré a todos hacia mí.» Y la gente le responde: «Nosotros sabemos por la Ley que el Cristo permanece para siempre. ¿Cómo dices tú que es preciso que el Hijo del hombre sea elevado?").


En Christianity Today Brian contó cómo y dónde se realizaban las lecturas en comunidad. “Podía ser un grupo de amigos leyendo literatura, o figuras públicas leyendo algo importante en los auditorios o teatros”, explica Brian. “Eran formales e informales: ocurrían en templos, sinagogas, juzgados, escuelas, casas… En cualquier sitio”.

A propósito de esto, Brian pone un ejemplo muy ilustrativo. “El escritor romano del siglo I d. C, Marcial, se quejaba en sus escritos de lo molesto que era que la gente leyese de todo y a todo el mundo, incluso cuando estaba en los baños públicos”, explica.



Brian insiste en que el tipo de lector no era la élite que tienen en mente los historiadores actuales. “Había mucha más gente implicada en la lectura de lo que creemos”, explica. “El problema entonces era que todo el mundo leía literatura por todas partes, el nuestro ahora es que pensamos que nadie podía hacerlo”.


Wright cree que todo esto ayuda a entender que los Evangelios se conservaron bien.

"Algunos autores del Siglo I mencionan que su comunidad se enfadaba y tiraba a la basura los manuscritos que recibía para leer porque tenían errores. Otros autores del Siglo I escriben largo y tendido sobre diferencias en los textos, como los cambios en manuscritos previos y diferencias en su ortografía, para señalar un control de calidad que creen que debe haber cuando las audiencias escuchen a los poetas leer sus trabajos. Y hay otros autores del siglo I que mencionan colocar en espacios públicos sus lecturas comunales  para que otros puedan leerlas y verificar su contenido, y/o escriben sobre hacer correcciones a manuscritos durante las lecturas".

Esta “manía por la lectura en público”, como la llama Brian, afectó también a los textos bíblicos del Nuevo Testamento, que eran escuchados y examinados atentamente por lo primeros cristianos para evitar errores y poder pasarlos a las siguientes generaciones. En una cultura así, de lectores meticulosos y lecturas comunales frecuentes, no podía llegar cualquiera a proclamar cualquier nueva versión o modificación de un texto ya conocido. Los textos que leían los cristianos estuvieron fijados pronto, en muchas comunidades y con muchas copias.  

Puede obtener más información sobre el libro aquí.