Con la firma, en 1713, del Tratado de Utrecht, que pone fin a la Guerra de Sucesión Española y consolida en el trono a la nueva dinastía de los Borbones, España pierde todas sus posesiones italianas, tanto en el norte (Milán), como en el centro (Cerdeña), como en el sur (Sicilia y Nápoles), y también las que aún le quedan en Flandes, -más o menos la actual Bélgica-, así como Gibraltar y Menorca. Se queda sin posesiones europeas más allá de las peninsulares, aunque con su vasto imperio afro-asio-americano sigue siendo la primera potencia del mundo, y aún seguirá siéndolo durante otro casi entero siglo por más que la Historiografía oficial se empeñe en que en Utrecht, pasa España a ser una potencia de segunda, y las grandes potencias son, desde ahora, Francia e Inglaterra. ¡Nanay!

             Eso sí, la herida supura, y se presenta como una urgencia recuperar el poder perdido. A ello se pone sin demora el valido de Felipe V, el Cardenal Giulio Alberoni, que tan pronto como 1717, ha recuperado ya las islas de Cerdeña y Sicilia.

             Envalentonado con los logros, en 1719 pone proa a una nueva isla, isla que no es otra que... ¡la mismísima Gran Bretaña! El plan es tan ingenioso como bien urdido: una tropa de trescientos infantes de marina del Regimiento Galicia debería entrar por Escocia y, con la ayuda de algunos clanes de las Highlands, conquistar la importante ciudad escocesa de Inverness. No es, en realidad, el verdadero objetivo de la operación, sino sólo una maniobra de distracción destinada a atraer el ejército británico hacia el norte. Porque mientras tanto, el inglés James Butler, II Duque de Ormonde, -que por cierto, había derrotado a los españoles en Rande en 1702-, al mando de cinco mil españoles, entraría en Inglaterra por el sudoeste, donde reclutaría un gran ejército con el que conquistar, ni más ni menos, que la gran capital londinense.

             ¿Por qué habría de hacer algo así el Duque de Ormonde? Pues bien, razones no le faltan. Muerta la reina Ana de Inglaterra sin sucesión, -a pesar de haber tenido ¡diecinueve hijos!, todos muertos-, la corona inglesa pasa a una nueva dinastía con escaso derecho, los Hannover, en la persona de Jorge I. Y todo, porque los ingleses se niegan a sentar en el trono al que es el legítimo propietario del mismo, Jacobo III Estuardo, hermano de Ana y también de María II (que había reinado antes que Ana). Todos los tres hijos de Jacobo II.

             ¿Y eso por qué? Pues por una sencilla y única razón: que Jacobo, hijo de la católica María de Módena, segunda esposa de Jacobo II, es católico, mientras que sus hermanas, hijas de Ana Hyde, primera esposa del rey inglés, no lo son.

             Pues bien, Ormonde es ferviente partidario de Jacobo. Así que el objetivo de la campaña no es, propiamente, conquistar Inglaterra, sino simplemente, cambiar el rey. El argumento pincha una neurona ¿verdad? Porque no es otro que el que algo más de un siglo antes había dado lugar al episodio de la Felicísima Armada, la Armada Española, la Gran Armada, la Armada Invencible, llámelo Vd. como quiera, será por falta de nombres… Su objetivo es tan el mismo, que en ambos casos consiste en sentar en el trono inglés a un Estuardo católico: en 1588, María de Escocia Estuardo en lugar de Isabel I Tudor; en éste, Jacobo III Estuardo en lugar de Jorge I Hannover.

             El 7 de marzo la flota, compuesta de cinco barcos de guerra, veintidós transportes, cinco mil soldados, y armas para 30.000 hombres, parte de Cádiz al mando del jefe de escuadra don Baltasar de Guevara, para recoger a Ormonde en La Coruña y continuar hacia tierras británicas. Pero –y como ya sucediera con la desdichada Armada “Invencible”, una vez más las similitudes-, se desata un fuerte temporal, -esta vez muy doméstico, en el mismo cabo de Finisterre-, el cual da al traste con la operación.

             Los que sí habían llegado, en cambio, a destino, son los 307 soldados españoles que habían partido en dos fragatas del puerto de Pasajes el 7 de marzo hacia Escocia, al mando del coronel Nicolás de Castro Bolaño, que, por supuesto, ni siquiera saben que la flota que debía entrar por el sur había sido desbaratada por “los elementos”. Al poco, llega el resto de los hombres de la misión: el Marqués de Tullibardine, que toma el mando de la operación, el Marqués de SeaforthJames Keith... De acuerdo con lo estipulado, los barcos son devueltos  a España.

             Acuartelados en el castillo de Eilean Donan, los escoceses en ningún momento se niegan a tomar Inverness según lo acordado, pero eso sí, no sin antes conocer a ciencia cierta que la flota española tan esperada ha desembarcado por el sudoeste. Entretanto esperan, el 9 de mayo cinco navíos británicos al mando del Comandante Boyle se presentan ante el castillo, que defienden apenas medio centenar de españoles, y lo toman fácilmente. Los prisioneros son trasladados a Edimburgo.

             La situación del resto del ejército, unos mil soldados de los que 250 españoles, no es mejor, habida cuenta de que los clanes escoceses, conocedores ahora sí de que no había habido desembarco en el sudoeste de Inglaterra, se niegan a unirse a la insurrección.

 

Batalla de Glenshiel. Peter Tillemans. 

 

            El General Wightman, al mando del destacamento de Inverness, se pone en marcha con su ejército, y el 10 de junio presenta batalla en Glenshiel. Los españoles del Coronel Bolaño resisten toda la noche, pero highlanders y jacobitas huyen, así que a la mañana siguiente los españoles se rinden. Serán trasladados a Inverness, y luego a Edimburgo. La espera no va a ser larga, pues en el mes de octubre se hallan ya todos de nuevo en casa, sanos y salvos.

             ¿Y Alberoni? ¿Qué pasa con el audaz Alberoni que con tanto afán se tomara la recuperación de España en el escenario europeo? Tampoco a él le sonríe la suerte por mucho tiempo. La derrota española, pocos días después, en la llamada Guerra de la Cuádruple Alianza que la enfrentaba a las principales potencias de Europa, Francia, Gran Bretaña, Países Bajos y Sacro Imperio, -un “todos contra uno” que, sin embargo, no será excesivamente gravoso para los intereses de España, que simplemente se queda como estaba al empezar la guerra, tal era todavía el poderío español-, llevará a Felipe V a prescindir de sus servicios y a desterrarlo.

             Y así, el 5 de diciembre del mismo año de 1719 pone rumbo a Italia, donde a pesar de no gozar de la simpatía del Papa, Clemente XI primero, Inocencio XIII después, participará, en su condición de cardenal, en hasta tres cónclaves (en uno de ellos incluso se halló entre los “papables”), mandará las tropas pontificias en la toma de San Marino en 1739, para terminar dirigiendo en Piacenza un hospital de leprosos, convertido luego en escuela para niños pobres. Todo un personaje.

             Y éstas son las aventuras y desventuras de la “Segunda Armada Invencible”, si me permiten Vds. el provocativo nombre. Tan parecida a la primera, si bien de distintas dimensiones, eso sí. Y tan desconocida. Pero bueno, ¿qué parte de la gloriosa historia de nuestra patria no lo es?

             Que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos.

 

            Luis Antequera.