“El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; al que me ama, lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él” (Jn 14, 21)

San Anselmo, uno de los grandes pensadores cristianos de la Edad Media, acuñó una frase que resume muy bien la actitud del creyente en la búsqueda de la verdad, en el estudio de la filosofía: "Credo ut intelligam” (creo para entender). La fe, según San Anselmo, abre a nuestra inteligencia nuevos horizontes; nuestra razón, cuando llega a su límite, recibe la ayuda de la fe y puede así otear nuevas perspectivas.

Sin embargo, eso no es suficiente, porque el hombre no es sólo razón, no es sólo inteligencia. O, mejor dicho, hay una sabiduría que se aprende de un modo distinto al estudio y a la reflexión. Es la sabiduría del corazón. Aquella de la que dijo Pascal: "El corazón tiene razones que la razón ignora". Se trata de disponer de ambas fuentes de conocimiento: la razón, y el corazón, es decir, el amor. Es el amor el que nos hace entender o por lo menos aceptar ciertas cosas. Así lo enseñó Jesús cuando dijo: "Al que me ama... me revelaré a él". No dijo: "Al que piensa en mí", ni tan siquiera "al que cree en mí" -aunque ya la fe es una forma de amor-. Hace falta amar a Jesús para entenderle del todo, del mismo modo que una madre entiende al hijo más que nadie, precisamente porque le ama. Ama, pues, y entenderás.

De este modo, la “palabra de vida” de esta semana nos invita a ser hombres completos, que no usen sólo una parte de sus cualidades o capacidades. Nos invita a utilizar la cabeza, pero también el corazón. Nos invita a amar, sabiendo que el amor es la puerta de la fe, la puerta del entendimiento de las cosas de Dios y también de las cosas de los hombres. Cuando amamos, y sólo cuando amamos, es cuando nos damos cuenta de la sabiduría, de la razón, que tiene la Iglesia para mandar ciertas cosas y prohibir otras.