"Hay una sola manera de hacer la voluntad de Dios: amarla, creer que es buena para nosotros; que nos lleva a un bien verdadero. Ser libre es ser capaz de hacer lo que yo quiero. Lo que quiero, no los deseos que tengo en cada momento". 
 
El dominico francés Adrien Candiard es uno de los autores católicos del momento. Residente en El Cairo (Egipto), ha escrito interesantes libros, con gran éxito de ventas en Francia o Italia, entre los que figura Unas palabras antes del Apocalipsis (lee aquí la reseña que hizo ReL).
 
¿Ser cristiano es una obligación o la mejor elección? ¿La fe cristiana es solo una moral? ¿se trata de portarse bien o de unir la vida a Cristo? ¿Cristiano y libre a la vez? Adrien Candiard contesta a estas y otras preguntas en su obra La libertad cristiana. De Pablo a Filemón, de la editorial Encuentro (puedes adquirirlo en este enlace).
 
"La libertad cristiana es demasiado nueva y revolucionaria para ser asimilada o incluso entendida en pocos minutos y, sin embargo, es lo más urgente que hay que explicar a los cristianos de hoy", escribe el autor, que basa su ensayo en la carta de San Pablo a Filemón (lee aquí lo que dice la epístola más breve de la Biblia).
 
Pablo, con una gran influencia sobre su amigo Filemón, no le impone lo que defiende el cristianismo sobre la esclavitud, sino que deja en sus manos la decisión. El apóstol huye del camino fácil, de la coerción moral, y busca por todos los medios, no solo liberar al esclavo, sino salvar el alma del propio Filemón. Porque, entiende Candiard, el abrazo de la fe, para que sea efectivo, debe ser voluntario, convencido y deseado.
  

-Normas, reglamentos... y un encuentro personal con Dios

"Ya se sabe que los curas echan sermones por todo. Con un aire grave, tono compasivo, pero mirada acusadora, explican cómo hay que vivir, y lo hacen con palabras abstractas. Le dirán cómo debe amar, lo que hay que hacer, pensar, creer...(...). Todo parece tan sencillo cuando dicen: 'Hay que'. Y es tan complicado cuando te esfuerzas por vivirlo".
 
Mientras, los fieles de buena voluntad "para tratar de poner un poco de orden en su vida, se esfuerzan por encuadrar la compleja realidad en categorías simples: qué está permitido, qué está prohibido, qué es obligatorio. Así esperan no equivocarse; no hacer las cosas demasiado mal o no hacer demasiado mal a su alrededor. Y piensan encontrar en la Iglesia lecciones de moral de las que esperan obtener algo de apoyo".
 
Pero, el autor, reconoce: "no hemos sabido acrecentar la libertad de quienes buscaron nuestra ayuda; todas esas veces que hemos juzgado más simple recordar la ley antes que invitar a seguir al Espíritu Santo; todas esas veces que, para imponer nuestra certeza, hemos entrado imprudentemente en la conciencia de los otros".
 
En este punto, Candiard, señala que para que el hombre sea verdaderamente cristiano y libre, especialmente de esas autoexigencias de sincera bondad tantas veces insatisfechas, debe descubrir que "Dios nos ama primero" y lo hace "de forma gratuita".
 
Puedes adquirir aquí el libro "La libertad cristiana", de Adrien Candiard.
 
"Para Pablo, que hasta ese momento había vivido siempre tratando de merecer el amor de Dios, fue un golpe repentino descubrir que es amado por entero y sin condiciones (...). Para él todo cambia porque, a partir de entonces, su vida no le pertenece más, y nunca fue más libre".
 
"No solo ha sido liberado de la obligación de cumplir esa maraña innumerable de mandamientos, sino, sobre todo, de esa voz interior que le repetía: 'si no lo logras, no vales nada y Dios ya no te amará'. No solo queda liberado de pesados deberes, sino también de una prisión mucho más pesada: él mismo".
  
Pablo sabía que no eran esos preceptos, que cumplía escrupulosamente como judío piadoso, los que lo liberaron, sino "el encuentro personal con Alguien que lo amó primero y gratuitamente", y por eso decide, entonces, dedicar su vida a predicar esta Buena Noticia.
 
"La única preocupación de Pablo será conducir a esa libertad a todos los que encuentra, y su temperamento fogoso solo montará en cólera cuando vea que, por encima de esa libertad hay quienes prefieren encerrarse en sus pequeños mandamientos, en su pequeña perfección, en su pequeña obra maestra personal -¡a veces incluso en nombre del mismo Cristo!-". 
 
"Así se entiende, sin duda, por qué Pablo en su carta a Filemón no le ordena liberar a Onésimo, su esclavo prófugo. Lo eficaz, parecería, es dar órdenes, poner una regla de conducta -o quizá manipular-. Pero lo que él tiene en la cabeza es algo más urgente y más importante todavía que la liberación de Onésimo: la liberación de Filemón. Para eso hay que ingeniárselas de otra manera".  
  
El papel de Pablo es mucho más cansado y arriesgado. Debe servir de asistente del Espíritu Santo para que sea solo Filemón el que termine abrazando la verdad. "Respetar la libertad de Filemón, ayudándolo a ver la verdad, no es tan fácil: es llevarlo a hacer el bien, sin ordenárselo; es ayudarlo a ser mejor, no a que haga esto o lo otro. Me parece que como nosotros estamos poco habituados a ello, nos cuesta reconocer lo bien que lo practica Pablo".
 

-Buenas acciones...  y el ofrecimiento completo del ser

Pero, "significa esto que los mandamientos no importan. ¿No estaré presentando una religión de perezosos y negligentes?". Al contrario, Pablo, tras su conversión camino de Damasco, comienza a cumplir cada mandamiento con el convencimiento de que es lo único que da la vida, y no por un posible miedo o por intentar hacerse merecedor del amor de Dios.
 
"Un rayo nos transforma más profundamente que la lectura del código penal. Pablo va hacer el bien, no porque tema al guardián del orden divino, o busque merecer su amor condicional, sino porque se desborda en su corazón ese amor que acaba de recibir. Esta moral tendrá sus exigencias -aún mayores que la precedente-, ya que no solo le pide tal o cual acción, sino el don de todo su ser".
  
Y, si fuera en realidad un planteamiento relativista o individualista. "La vida cristiana, se me dirá, no es hacer lo que quiero, sino lo que Dios quiere. Porque hacer lo que yo quiero antes que lo que Dios quiere ¿no es lo que desde hace siglos llamamos pecado?". Y, aquí el autor, introduce la historia de la caída en el Paraíso. 
 
"Dios no dijo: 'Os prohibo comer de ese fruto', sino: 'el día que comas de él, tendrás que morir' (...). El pecado de Adán y Eva es creer a la serpiente que les dice que Dios tiene con ellos una mala intención, que desea limitarlos, que les prohibe cosas buenas porque nos los ama. No comprenden que Dios simplemente les ha advertido por su bien; que la vida no es un terreno en el que se opongan la voluntad de Dios y la mía, en donde una progresa a costa de la otra".
  
"Si confundo virtud con sumisión a una voluntad divina incomprensible, entonces sigo pensando, en algún rincón de mi cabeza, que ese pecado que se me prohibió me haría bien. Seguimos pensando que el mal está en la transgresión, cuando en realidad lo que nos destruye es el pecado mismo. No se puede ser feliz contra la propia conciencia, cuando se está en guerra con uno mismo". 
 
"Si confundo virtud con sumisión a una voluntad divina incomprensible, entonces sigo pensando, en algún rincón de mi cabeza, que ese pecado que se me prohibió me haría bien".
 
Para el autor, un cristiano es aquel que desea el bien. "En la fe cristiana no hay vida moral sin vida espiritual. Solo la familiaridad con Dios nos libera del pecado que nos impide hacer lo que queremos y destruye nuestra libertad (...). La oración y los sacramentos no son condiciones previas a esta amistad, sino elementos que la nutren y la hacen crecer".
  

-Deseos voluntaristas... y una auténtica castidad

Pero, ¿qué se entiende por amistad? "Los afectos, sin embargo, no siempre son liberadores. Nuestra memoria familiar está repleta de padres con amor sofocante. No basta con querer el bien de la gente para hacerles el bien. Pablo, que tanto cuidado pone en velar por la libertad de Filemón, sabe marcar perfectamente la diferencia entre un apóstol y un gurú. Lo que añade a su amistad sincera es una virtud decisiva y delicada, que demuestra aquí: la virtud de la castidad".
 
"La castidad no es la ausencia de relaciones sexuales. La castidad consiste en amar en el otro, solamente a él mismo. Es amarlo por lo que es y no por lo que me aporta". Por eso la ausencia de relaciones sexuales "no tiene valor en sí misma, su ausencia es solo una herramienta para aprender a amar más. Y, como toda herramienta, puede servir también para todo lo contrario de para lo que está hecha".
 
"Todo es cuestión de prioridades: ¿qué es primero, ayudar a crecer en libertad, o evitar que se caiga en esa pendiente peligrosa hacia la que lo empuja fuertemente el mundo? Como dice el Magisterio de la Iglesia: 'No hay libertad sin riesgo'. ¿Quién sabe lo que elegirá? Lo dice la prudencia: poner una prohibición en este tema, para hacerle experimentar vergüenza y temor, sería sin duda un método más seguro, y tanto más eficaz para protegerse de los deslices".
 
Sin embargo, "he conocido a muchos jóvenes que han sufrido este tipo de acercamiento culpabilizador y no creo que sea algo realmente eficaz. Además de causar un malestar existencial duradero, esa manera de actuar infantiliza y provoca una relación ambigua con el pecado mismo. La inhibición no es la virtud, sino su caricatura; quizá su cadáver. Si el pecado es un bien deseable pero vedado, entonces, aunque me someta a la ley divina, una parte de mi seguirá buscando la primera ocasión de conseguirlo".
 
Por eso, "¿quién sería tan ingenuo para creer que bastaría con desechar las célebres prohibiciones opresivas de la moral judeocristiana para quedar libre de sentimientos y deseos? Ser libre es ser capaz de hacer lo que quiero. Lo que quiero, no lo que tengo ganas de hacer en el momento, que muchas veces se oponen y hasta se excluyen. Hay aquí muchas fuerzas en juego, que escapan a la voluntad y que no ayudan a ver claro".
 
"Al proponer la castidad como horizonte a la sexualidad, la fe cristiana no viene a complicar la ecuación ya bastante embrollada. Ofrece un criterio, y un criterio de liberación. La castidad no solo es respetuosa con el otro: es plenamente liberadora para mí. Es una verdad sorprendente, sin duda, pero que cada uno puede experimentar: en materia de sexualidad, lo que libera es la castidad. Cuanto menos casta es la sexualidad, más usa al otro como medio y no como una persona que hay que amar".
 
Por todo ello, "no es que como Dios no me prohibe nada yo puedo hacer lo que sea, sin preocuparme de mi libertad para elegir el bien. Pablo agrega, además, para estar seguro de ser bien comprendido: 'Todo me es lícito, pero no me dejaré dominar por nada'. No se trata de que me pliegue a unas reglas arbitrarias, sino de superar la tiranía del sentimiento y del deseo, poniéndolos al servicio de un amor más grande, que les dé sentido y orientación".
 

-Esfuerzos infructuosos... y la gracia liberadora  

"Llevamos en el corazón un pequeño pagano que quiere mantener con Dios relaciones claras, es decir, comerciales. El pagano de la antigüedad hacía todo con claridad: ofrecía un sacrificio a Neptuno a cambio de que el Dios del mar velara sobre su viaje. El amor gratuito de Dios nos desestabiliza; preferiríamos tener con Él algo más seguro: yo pago, él concede. Tratamos de comprarlo con esfuerzos (llamados comúnmente "sacrificios"): voy a misa en vez de quedarme a dormir y Tú, a cambio, proteges a mi familia".
 
"Esfuerzos que van contra nosotros mismos, por tanto Dios tiene que compensarlos. Todo esto lo hacemos para agradarle, nos complicamos la vida por Él, y por eso Él, a su vez, nos debe algo. El bien para Dios debe ser, necesariamente, un mal para nosotros, una privación, una dificultad, una concesión que le hacemos (...). Sin embargo, "el Reino de Dios que buscas no te será dado como recompensa de tus esfuerzos: ya te ha sido concedido como herencia".
  
"Mucho debe Onésimo, es cierto, a Filemón. Al fugarse lo ha privado de un esclavo que era de su propiedad. 'Ponlo en mi cuenta', escribe Pablo a Filemón, antes de añadir: 'por no hablar de que tú me debes tu propia persona'. No es una manera indirecta de decirle que, habiéndolo él mismo evangelizado, tiene ya una cuenta con él que lo dispensa de cualquier pago, sino que subraya lo miserable que es comportarse como un acreedor inflexible".
  
"Dios nos dice que, al perdonar nuestra deuda, al negarse a dejarnos en una relación de deudores hacia él, nos hace salir de una esclavitud casi automática, para hacernos entrar en un mundo totalmente distinto: el del regalo, el de la gratuidad. Todo es gracia porque todo nos es dado por Dios, que no espera nada a cambio. No nos lo hace pagar ni con la sumisión a sus mandamientos, ni con la obligación de asistir a algunos ritos. Todo es gracia, porque todo lo hemos recibido y nada debemos". 
 
"¿De todas maneras, a cambio, no deberíamos, al menos, amarlo? Pero el amor que es debido, no es amor. Incluso el amor que se puede comprar a fuerza de regalos, no es verdadero amor. El amor verdadero no se ordena ni se paga: se propone, se confía, se espera. Lo que llamamos la salvación es aceptar entrar en esta relación de amor con Dios, no por obediencia o temor del infierno, ni tampoco por educación ante la magnitud de su don, sino libremente, porque hemos presentido la increíble intensidad de su amor".
 
"Nada entristece más a Dios que el rechazo de la gracia. Para Él, que quiere que todos los hombres se salven, es el peor fracaso que se pueda imaginar. La gracia, cuando la aceptamos, no deja de hacer efecto en nuestra vida. Cuando la gracia entra en nosotros, se hace gratitud. Esto último no es reconocimiento, pues el reconocimiento no anula la deuda, sino, al contrario, la hace perenne. La gratitud es otra cosa. Es la alegría por el don recibido".
  

-Libertad individualista... y la aspiración a la fraternidad

"Pablo, por su parte, no corre el riesgo de perder de vista el destino del esclavo. Sabe muy bien que la fe cristiana que anuncia no es un espiritualismo, una técnica de meditación, que solo cambiaría mi ser profundo sin tocar nada del mundo que me rodea. No desprecia el deseo de Onésimo de una libertad efectiva con el pretexto de que solo cuenta la libertad interior. Sabe que la fe cristiana no es una huida imaginaria de este mundo. Pero Pablo no propone la abolición de la esclavitud, él quiere un cambio netamente más radical".
 
"Le refiere a Filemón: recobra a Onésimo 'no como esclavo, sino como algo mejor que un esclavo, como un hermano querido'. Y para estar seguro de que esta fraternidad no queda en una especie de fórmula piadosa e insípida, sino que es una realidad concreta, agrega que será para él un hermano 'humanamente y en el Señor'. Pablo elige y propone la vía de la fraternidad. Lo que cambiará el mundo según su estimación, no es la construcción de sistemas más o menos complejos e ingeniosos, sino mi relación con mis hermanos".
 
Puedes ver aquí la presentación de la obra en la editorial Encuentro.
 
"Ser hermano de alguien es tener con él una relación tan sólida que algunos altercados, o incluso una larga ausencia, solo la dañan superficialmente. Soy hermano de alguien cuando no podemos hacer como si no existiéramos el uno para el otro".