El pasado 29 de marzo tuvo lugar la clausura de la fase diocesana del proceso de martirio de 130 mártires de la diócesis de Jaén que dieron su vida in odium fidei entre los años 1936 y 1939. “Una historia de amor. Amor a Dios y arraigo a su fe, que llevó a 109 sacerdotes, una religiosa de clausura, un matrimonio, 17 varones seglares y un sacristán, con discapacidad intelectual, a entregar su vida en defensa de la fe católica”.

 

El querido postulador de la Causa, monseñor Rafael Higueras Álamo, en la Clausura diocesana recordaba, de forma agradecida, a todos los que a lo largo de los años han trabajado en esta Causa de Martirio. También ha tenido muy presente a esos 130 fieles de Jaén que han sido sus compañeros a lo largo de estos tres años. De ellos ha dicho:

 

Estos hermanos nuestros murieron por amor a la Iglesia, a Jesucristo, y al prójimo. Murieron en la paz del Señor Jesucristo. En algún caso sus cadáveres fueron quemados, o descuartizados simulando hacer una matanza de animales; o abandonados en el campo como pasto para los animales. Pero ellos no murieron odiando…, no murieron matando…, no murieron por haber matado a otros... Hoy es un día de honor y gloria de la iglesia de Jaén “adornada con la púrpura de la sangre” de esta multitud de testigos que nos alientan en nuestro caminar.

 

1928, SEMANA SANTA EN CAZORLA

 

Uno de los 130 mártires es el arcipreste y párroco de Cazorla, siervo de Dios Ramón Rojo Díaz-Cervantes. Escribió este texto para el programa de Semana Santa de 1928. Lo que dice el mártir para Cazorla (Jaén) vale para toda España. Al final podéis conocer la vida y martirio de este sacerdote.

 

 

Veinte siglos han pasado desde aquel día, solemne en los fastos de la historia universal, en que la Cruz redentora se levantara sobre la cima del Gólgota, próximo a la ciudad de los Profetas. Durante ese lapso de tiempo aparecieron y han sucumbido imperios, instituciones, sistemas, naciones, doctrinas, pueblos en todas las latitudes de la tierra… y esa Cruz de palo, instrumento de suplicio ya desaparecido de las costumbres de los hombres, santificado con la muerte en ella del Justo, lecho mortuorio del Redentor del mundo, permanece enhiesta, fija, inconmovible y bendecida en medio de los anales humanos como la tabla salvadora de la humanidad en los momentos de caos, de vértigo, de catástrofe.

 

La Iglesia, instituida por el mártir Divino, evoca en estos días de la Semana Santa aquel juicio irrisorio que se hizo del Nazareno por unas autoridades religiosas plenas de envidia, toleradas inicuamente por el representante de Roma en las tierras de Judea. La farsa vergonzosa tuvo como final trágico aquella escena imborrable del Calvario… cuando moría en la cumbre del monte el Hijo de Dios, inmolado por nosotros y por nuestra salud eterna.

 

Todos en Él pusimos nuestras manos. Los pontífices, los magistrados, la plebe…; todos pidieron voz en grito la sangre del Justo. La ciudad maldita estalló en explosiones de odio inhumano que no pudo arrancar a la víctima santa un gesto de indignación, una mirada de encono, una frase de cólera… Los labios de Jesús Nazareno solo se abrieron para decir estas palabras sublimes que serán eternas en la historia de las misericordias divinas: Padre mío, perdónalos porque no saben lo que hacen. Era la ley del amor que se promulgaba en tan solemnes y trágicas circunstancias.

 

Al unísono del mundo cristiano, el pueblo de Cazorla recuerda piadoso las escuelas del sacro drama y este año lo hace con nuevos esplendores que avivarán el fuego religioso de nuestros espíritus, oculto bajo una capa de indiferencia a todas luces reprobable. Ello se debe a la labor callada de nuestros sacerdotes y al entusiasmo férvido de unos hombres cristianos celosos de la religión en nuestra ciudad de abolengo netamente católico. No es necesario levantar mucho la voz para que todo el pueblo acuda al entusiasta llamamiento que se le hace. Él debe cooperar en todos los órdenes, portándose religioso y devoto en los templos y en las procesiones, respetuoso en todos los momentos, obediente a la más pequeña indicación. Él debe acudir también en su óbolo generoso y espléndido para poder atender a los numerosos gastos que ha sido preciso hacer con motivo de la adquisición de las nuevas imágenes, que el pueblo admirará estos días.

 

 

 

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