Artículo publicado hoy en el  Diario Ideal, edición de Jaén, página 27

Siempre, la Iglesia, madre y maestra, ha elevado a los altares a personas seguidoras del evangelio de Jesús de Nazaret, testigos vivientes de su programa contenido en las Bienaventuranzas salidas de la boca del Maestro allá en el monte con el fondo del mar de Galilea, lugar privilegiado de la predicación y los milagros del Señor.

Hasta ahora, con la historia de la Iglesia en la mano, todos los aspirantes a ser elevados a los altares por su vivencia de las virtudes heroicas, debían morir de modo natural o fruto de algún acto de violencia martirial. Ha así ha sido y será siempre, mientras no cambie la doctrina canónica recogida en la legislación eclesial.

En los últimos años, ha irrumpido estrepitosamente, en los medios informativos, la variante llamada filantropía, consistente en hacer el bien a los demás porque son seres humanos, pero nada más. Se han vaciado de sentido teológico y moral las siete Bienaventuranzas, proclamadas por Cristo, y se han llenado de un buenismo masónico, productor de personas “buenas”, pero muy alejadas de los valores y exigencias del camino al Reino de Dios.

Estos filantrópicos “buenos” están, incluso dentro de la propia Iglesia, revestidos de autoridad y poder, pegados a amistades de elevada altura y amigos de salir con determinados medios informativos guardados a la sombra de la filantropía más descarada. De esta manera se pagan servicios prestados y se camufla la verdadera cara de la filantropía: la hipocresía más severa semejante a la de los sepulcros blanqueados a los que Jesús denunció y señaló con el dedo.

Pero, faltaba un escalón para llevar la filantropía a su máximo rango: promover actos para llevar, en vida del aspirante, hasta los altares laicistas dando a los cristianos poco formados, una muestra de cómo otra “iglesia” es posible, de cómo la Iglesia Católica oficial puede pasar a la retaguardia, dado su carácter caduco y envejecido.

Ahora se lleva la “iglesia de la filantropía”, la reunión de un montón de gentes, amigas de los dispendios económicos, ya que tiran con pólvora real, y de los reportajes en un marcado lado de los medios de comunicación, que les doran la píldora y no rehúyen con valentía el tirar de la careta de cartón piedra que portan en el rostro todo filantrópico que se precie de serlo.

En nuestro Jaén tenemos una representación de esta “iglesia de la filantropía”. Todos sus miembros no llevan ningún brazalete, ni escudo ni nada parecido que los diferencie del resto de hijos de la Iglesia Católica. Es solamente el olfato de los cinco sentidos de la fe católica, quien nos ayudará a separar a los lobos de las ovejas. Con el acto de elevar a los altares laicistas a personas vivas han dado un paso esencial para saber el terreno que pisamos y con las gentes con las que nos jugamos la existencia católica, sin caer tontamente en sus redes, que son sutiles, fuertes y muy difíciles de romper para huir al Camino de la libertad de los hijos de Dios, que es Jesús de Nazaret. Y nunca un chamán que con el buenismo en la boca deja a sus víctimas dormidas con la cerbatana disparada desde la oscuridad del follaje de una selva dominada por estos personajes siniestros, cuyo número crece como hongos otoñales.

Tomás de la Torre Lendínez