Relación del culto mariano con el tributado a Dios
Ciertamente, en el católico debe existir una coherencia plena entre su vida interior y su vida pública y es necesario esforzarse por la dimensión social del Reinado de Cristo y de María.
por Santiago Cantera
Al colmar a la Santísima Virgen de bendiciones, Dios ha deseado que se dirija hacia Ella nuestro culto como Madre de su Hijo y Madre de los hombres. Por eso, es desacertada e injusta la crítica y la reprensión que hacen los protestantes y muchos enemigos de la Iglesia católica contra la devoción a la Santísima Virgen, como si quitáramos algo al culto debido sólo a Dios y a Jesucristo o como si fuera una idolatría. Por el contrario, el honor y la veneración que tributamos a nuestra Madre celestial redundan enteramente y sin duda alguna en honra de su divino Hijo, porque de Él nacen todas las gracias y dones. Como decía el Papa Pío XII: “Al honrar a María, cada vez que en Ella se piensa, rendimos homenaje a las superabundantes gracias y amor del Redentor de los hombres” (Alocución a los miembros de Catholic Relief Services, 8-XII1955); y también señalaba él mismo: “¿Acaso Jesús y María no son los dos amores sublimes del pueblo cristiano?” (Alocución a los peregrinos portugueses, 21-IV1940).
Por eso precisamente, el culto a Nuestra Señora debe evitar tanto cualquier falsa exageración como todo defecto o falta de devoción hacia Ella. Y de esta manera, rectamente entendido su culto, se comprenderá que todo en María nos lleva hacia su Hijo, único Salvador; todo en María nos eleva a la alabanza de la Santísima Trinidad. Además, el culto a la Virgen está estrechamente unido al culto eucarístico, porque María no tiene otro deseo que el de conducir a los hombres a Cristo; y la Eucaristía, que es el centro de la vida cristiana, porque de ella vienen a nuestras almas las fuerzas y gracias sobrenaturales, exige de nosotros un amor activo y eficiente.
Condiciones de la devoción mariana
La devoción mariana debe asentarse sobre pilares firmes y seguros, y para ello conviene que sea alimentada doctrinalmente de una manera adecuada, mediante un esfuerzo de reflexión teológica seria. Esto implicará, lógicamente, que haya de ser una piedad fiel y sumisa a la Iglesia, y que la devoción mariana y la fidelidad eclesial vayan de la mano. Según decía el citado Pío XII: “La verdadera devoción, la tradicional, la de la Iglesia, la que llamaríamos del común sentir cristiano y católico, es esencialmente la unión con Jesús bajo la guía de María. La forma y las prácticas de esta devoción podrán variar con el tiempo, con el lugar o con las inclinaciones personales, pues dentro de los límites de la doctrina sana y segura, de la ortodoxia y de la dignidad del culto, la Iglesia deja a sus hijos un justo margen de libertad” (Alocución en la canonización del Padre Luis María Grignion de Montfort, 21-VII1947).
A María hay que acudir con una devoción llena de fe, esperanza y caridad, que esté animada por estas tres virtudes teologales, y ofreciéndole oraciones suplicantes y obras piadosas de penitencia y de caridad. Por lo tanto, ha de ser una devoción obediente a María misma, confiada en el abandono a Ella y cuidadosa de imitar sus virtudes y la vida de Cristo. Debe asentarse sobre una sólida fe y basarse en una conversión del corazón y en propósitos de renovación cristiana, de tal modo que a la vez conllevará una reforma efectiva y necesaria, en el campo individual y familiar, en el cívico y social, y en el nacional e internacional, promoviendo la justicia social, la paz y la hermandad entre los hombres a todos los niveles.
Ciertamente, en el católico debe existir una coherencia plena entre su vida interior y su vida pública y es necesario esforzarse por la dimensión social del Reinado de Cristo y de María. La fe no es algo que se queda en la capilla y la sacristía, sino que se proyecta sobre la totalidad de las acciones del cristiano, el cual debe empeñarse de un modo especial en la reforma moral de los hombres y en el logro de la justicia social. Esa proyección social de la devoción mariana, lógicamente, se ha de plasmar en buenas obras por parte del cristiano, tanto de penitencia como de caridad y de acción social.
Santiago Cantera, OSB es prior de la abadía de la Santa Cruz del Valle de los Caídos
Publicado en El pan de los pobres.
Por eso precisamente, el culto a Nuestra Señora debe evitar tanto cualquier falsa exageración como todo defecto o falta de devoción hacia Ella. Y de esta manera, rectamente entendido su culto, se comprenderá que todo en María nos lleva hacia su Hijo, único Salvador; todo en María nos eleva a la alabanza de la Santísima Trinidad. Además, el culto a la Virgen está estrechamente unido al culto eucarístico, porque María no tiene otro deseo que el de conducir a los hombres a Cristo; y la Eucaristía, que es el centro de la vida cristiana, porque de ella vienen a nuestras almas las fuerzas y gracias sobrenaturales, exige de nosotros un amor activo y eficiente.
Condiciones de la devoción mariana
La devoción mariana debe asentarse sobre pilares firmes y seguros, y para ello conviene que sea alimentada doctrinalmente de una manera adecuada, mediante un esfuerzo de reflexión teológica seria. Esto implicará, lógicamente, que haya de ser una piedad fiel y sumisa a la Iglesia, y que la devoción mariana y la fidelidad eclesial vayan de la mano. Según decía el citado Pío XII: “La verdadera devoción, la tradicional, la de la Iglesia, la que llamaríamos del común sentir cristiano y católico, es esencialmente la unión con Jesús bajo la guía de María. La forma y las prácticas de esta devoción podrán variar con el tiempo, con el lugar o con las inclinaciones personales, pues dentro de los límites de la doctrina sana y segura, de la ortodoxia y de la dignidad del culto, la Iglesia deja a sus hijos un justo margen de libertad” (Alocución en la canonización del Padre Luis María Grignion de Montfort, 21-VII1947).
A María hay que acudir con una devoción llena de fe, esperanza y caridad, que esté animada por estas tres virtudes teologales, y ofreciéndole oraciones suplicantes y obras piadosas de penitencia y de caridad. Por lo tanto, ha de ser una devoción obediente a María misma, confiada en el abandono a Ella y cuidadosa de imitar sus virtudes y la vida de Cristo. Debe asentarse sobre una sólida fe y basarse en una conversión del corazón y en propósitos de renovación cristiana, de tal modo que a la vez conllevará una reforma efectiva y necesaria, en el campo individual y familiar, en el cívico y social, y en el nacional e internacional, promoviendo la justicia social, la paz y la hermandad entre los hombres a todos los niveles.
Ciertamente, en el católico debe existir una coherencia plena entre su vida interior y su vida pública y es necesario esforzarse por la dimensión social del Reinado de Cristo y de María. La fe no es algo que se queda en la capilla y la sacristía, sino que se proyecta sobre la totalidad de las acciones del cristiano, el cual debe empeñarse de un modo especial en la reforma moral de los hombres y en el logro de la justicia social. Esa proyección social de la devoción mariana, lógicamente, se ha de plasmar en buenas obras por parte del cristiano, tanto de penitencia como de caridad y de acción social.
Santiago Cantera, OSB es prior de la abadía de la Santa Cruz del Valle de los Caídos
Publicado en El pan de los pobres.
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