Sufrir y haber sufrido

No es bueno sufrir; pero es bueno, muy bueno, haber sufrido. Parece un juego de palabras, de esos que gustan tanto a algunos divulgadores, pero la frase tiene mucha miga, más en este tiempo de Cuaresma.

A nadie le gusta sufrir, padecer, estar enfermo, sentir dolor o incomodidad. Es antinatural, pues ataca directamente a uno de las convicciones más obvias de todo ser humano: el instinto de la propia conservación. Ni siquiera los que se dicen masoquistas quieren sufrir, por el mero prurito de sufrir. Este principio no sabe de buenos o malos, justos o injustos, religiosos o ateos, pequeños o mayores.

Las medicinas y las vacunas, ahora que seguimos tan sensibles al mundo sanitario, son nocivas: introducimos en el cuerpo un elemento extraño, ajeno a nuestro organismo; con frecuencia incluso de mal sabor, desagradable. ¿Quién desea tomar un jarabe amargo o que le pinchen con una jeringuilla? Las aceptamos, e incluso las buscamos, en la perspectiva del buen efecto que nos causarán, de la protección frente a una enfermedad como el coronavirus, la gripe o la viruela. Es mucho mayor, y más importante, el bien futuro que nos provocan que el mal, aunque sea pequeño y casi insignificante, que nos causan. Por ello no es bueno sufrirlas, pero es un bien haberlas sufrido. Y ya estamos viendo a personas presumir del pinchazo de la vacuna,

El cristianismo, pese a lo que algunos piensen, no es una religión de cruz, no idolatra ni promueve el sufrimiento por el sufrimiento. Los judíos decían: “Maldito el que pende de un madero”. El dolor, aunque sea una obviedad, siempre duele. El fin de la vida de Cristo no fue sufrir y morir crucificado, sino vivir resucitado, y resucitarnos a todos los hombres, haciéndonos “hijos en el Hijo”. A la luz de ese final glorioso podemos decir: no es bueno sufrir, pero es bueno haber sufrido.

La religiosidad popular, sobre todo en esta época de Cuaresma, parece muy centrada en la Pasión de Cristo, en su crucifixión, en su inmenso sufrimiento. Y ahí están las numerosas cofradías y su ilusión por procesionar en la Semana Santa. Las circunstancias actuales van a permitir las mismas procesiones que el año pasado, o sea, ninguna. Sufrimiento y dolor para los cofrades, que únicamente podrán asistir a los oficios, y siempre dentro de las restricciones impuestas por la pandemia. ¿Su consuelo? Contemplar los pasos de Semana Santa, preparados para la procesión, pero sólo expuestos en las Iglesias.

Sin embargo, en distintos lugares, como en Medina del Campo, cuna de las procesiones de disciplina más antiguas de España, no han querido privarse de preparar y presentar el cartel de la Semana Santa 2021. Aunque no haya procesiones, hay Semana Santa, y lo principal de la Semana Santa no es el sufrir, sino el haber sufrido, no es la Cruz sino la Resurrección. Con buen tino, en esta villa castellana, que vio morir a Isabel la Católica, han elegido como imagen representativa de la Semana Santa 2021 una fotografía del Cristo Resucitado, durante la procesión del Domingo de Resurrección. Todo un símbolo de la esperanza que esconde la Semana Santa, y todo el cristianismo.

Cristo padeció y murió, y en muchas ciudades, grandes y pequeñas, procesionan los pasos de Semana Santa. Pero esas procesiones terminan con la procesión del Domingo de Resurrección. No es sólo el fin temporal de la Cuaresma y la Semana Santa; es el fin profundo, existencial, de la vida del cristiano, caminando por este valle de luces y sombras, en el claroscuro de la fe.

No es bueno sufrir; pero es bueno, muy bueno, haber sufrido.