La Escolanía del Valle de los Caídos
Si os preocupáis de que crezcan como verdaderos cristianos, crecerán como personas; si os despreocupáis de ello, no os extrañe que un día acaben convirtiéndose en unos jóvenes más sin valores, sin ilusiones, sin un sentido de la vida, vacíos, en unos jóvenes más "del mogollón y del botellón", por decirlo a las claras.
por Santiago Cantera
El pasado 24 de junio se dio por finalizado de manera oficial el curso académico de la Escolanía del Valle de los Caídos. Fue un año cargado, como siempre, de preocupaciones, proyectos, ilusiones y muchos ratos y recuerdos agradables. Un año que ha conocido la renovación de una parte importante de las instalaciones para que vuestros hijos, queridos padres, puedan tener una estancia mucho más acogedora y confortable en nuestro centro y que esperamos aún completar. Un año que ha experimentado un avance considerable en tantos aspectos de las diversas áreas de la Escolanía (disciplinar, académica, musical, espiritual) y que ha vivido, pienso, un ambiente de convivencia tranquilo y agradable en líneas generales. Un año del que, si bien siempre existen carencias y elementos que mejorar, el equipo directivo, y sé que vosotros también, de forma global calificamos como muy positivo.
Después de poco más de 50 años, los padres seguís confiándonos la educación de vuestros hijos en una etapa fundamental de su vida, con el sacrificio que os conlleva, pero también con la certeza de que son acogidos con afecto sincero y la esperanza de que salgan de aquí bien formados. Lo hacéis porque deseáis para ellos lo mejor y porque, aun sabiendo que nosotros tenemos limitaciones, sin embargo descubrís aquí unas posibilidades que no son habituales. Sobre todo, en medio del panorama actual del sistema de enseñanza español, cada vez más desastroso a consecuencia de unas leyes educativas nefastas, y de los mil peligros morales que acechan de manera creciente a los jóvenes, descubrís en la Escolanía la pervivencia pura y la transmisión de unos valores hoy lamentablemente poco abundantes en nuestra sociedad.
Quizá sin saberlo, encontráis aquí la experiencia de una tradición: la tradición de las escuelas monásticas, que remontan sus orígenes entre los benedictinos a los tiempos mismos de San Benito en el siglo VI, cuando acogió a los santos niños Mauro y Plácido, y que entre los monjes se retrotraen incluso hasta los inicios del monacato en el siglo IV, en los monasterios egipcios de San Pacomio. Fue en los monasterios benedictinos y en sus escuelas donde se forjó la cultura europea y la civilización occidental, fundiendo el legado clásico grecorromano con el aporte de los pueblos germánicos bajo el aliento de vida de la fe cristiana. Europa surgió como Cristiandad al pie de la Cruz en los monasterios y en sus escuelas; y hoy, como ayer, en esta civilización en crisis, en crisis porque se ha apartado de sus raíces y sobre todo de Cristo, las esperanzas se refugian de nuevo en los monasterios y en sus escuelas.
Pero la labor que nosotros desarrollamos con vuestros hijos precisa de vuestra cooperación total. No puede quedar detenida cuando vuelven a vuestros hogares, sobre todo en el verano y cuando terminen su formación aquí. Los escolanos deben observar una coherencia entre lo que aquí han aprendido y lo que vivís vosotros, pues este tipo de formación es la que habéis elegido para ellos. Habéis de ocuparos de que sigan poniendo empeño en los estudios y en la música, y muy especialmente debéis preocuparos de que continúen creciendo en su vida espiritual, ya que éste es el verdadero fundamento de nuestra Escolanía y lo que la distingue respecto de otros muchos centros más o menos semejantes.
El hombre no es un mero animal con cuerpo, sino una persona, dotada también de un alma inmortal llamada a la vida eterna. Si aquí se les inculca que la Santa Misa es el centro del día y lo que da calor a toda la jornada, debéis ser los primeros en darles ejemplo asistiendo con ellos al menos a la Misa dominical, rezando juntos en vuestras casas y favoreciendo su vida sacramental, de un modo particular con el sacramento de la penitencia o reconciliación al que aquí se acercan con una frecuencia que suele ser semanal, ¡y da gusto ver cómo se confiesan! Si os preocupáis de que crezcan como verdaderos cristianos, crecerán como personas; si os despreocupáis de ello, no os extrañe que un día acaben convirtiéndose en unos jóvenes más sin valores, sin ilusiones, sin un sentido de la vida, vacíos, en unos jóvenes más “del mogollón y del botellón”, por decirlo a las claras. La semilla plantada necesita ser regada para que crezca el árbol. Digo esto desde mi experiencia con jóvenes como estudiante y luego profesor de Universidad, como oficial de complemento en el Ejército y ahora como monje y sacerdote. Tomadlo en serio.
En fin, queremos también agradecer de corazón el apoyo y el mensaje de firmeza que muchos nos habéis expresado ante las dificultades sufridas por nuestra Comunidad en estos meses últimos. Los monjes, como todos los cristianos, tenemos que ser conscientes de las palabras que hemos escuchado en el Evangelio: “el que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo”. Pero cuando se experimenta la Cruz así y las tormentas arrecian sobre ella, cuando todo el Valle se nubla y vienen los vendavales y los relámpagos, nos queda la promesa transmitida por el profeta Zacarías en la primera lectura: “Me mirarán a mí, a quien traspasaron”. Después de la tormenta, vienen la paz y el triunfo de Cristo desde la Cruz: en ella pende traspasado, en ella le contemplamos y desde ella vence. “Stat Crux dum volvitur orbis”, “la Cruz permanece mientras el mundo cambia”, dice el lema de los cartujos. Aquí lo comprobamos todos los días desde que vinimos al Valle de los Caídos: la Santa Cruz ahí sigue, y nosotros al pie de ella, como María y como San Juan, o como Constantino cuando recibió la promesa del Cielo antes de su victoria sobre Majencio en el puente Milvio, que cambiaría el curso de la Historia: “In hoc signo vinces”, “con este signo vencerás”.