Así empiezan muchos a llamar a estos chicos que han acometido ya su paso por la universidad y se disponen a abordar una nueva etapa de su vida en la que encuentren un modo de vida suficiente y digno, y tal vez formen familias y tengan descendencia. Una generación algo diferente de las que les precedieron, que, según se dice, ve desmoronarse un mundo y no atisba como crear otro.

             Es verdad, desde luego, que se trata de una generación diferente a las dos o tres que les precedieron inmediatamente antes, donde las reglas y los “tiempos” estaban muy claros. Se preparaba uno para trabajar, o como aprendiz, o cursando una formación profesional, o realizando una carrera en la Universidad; se procedía a continuación, y sin más demora, a trabajar o a llevar su hogar (más bien lo primero si se era hombre, más bien lo segundo si se era mujer); se casaba uno y tenía descendencia; se retiraba, cobraba su pensión y aquí se producía la lotería: si uno se moría pronto, perdía parte de lo que había pagado en seguros sociales; si uno se moría tarde, recuperaba lo aportado multiplicado.

             Sí, es verdad que este proceso conoce ya sus últimos tiempos y se desmorona por todas partes. Ahora bien, ¿se trata de la única generación sin esperanza de la Historia? Pues no, ni muchísimo menos: la excepción no son ellos, la excepción fueron las tres generaciones que les precedieron a partir de los años 50, tanto en España como en el resto de Europa y algunos otros lugares del mundo. Porque las generaciones anteriores a esas tres tenían tanta incertidumbre como la actual, por no decir mucho más. Esta generación al menos parece seguir teniendo la seguridad de que si uno de sus componentes cae enfermo, la sociedad acudirá en su socorro para ayudarle a recuperar la salud. Mucho o poco, poco o mucho, casi todos hallarán algún modo de subvenir a sus necesidades, en forma de ayudas, o estatales o familiares. Pues bien, esto son circunstancias que no conocieron las generaciones anteriores a los años 50 que estaban tan desesperanzadas como la de ellos. No, la excepción no es esta generación a la que llamamos “sin esperanza”; la excepción fueron las tres generaciones que les precedieron, las primeras (y únicas) de la Historia que vivieron con cierto grado de certidumbre y seguridad, imaginando con alto grado de probabilidad la siguiente fase que le tocaba vivir.

             Si hay, sin embargo, dos cosas que diferencian a esta generación de las generaciones anteriores a los años 50 del pasado siglo que vivieron con parecido grado de incertidumbre al que ellos tienen hoy.

             La primera es que se trata de la primera “generación sin esperanza”  de la Historia precedida de otra generación que no estuvo igualmente desesperanzada. Porque las generaciones anteriores a los años 50 que pasaron por similar sensación de incertidumbre, sucedían siempre a una generación que no había tenido mayor grado de certidumbre que ellos. Esta singularidad lleva a la presente “generación sin esperanza” a sentir un rencor respecto a sus mayores que no conocieron las precedentes “generaciones sin esperanza”. Justo es reconocer que la generación anterior a la presente, aquélla que la crió, haría bien en proceder a un período de reflexión, para preguntarse por qué ellos no han sido capaces de transmitir a sus hijos “un mundo esperanzado” como el que sí recibieron ellos de sus padres, y sus padres de sus abuelos, y éstos de sus bisabuelos, porque, efectivamente, son muchas las cosas que han hecho mal. Por decir sólo una, tal vez la más significativa, no transmitir a sus hijos la cultura del esfuerzo.

             La segunda “singularidad” deriva justamente de donde hemos dejado la anterior. Se trata de que esta “generación sin esperanza”, producto de no conocer el esfuerzo que valen las cosas por la sobreprotección que recibieron de sus padres, es muchísimo más frágil, tanto física como, sobre todo, psicológicamente, que las generaciones “sin esperanza” que les precedieron en la Historia, de las que, como hemos dicho, están separadas por tres promociones (75 años) que son las primeras y únicas hasta ahora en la Historia, que han vivido la situación de la plena certidumbre (hasta donde el ser humano es capaz de tener la plena certidumbre, claro está). Una debilidad que les puede llevar a sucumbir ante las veleidades y dificultades de una vida normal, y derrumbarse con facilidad. Algo que no le sucedió a las anteriores “generaciones sin esperanza”: enfermaban, empobrecían, morían, pero no se derrumbaban, sino que aceptaban esas eventualidades como parte de la vida, cosa que esta nueva generación “sin esperanza” no alcanza a aceptar.

             Que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos.

 

 

            ©Luis Antequera

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