COLABORADOR  INVITADO:


P. Fernando Pascual Aguirre de Cárcer, L.C.

Nació en Barcelona en 1961. Ha estudiado humanidades en Salamanca, Filosofía, Teología y Bioética en Roma. Recibió el doctorado en Filosofía en 1995,  y la licenciatura en Teología en 1997. Actualmente enseña Filosofía y Bioética en el Ateneo Regina Apostolorum (Roma). Ha publicado, entre otros, los siguientes libros: "Educación y comunicación en Platón" (1996), "Abrir ventanas al amor" (2000), "La vida como don" (2002), "Modelos de bioética" (2005) y "Valores, bioética y vida social" (2009). Es sacerdote de la congregación de los Legionarios de Cristo. 
 



Cristo ha llamado la atención de millones de hombres y mujeres de todos los tiempos y de lugares muy diferentes del planeta.

Unos llegaron a conocerle desde el ambiente familiar. Otros, a través de algún compañero o profesor. Otros lo descubrieron simplemente al quedar impresionados por el testimonio callado de un conocido. Otros con la lectura de la Biblia, de algún libro o de una página de Internet.

Ante Cristo, surgen las preguntas: ¿es el verdadero Salvador? ¿Hay que esperar a otro? (cf. Lc 7,19). ¿Es el Camino, la Verdad y la Vida (cf. Jn 14,6)? ¿Es el Pan bajado del cielo (cf. Jn 6,58)?

¿Cómo podemos resolver estas preguntas? ¿Existe un medio seguro para recibir su mensaje puro, sin adulteraciones, completo, con sus claras exigencias y con sus maravillosas promesas de salvación y de bienaventuranza?

Conocemos mejor a Cristo desde el gran regalo de la fe. Cuando abrimos el corazón a la acción de Dios; cuando dejamos que purifique nuestro pecado y nos arranque las escamas de los ojos; cuando escuchamos su invitación a no tener miedo y a confiar, empezamos a vivir en el mundo maravilloso de quien cree, de quien descubre ante sí horizontes insospechados de esperanza.

Pero el camino hacia Cristo no puede hacerse en soledad. Somos y vivimos con hombres y mujeres del pasado y de nuestro tiempo. Pensamos continuamente desde lo que nos dicen, con palabras o con gestos, quienes de algún modo llegan a hacerse presentes en nuestras vidas.

Esto vale también para la fe: creer y seguir a Cristo es posible sólo como hermanos, en la misma Iglesia.

Lo recordaba el Papa Benedicto XVI en la homilía durante la misa conclusiva de la XXVI Jornada Mundial de la Juventud (Madrid, 21 de agosto de 2011):

“Pero permitidme también que os recuerde que seguir a Jesús en la fe es caminar con Él en la comunión de la Iglesia. No se puede seguir a Jesús en solitario. Quien cede a la tentación de ir «por su cuenta» o de vivir la fe según la mentalidad individualista, que predomina en la sociedad, corre el riesgo de no encontrar nunca a Jesucristo, o de acabar siguiendo una imagen falsa de Él”.

Desde la experiencia de la fe en la Iglesia, conocemos al Maestro. Entonces inicia el milagro: la fe que inició apoyándonos en otros, nos lleva a hacernos misioneros, a ayudar a quienes están más o menos cerca. Así lo explicaba el Papa en la homilía antes citada:

“Tener fe es apoyarse en la fe de tus hermanos, y que tu fe sirva igualmente de apoyo para la de otros. Os pido, queridos amigos, que améis a la Iglesia, que os ha engendrado en la fe, que os ha ayudado a conocer mejor a Cristo, que os ha hecho descubrir la belleza de su amor”.

La fe en Cristo desde la Iglesia es como un torrente. Llega a nosotros y se desborda hacia tantos hombres y mujeres que necesitan descubrir el tesoro escondido. Juntos, entonces, podremos gritar con las palabras y con la vida que Jesús es el Señor, para gloria de Dios Padre (cf. Mt 13,44; Ef 3,5; Flp 2,11).