Acerca de la decisión del Papa de conceder el permiso especial para que todos los sacerdotes puedan perdonar a los penitentes que se acerquen al confesionario del pecado de aborto durante el año de la misericordia se han dado dos reacciones: una minimalista y otra maximalista.
 
La primera aduce que de ese modo se minimiza el pecado. A esto ya respondió el portavoz oficial del Vaticano, P. Federico Lombardi, quien dijo que "La prerrogativa que ha concedido el papa Francisco, durante el Año Jubilar de la Misericordia, para que los sacerdotes puedan perdonar el pecado del aborto no significa minimizar este crimen, sino hacer entender a quien lo ha cometido la gravedad del mismo" (cf. ZENIT 01.09.2015).


La postura maximalista se sorprende de que el aborto siga siendo considerado un pecado tan grave (de ordinario sólo el Papa, los obispos y algunos sacerdotes designados por ellos pueden perdonar el pecado de aborto) y que siga implicando la ex-comunión.
 
La mejor explicación que de esto he encontrado hasta el momento es la que Juan Pablo II dio en la encíclica Evangelium Vitae n. 58:
«La gravedad moral del aborto procurado se manifiesta en toda su verdad si se reconoce que se trata de un homicidio y, en particular, si se consideran las circunstancias específicas que lo cualifican. Quien se elimina es un ser humano que comienza a vivir, es decir, lo más inocente en absoluto que se pueda imaginar»
Termino con un comentario más: la ex-comunión no sólo aplica para la mujer que deja que le sea practicado el aborto sino para todos aquellos que colaboran directa o indirectamente. Por tanto, creo que el núcleo de personas que se pueden beneficiar de este regalo que da el Papa para reconciliarse con Dios son muchas más de las que podemos imaginarnos.