SED DE ETERNIDAD

El alma es un vaso que solo se llena con eternidad.
(Amado Nervo)

         Cuando el mundo exterior lo deja, Unamuno se adentra en sí, a la rumia íntima de sus congojas trascendentes. A su amigo Jiménez Ilundaín, escribe en agosto de 1902:

      Yo no digo que merecemos un más allá, ni que la lógica nos lo muestre; digo que lo necesito, merézcalo o no, y nada más. Digo que lo que pasa no me satisface, que tengo sed de eternidad, y que sin ella me es todo igual.

      Yo necesito eso, ¡lo ne-ce-si-to! Y sin ello ni hay alegría de vivir ni la alegría de vivir quiere decir nada. Es muy cómodo eso de decir: ¡Hay que vivir, hay que contentarse con la vida! ¿Y los que no nos contentamos con ella?

          Eternidad es una palabra que ha caído en desuso. Se ha convertido en una especie de tabú para el hombre moderno. Se piensa que este pensamiento es una evasión, un pretexto para apartarse del compromiso concreto para cambiar el mundo. Como dice Hegel: «Es un desperdiciar en el cielo los tesoros destinados a la tierra».

         ¿Pero cuál es el resultado? La vida, el dolor humano, todo se hace inmensamente más absurdo. Se ha perdido la medida. Si falta el contrapeso de la eternidad, todo sufrimiento, todo sacrificio, parece absurdo, desproporcionado, nos «desequilibra», nos echa por tierra.

         Parece una contradicción pero, realmente, no es quien desea la eternidad el que muestra que no ama la vida, sino quien no la desea, porque se resigna fácilmente al pensamiento de que la vida tiene fecha de caducidad.

         Sería una enorme ganancia, no solo para la Iglesia, sino también para la sociedad, redescubrir el sentido de eternidad. Ayudaría a reencontrar el equilibrio, a relativizar las cosas, a no caer en la desesperación ante las injusticias y el dolor que hay en el mundo, aún luchando contra ellas. Ayudaría, y no poco, a vivir menos frenéticamente.

         Hay que estar atentos a no buscar la experiencia del infinito en la droga, en el sexo desenfrenado y en otras cosas en las que, al final, solo queda desilusión, vacío y muerte. «Todo el que beba de esta agua volverá a tener sed», dijo Jesús a la samaritana. Hay que buscar lo infinito hacia lo alto, no hacia abajo; por encima de la razón, no por debajo de ella.

         El poeta, filósofo y filólogo italiano Giacomo Leopardi en la poesía «El infinito», habla de un cercado que oculta de la vista el último horizonte. ¿Cuál es para nosotros este cercado, este obstáculo que nos impide mirar hacia el horizonte último, hacia lo eterno? Cada uno debe descubrir su cercado, pero la solución la apunta Gabriel Marcel: «Debemos vivir y trabajar, en cada momento, como si tuviésemos la eternidad ante nosotros».

         Hay muchas contradicciones aparentes en la vida y una de ellas es que, para vivir a tope lo temporal, hay que tener sed de eternidad.