Si lo hago porque Dios lo sabe, entonces no soy libre. En cambio, si Dios lo sabe porque yo lo hago, entonces, no lo sabe todo —pues tiene que esperar a que yo lo haga para saberlo—, y no es Dios. Acentuar la primera opción, diluye la consistencia del accionar humano, y lleva a formular nuevas preguntas como: Si la voluntad de Dios se va a cumplir siempre, ¿de qué sirve rezar? Acentuar lo segundo, en cambio, diluye la omnisciencia y omnipotencia divinas.

Esta cuestión se resuelve por elevación. Parece un callejón sin salida porque la pregunta se formula desde la comprensión del conocimiento y del poder divinos como si estos estuvieran sujetos al tiempo. Pero Dios no está sujeto al tiempo, sino que su “tiempo” es la eternidad. La eternidad no es una sucesión “al infinito”, sino la ausencia total de sucesión: Dios es en un instante eterno, en un eterno presente.

Visto esto así, Dios no sabe lo que vas a hacer antes de que lo hagas, sino que lo sabe porque te ve haciéndolo. Dios no tiene un plan previo que podría no cumplirse, sino que el plan de Dios, desde nuestra perspectiva, se va armando en nuestro presente, y nosotros somos auténticos protagonistas de nuestra historia.

Para quien le resulte de interés, este tema está un poco más desarrollado en este episodio de La Taberna de Tomás.