La Real Archicofradía del Rosario de Nuestra Señora de Atocha me encargó este año el pregón de las fiestas de Nuestra Señora de Atocha, la imagen más antigua de Madrid, una preciosa Virgen negra, probablemente del s. XIII, que aparece ofreciendo al Niño una manzanita. Estas fueron, en tan magna ocasión, mis palabras dedicadas a la Santa Virgen de Atocha.

 

Como humilde pregonero

en ocasión tan honrosa

de las fiestas de esta iglesia

que a vuestro nombre se advoca

Santísima Virgen de Atocha,

toca a mí, Santa Señora,

en este día preciso

de vuestro nombre, la loa,

cantando a los cuatro vientos

vuestros hechos, vuestras glorias,

para que todos las sepan,

para que todos las oigan,

y oyéndolas por su orden

que todos bien las conozcan.

 

Pues bien Señora bendita,

pues bien bendita Señora.

Dicen los más antiguos

que la imagen milagrosa

que hoy vemos en esta iglesia

de vuestra santa persona,

la esculpiera con paciencia

y sus manos laboriosas

el gran santo Nicodemo.

 

El mismo que en buena hora

según de Juan su Evangelio

el cuerpo inerte y exhausto

del Hijo que tanto adoras,

de la cruz lo descendiera,

y en la hora tenebrosa

de su cruel crucifixión

y su tortura espantosa,

embalsamara su cuerpo

de mirra y otros aromas

y lo cubriera en un lienzo,

y le diera tumba honrosa,

desde la cual, a la muerte

vencer en la magna hora

que los profetas narraran

y los cristianos pregonan.

 

Y dicen también algunos

que al ver tu imagen preciosa,

de mixturas tu carita

y de colores tu ropa

pintara ni más ni menos

que el que ensalzara la gloria

de tu hijo, el nazareno.

Aquél que pasa a la historia

por su tercer evangelio,

y que todos Lucas nombran,

de sacrosanto recuerdo

y de bendita memoria.

 

Y dicen los más antiguos

que estando en Constantinopla

o en tierras de Antioquía,

hasta esta tierra remota

de los campos madrileños

en el meridión de Europa

trajeron tu icono bello

hombres de santa memoria,

discípulos de San Pedro

enviados desde Roma

a cristianizar España

en buena y excelsa hora.

 

¿Que sí, que no, que tal vez?

Entre vos y yo Señora,

que sea cierto o no sea,

¡a quién de verdad importa!

 

Si todos quieren creerlo

y a todos les reconforta

pensar que así acontecieron

en su momento las cosas,

¡quién soy yo para negarlo

quién es nadie en esta hora

para intentar demostrarnos

que sea falsa la historia!

 

Y un buen día decidiste

hacerte al mundo vistosa,

y para hacerlo elegiste,

entre las variantes todas,

aparecerte en imagen

tangible y maravillosa

a un hombre justo y honesto,

escritor de bellas glosas,

de vidas de santos grandes,

y de historias milagrosas:

Ildefonso de Toledo,

varón de vida virtuosa,

forjador de aquella España

de raíces visigodas

que quería ser cristiana,

y de tu imagen devota.

 

Y así un buen día cualquiera

esa tu estatua preciosa

de cara tostada y bella

en madera primorosa

en la que ofreces al Niño

una manzana sabrosa,

junto al río Manzanares

los madrileños la portan.

No debió ser de tu agrado,

cuando una jornada que otra

abandonaste la ermita

dejándola fría y sola.

 

¡Qué susto aquel pobre alcalde!

Gracíán Ramírez lo nombran,

cuando al ir a visitarte

como hacía a todas horas

cada día por la tarde,

con las piernas temblorosas

y el aliento contenido

entre llantos y zozobra

comprueba que ya no está

en la ermita su Señora.

 

“¿Qué ha pasado?” se pregunta.

“¿Dónde estás madre amorosa?”

Y por fin alguien te encuentra

en un erial de macollas

a las puertas de Madrid,

lleno de zarzas y hojas,

y de altos y firmes juncos

que algunos llaman atochas,

y otros los llaman espartos,

que ambos son la misma cosa,

elegida como sede

por tu sagrada persona

para reinar en Madrid

como la Virgen de Atocha.

 

Pero corren tiempos duros

en las tierras españolas.

Son tiempos de Reconquista

y de dominancia mora

que del apóstol Santiago

hacen peligrar su obra.

El infiel se enseñorea

de la tierra que un día Roma

llamara Hispania fecunda,

y Al Andalus llaman ahora.

 

Moros atacan tu ermita

juzgando amenazadora

tu presencia en estos pagos.

Pero Gracián y sus tropas,

-aquel alcalde que triste

tanto te llorara otrora,

¿te acuerdas Santa María?

¿te acuerdas santa Señora?-

defienden con valentía

el lugar en el que moras

desde el día que a él viniste

por decisión tuya propia.

 

Alfonso décimo el Sabio

también te ofrece dos glosas

llenas de amor y poesía

en sus cántigas famosas.

 

En ellas narra milagros

y cosas maravillosas

que todos los que te quieren,

con gratitud rememoran,

bendita Santa María

bendita Virgen de Atocha.

 

Era una madre que al campo

a labrar se fue con otras,

y mientras así lo hacía

metiose su hijo en la boca

una malhadada espiga

que sin remedio lo ahoga.

 

En esas estaba el niño

cuando lo traen hasta Atocha,

y ante la Virgen bendita

la madre reza devota:

“Sé que Tú puedes salvarlo,

bendita Virgen de Atocha,

pues no hay nada que no puedas,

Tú puedes todas las cosas”.

 

Y al punto ve que del niño

por el costado le brota

la espiga que lo ha matado.

Niño y madre juntos lloran.

Al niño ha resucitado

la Virgen Santa de Atocha.

 

Y canta también el Rey

que todos el Sabio nombran,

con oportunas palabras

en otra más de sus glosas

el caso de aquel labriego

cuyas manos se agarrotan

y ni abrirlas puede ya,

mientras pierde la recolta

y el hambre asalta su hogar.

 

Ante la Virgen de Atocha

confiesa sus mil pecados,

y al punto el labriego nota

que se han abierto sus manos.

 

San Isidro Labrador

no se hace nunca a la obra

sin pasar por vuestra ermita

saludando a su patrona.

Y quiere un día la Parca

realizarle una encerrona

y mientras está en el campo

trabajando con su esposa

María de la Cabeza

que trabaja por dos mozas,

el hijo que tienen ambos

a un pozo se cae de brozas

y no es posible sacarlo.

 

Pide el santo a la de Atocha

su intercesión ante Dios

y al punto las aguas brotan

lanzando hacia arriba al hijo

que se salva de esta forma

de una muerte asegurada

tremebunda y espantosa.

 

Y el Fénix de los Ingenios

de la rima y de la prosa,

Don Lope de Vega y Carpio,

también ante Vos se postra.

Y en unos versos sencillos

con respeto te menciona

de tu humildad admirado:

 

“No quiso montes serrados,

ni Peñas de Francia altivas

a nuestros ojos esquivas…

sino atochas, y sembrados”.

 

¿Y qué decir Virgen Santa

de la admiración devota

que os profesa desde antiguo

la monarquía española?

 

El gran Felipe segundo

señor de un tercio de Europa

y de más de medio mundo,

jamás Madrid abandona

sin postrarse unos segundos

a los pies de su patrona.

No es el primero que lo hace

pues antes que él ya oran

rendidos a vuestros pies,

otras reinas españolas

y otros reyes españoles

que se quitan la corona

cuando se hallan ante aquella

que en vuestra frente reposa.

 

Al tercer de los felipes

en la cama mortuoria

acompañas y confortas

cuando le llega la hora.

 

Y hasta tres mil veces, dicen, tres mil,

Felipe cuarto se postra

a pediros bendición,

tal vez también otras cosas

y por supuesto perdón,

el perdón que sólo implora

ante Dios Nuestro Señor

y su abogada en España

que no-es otra que Vos.

 

Y al terminarse la boda

del pobre Carlos Segundo

de malhadada memoria

aunque no fuera mal rey

como le acusa la Historia,

el manto y una corona

quiso dejaros en prenda

de su admiración devota.

De donde nace quizás

la costumbre nunca rota

de que los Reyes de España

cuando consuman su boda

a vuestros pies se arrodillan

y un ramo de flores donan.

Así harán Doña Sofía

y Don Juan Carlos primero

y también Doña Letizia

y nuestro rey Felipe VI

 

Testigo fuisteis Señora

de la unión más amorosa

que en la vida de monarcas

ocurrió nunca en la Historia:

la que uniera a Don Alfonso

duodécimo del nombre,

con su prima más hermosa,

María de las Mercedes.

 

Y hace no tanto ante Vos

se han presentado gozosas

apenas recién nacidas

la princesita de Asturias

y la infantita Sofía,

a las que Dios, en su gloria,

a las dos dé larga vida

 

De España su protectora

y de todo el Nuevo Mundo,

y de Madrid su patrona

porque así Vos lo quisisteis,

os declara la Corona.

Y cada vez que sonríe

a las tropas españolas

en algún lugar del orbe

el sabor de la victoria,

nunca falta un rey de España

para ofreceros, Señora,

el laurel de la batalla,

y el honor de la victoria.

 

La Orden Predicadora

de antigua y probada alcurnia,

Señora Santa de Atocha

de tu ermita se hará cargo

un buen día y hasta ahora.

Mil quinientos veintitrés

es el año en buena hora

en que tan magno suceso

marcado queda en la Historia.

 

Un fraile que fue soldado

en la conquista de Ronda

y después la de Granada,

Juan Hurtado de Mendoza,

confesor del césar Carlos,

devoto de la Corona

pero más aún de vos,

es quien el prodigio obra,

y consigue que la orden

del santo muerto en Bolonia

y nacido no tan lejos

del atochal en que moras,

Santo Domingo Guzmán,

se encargue de la custodia

de la Virgen que en Madrid

y en esta basílica hermosa

tiene su trono y reina:

Nuestra Señora de Atocha.

 

Y es desde entonces que así

magnífica y santa Señora,

con los padres dominicos

venís pasando las horas

los días, años y siglos.

 

Quinientos años son ya,

-el año que pronto asoma

redondos se cumplirán-

que de este templo en que moras

vigilas porque en Madrid

que tanto te quiere y honra

se honre también al tiempo

de tu Hijo su santa gloria.

 

Qué mejor lugar por tanto

para evocar tu memoria

que este templo viejo y santo

que hoy y aquí nos convoca

en torno a tu altar sagrado.

¿Acaso sede más propia?

 

Así pues, gritad conmigo,

desde este campo de atochas

todos juntos, mis amigos,

con voz fuerte y poderosa

que se oiga en todo Madrid

y atrone la Tierra toda.

 

¡Que viva Nuestra Señora!

Viva

¡Viva la Virgen María!

Viva

¡Viva la Virgen de Atocha!

Viva