Sábado, 07 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

San Pablo, un defensor de la familia: la de entonces y la de siempre

'Los recién casados' (detalle), una témpera de Norman Rockwell (1894-1978).
De San Pablo tanto se elogia sus versículos sobre el amor como se rechazan otros supuestamente 'machistas'. Imagen: 'Los recién casados' (detalle), una témpera de Norman Rockwell (1894-1978).

por José F. Vaquero

Opinión

En la vida familiar tal como aparece en la Sagrada Escritura, San Pablo es citado tanto para bien como para mal. En muchas bodas, incluso en bodas civiles, se lee su maravilloso himno de la caridad, de la primera Epístola a los Corintios: “El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece…” (1 Cor 13, 1-13). Pero también se le acusa de misógino, machista y esclavizador de la mujer, citando aquello de “Mujeres, someteos a vuestros maridos” (Col 3, 18).

Me gusta leer y entender los textos completos, para poder tener una idea más justa de lo que su autor piensa. Con el corta y pega y la literalidad de cuatro palabras, podemos hacer decir a cualquiera una cosa y la contraria, casi a la vez. Y en este caso me he tomado también el tiempo de leer con un poco más de amplitud ese texto tan "tremendamente machista" del apóstol de los gentiles, Pablo de Tarso. Tampoco ha supuesto una gran labor investigadora; es simplemente leer los tres versículos siguientes al “versículo machista”. Una labor análoga, aunque un poco más elaborada, y más sesuda, puede hacerse leyendo la Epístola a los Efesios (Ef 5, 21-6, 9)

San Pablo encadena cuatro exhortaciones, y las cuatro son importantes:

1. Mujeres, sed sumisas a vuestros maridos, como conviene en el Señor.

2. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas.

3. Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que eso agrada al Señor.

4. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan el ánimo.

* * *

1. Mujeres, someteos a vuestros maridos. Es la servicialidad y el mutuo sometimiento de los hermanos en la fe, mujeres o maridos. Unos y otros están llamados a someterse mutuamente. Este sometimiento no es servilismo, es servicio, y servicio a personas de gran dignidad, la que les conviene como hijos amados de Dios. Él mismo, escribiendo a los Efesios, exhorta: “Someteos unos a otros en el temor de Dios” (Ef 5, 21).

Hace más de una década Costanza Miriano, católica italiana, publicó un libro inspirado en esta frase, titulado Cásate y sé sumisa: experiencia radical para mujeres sin miedo. Y me llamó la atención una de las interpretaciones que esta mujer hacía del texto. Las mujeres, como parte de su instinto maternal, se preocupan y cuidan mucho de sus hijos. Se interesan mucho por su educación, en todos los ámbitos (humana, intelectual, social). Se preocupan por el presente y el futuro de cada hijo, su buen desarrollo. Constanza explica que, en ocasiones, este afán educativo puede llevarle a querer “educar” también al marido como si fuera un hijo más. Este sometimiento no es un “cállate que aquí mando yo” del marido, pero tampoco un “cállate que aquí educo yo” de la mujer“: "Someteos unos a otros en el temor de Dios”

2. Maridos, amad a vuestras mujeres. En otro texto, San Pablo llama al marido cabeza de la casa, pero no para mandar dictatorialmente sobre todo y todos, sino para cuidar amorosamente de todo y a todos. Su ejemplo es Cristo Cabeza de la Iglesia, quien se humilló a sí mismo hasta la muerte, se entregó totalmente para salvar a su esposa, la Iglesia, y a todos sus hijos, hasta a los más pequeños.

3. Hijos, obedeced a vuestros padres. Para obedecer, primero hay que escuchar, y para escuchar alguien tiene que hablar, que orientar. La obediencia es algo que implica tanto a los padres como a los hijos. Y obedecer no es un simple sometimiento, como se someten las teclas de un ordenador a los golpecitos que da el usuario sobre ellas. Obedecer significa escuchar, asimilar lo que me dicen, y aceptar que alguien sabe más que yo.

4. Padres, no exasperéis a vuestros hijos. Un componente importante de la misión del padre, padre y madre, es educar a sus hijos, "mandarles", cuidarles, orientarles. Están llamados a enseñarles a vivir, y a vivir lo más plenamente posible. Este interés incluye también, en ocasiones, llamarles la atención, corregirles cuando van por mal camino. ¿No vas a intentar parar a una persona que va corriendo hacia un barranco, o por respeto le vas a dejar que se arroje al vacío? Pero esta autoridad no debe ser tiranía, no es un mandar “porque lo digo yo, y basta”. Hay que dialogar con los hijos, explicarles los porqués de las cosas, pero sin llegar a acuerdos “de colega a colega”. Mandar, corregir, educar, pero sin tiranía, sin exasperarles.

* * *

Con estos cuatro componentes bien equilibrados, la familia se convertirá en el lugar de descanso para todos sus miembros, un lugar en el que todos juntos crecen y se ayudan, avanzan en la vida plena y llena de satisfacción.

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