¿Merece la pena defender a Occidente?
Deberíamos responder a la cuestión de si vale la pena defender a Occidente planteando primero la cuestión, más importante, de qué Occidente se nos está pidiendo defender.
por Joseph Pearce
Hay muchas personas que citarían Occidente como algo amenazado y que deberíamos aprestarnos a defender. Según quién sea el defensor de Occidente que pontifica, la amenaza viene de Rusia, del islam, de China o de algún enemigo interior de Occidente mismo. La cuestión, sin embargo, carece de sentido a menos que tengamos una idea clara de qué se entiende exactamente por Occidente.
Para unos, Occidente es esa civilización que creció a partir del encuentro entre Atenas y Jerusalén, englobando la filosofía de aquélla y la teología de ésta. Para otros, Occidente es esa civilización que surgió en Europa y América a partir de la Ilustración y que se caracteriza por el secularismo en política y el relativismo en filosofía. El antiguo Occidente ha sido denominado civilización judeo-cristiana o, simplemente, Cristiandad. El Occidente posterior a la Ilustración ha sido denominado liberalismo o, simplemente, Modernidad. El problema es que el primer Occidente no ha sido sustituido por el último Occidente en el sentido de que pueda decirse que la Modernidad haya eclipsado al Cristianismo. Al contrario, las dos civilizaciones continúan existiendo una al lado de la otra, en contraposición y conflicto.
El Occidente post-Ilustración ha intentado aplastar al Occidente cristiano en varias ocasiones. Pensemos en la llamada Revolución Gloriosa de 1688 en Inglaterra, en la Revolución Francesa de 1789 y en la Revolución Rusa de 1917. Sobre esta última, es importante insistir en que la revolución bolchevique fue una revolución occidental, consideremos o no a Rusia como parte de Occidente, porque las ideas de Marx y Engels, en cuanto herederas de la filosofía de Hegel y de otros, pertenecían absolutamente a la tradición occidental post-Ilustración. Si Rusia no forma parte de Occidente, la Revolución Rusa fue la imposición al pueblo ruso de los valores occidentales post-Ilustración, un acto de lo que podría denominarse imperialismo cultural.
Sin embargo, según Alexander Soljetintsin, Premio Nobel de Literatura, es un error ver a Rusia como algo distinto de Occidente. Considerando Rusia como parte de la antigua civilización occidental conocida como Cristiandad, Soljenitsin insistía en que Rusia y Occidente eran esencialmente parte de la misma civilización cristiana amenazada, y que ambas habían sucumbido a los males de la modernidad post-Ilustración: “Cuando hoy decimos Occidente nos estamos refiriendo realmente tanto a Occidente como a Rusia. Y hay enfermedades características que han infestado Occidente durante mucho tiempo y Rusia ahora las ha adoptado rápidamente también. En otras palabras, los rasgos de la Modernidad, enfermedad psicológica del siglo XX, son estas urgencias, este apuro, este apresuramiento, esta inestabilidad y superficialidad. Los éxitos tecnológicos han sido enormes, pero sin una componente espiritual, la humanidad no solo será incapaz de seguir prosperando, sino que incluso no podrá conservarse a sí misma. La creencia en un progreso eterno e infinito se ha convertido prácticamente en una religión. Es un error que procede del siglo XVIII, de la época de las Luces”.
Así pues, si bien los liberales occidentales ven a Rusia como un enemigo de su Occidente, muchos cristianos occidentales que coinciden con Soljenitsin ven a sus hermanos ortodoxos del Este como aliados en la tradicional guerra de Occidente contra la nueva modernidad occidental.
Una vez definidos los dos Occidentes, podemos ya contestar a nuestra pregunta inicial: ¿merece la pena defender Occidente?
Si uno cree en el Occidente tradicional, que podría denominarse Cristiandad, entonces vale la pena defenderlo no solo contra las amenazas provenientes del Este, como el islam, sino también contra las amenazas interiores que plantea el liberalismo occidental. Si, al contrario, uno cree en el Occidente post-Ilustración, entonces vale la pena defenderlo no solo contra las amenazas provenientes del Este, como Rusia, sino también contra la amenaza interior planteada por la Cristiandad.
En resumen, deberíamos responder a la cuestión de si vale la pena defender a Occidente planteando primero la cuestión, más importante, de qué Occidente se nos está pidiendo defender.
Publicado en Intellectual Takeout.
Traducción de Carmelo López-Arias.
Para unos, Occidente es esa civilización que creció a partir del encuentro entre Atenas y Jerusalén, englobando la filosofía de aquélla y la teología de ésta. Para otros, Occidente es esa civilización que surgió en Europa y América a partir de la Ilustración y que se caracteriza por el secularismo en política y el relativismo en filosofía. El antiguo Occidente ha sido denominado civilización judeo-cristiana o, simplemente, Cristiandad. El Occidente posterior a la Ilustración ha sido denominado liberalismo o, simplemente, Modernidad. El problema es que el primer Occidente no ha sido sustituido por el último Occidente en el sentido de que pueda decirse que la Modernidad haya eclipsado al Cristianismo. Al contrario, las dos civilizaciones continúan existiendo una al lado de la otra, en contraposición y conflicto.
El Occidente post-Ilustración ha intentado aplastar al Occidente cristiano en varias ocasiones. Pensemos en la llamada Revolución Gloriosa de 1688 en Inglaterra, en la Revolución Francesa de 1789 y en la Revolución Rusa de 1917. Sobre esta última, es importante insistir en que la revolución bolchevique fue una revolución occidental, consideremos o no a Rusia como parte de Occidente, porque las ideas de Marx y Engels, en cuanto herederas de la filosofía de Hegel y de otros, pertenecían absolutamente a la tradición occidental post-Ilustración. Si Rusia no forma parte de Occidente, la Revolución Rusa fue la imposición al pueblo ruso de los valores occidentales post-Ilustración, un acto de lo que podría denominarse imperialismo cultural.
Sin embargo, según Alexander Soljetintsin, Premio Nobel de Literatura, es un error ver a Rusia como algo distinto de Occidente. Considerando Rusia como parte de la antigua civilización occidental conocida como Cristiandad, Soljenitsin insistía en que Rusia y Occidente eran esencialmente parte de la misma civilización cristiana amenazada, y que ambas habían sucumbido a los males de la modernidad post-Ilustración: “Cuando hoy decimos Occidente nos estamos refiriendo realmente tanto a Occidente como a Rusia. Y hay enfermedades características que han infestado Occidente durante mucho tiempo y Rusia ahora las ha adoptado rápidamente también. En otras palabras, los rasgos de la Modernidad, enfermedad psicológica del siglo XX, son estas urgencias, este apuro, este apresuramiento, esta inestabilidad y superficialidad. Los éxitos tecnológicos han sido enormes, pero sin una componente espiritual, la humanidad no solo será incapaz de seguir prosperando, sino que incluso no podrá conservarse a sí misma. La creencia en un progreso eterno e infinito se ha convertido prácticamente en una religión. Es un error que procede del siglo XVIII, de la época de las Luces”.
Así pues, si bien los liberales occidentales ven a Rusia como un enemigo de su Occidente, muchos cristianos occidentales que coinciden con Soljenitsin ven a sus hermanos ortodoxos del Este como aliados en la tradicional guerra de Occidente contra la nueva modernidad occidental.
Una vez definidos los dos Occidentes, podemos ya contestar a nuestra pregunta inicial: ¿merece la pena defender Occidente?
Si uno cree en el Occidente tradicional, que podría denominarse Cristiandad, entonces vale la pena defenderlo no solo contra las amenazas provenientes del Este, como el islam, sino también contra las amenazas interiores que plantea el liberalismo occidental. Si, al contrario, uno cree en el Occidente post-Ilustración, entonces vale la pena defenderlo no solo contra las amenazas provenientes del Este, como Rusia, sino también contra la amenaza interior planteada por la Cristiandad.
En resumen, deberíamos responder a la cuestión de si vale la pena defender a Occidente planteando primero la cuestión, más importante, de qué Occidente se nos está pidiendo defender.
Publicado en Intellectual Takeout.
Traducción de Carmelo López-Arias.
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