Llevaba Santa Faustina Kowalska unos días algo inquieta por unas visiones que tenía. Dudando de si eran de Dios o, al contrario, eran provocadas por el demonio para confundirla, lo habló con su confesor. Este, que era una persona muy espiritual como después se demostró, le dijo: “La próxima vez que veas la visión pregúntale cuál fue el último pecado que te perdonó Dios”.

Así lo hizo Santa Faustina y en la próxima ocasión que tuvo dijo a la visión: “¿Cuál es el último pecado que me perdonó Dios?” Y la visión respondió: “No me acuerdo”.

Volvió la Santa al confesor y le contó la respuesta recibida, a lo que este dijo: “Verdaderamente es Dios a quién ves”.

Sirve esta conmovedora anécdota para ver cómo perdona Dios, que ni se acuerda (si es que se puede hablar así de Dios) de los pecados que perdona. Y si Él lo hace así, ¿no vamos a tratar de hacerlo nosotros de la misma manera?

Pero en realidad adonde quiero llegar es a que para que el ejemplo sea completo hay que tener en cuenta que Dios perdonaba a la Santa que se arrepentía, y mucho, de sus faltas; tenía dolor de los pecados; los confesaba con un confesor; y cumplía la penitencia.

Digo esto por todos aquellos que dicen que no se arrepienten de nada (ni siquiera de las faltas ante Dios o el prójimo), que Dios perdona a todo el mundo (¿incluso sin que pidan perdón?), que Dios ama a los pecadores (sin añadir “los pecadores que se arrepienten”), que se confiesan directamente con Dios (en vez de con un confesor como Él nos dijo), etc., etc.

Aramis