La casa que compró en Londres tenía y mantuvo un largo historial recusante
William Shakespeare fue un católico desafiante hasta el final
por Joseph Pearce
La película de 2018 El último acto [All is true], protagonizada por Kenneth Branagh como William Shakespeare e Ian McKellen como el mecenas de Shakespeare, el conde de Southampton, pretende ser una representación de los últimos años del Bardo en Stratford tras su retirada de los escenarios londinenses. Sin hacer esfuerzo alguno por mantenerse fiel a los hechos conocidos de la vida de Shakespeare, prefiriendo en cambio seguir el camino del orgullo y prejuicio anticatólicos, El último acto le reinventa a imagen de nuestra deplorable época.
Así las cosas, y como medio de desenmascarar la mentira con la clara luz de la verdad conocida, examinemos lo que realmente se sabe de los últimos años de Shakespeare.
La última transacción legal importante de Shakespeare en Londres, antes de su jubilación y regreso a Stratford, fue la compra en marzo de 1613 de Blackfriars Gatehouse. Evidentemente, no compró esta gran propiedad para vivir en ella. Ya se había sacudido el polvo londinense de los pies y se había retirado a New Place, la gran casa de Stratford que había comprado para su familia a unos amigos católicos recusantes en 1597. ¿Por qué la compró? No fue, como han afirmado algunos de sus biógrafos, una mera inversión.
Gatehouse antes de Shakespeare
Una investigación sobre la historia de Blackfriars Gatehouse revela que fue "un notorio centro de actividades católicas". Como su nombre indica, originalmente había pertenecido a la orden de los dominicos [por su gran capa negra sobre el hábito blanco: blackfriar significa, literalmente, 'fraile de negro'] y había sido el alojamiento del prior hasta la disolución de los monasterios.
Durante el reinado de María Tudor, la mansión estuvo en posesión de Thomas Thirlby, obispo católico de Ely, que la vendió a su primo, William Blackwell, secretario municipal de Londres. A la muerte de este, en 1569, Gatehouse fue heredada por su viuda, Mary, cuyo apellido de soltera era Campion, emparentada con San Edmundo Campion, el mártir jesuita. Las simpatías papistas de Mary Blackwell vienen sugeridas por el hecho de que al obispo católico de Ely se le permitió alojarse en su casa hasta su muerte en 1570.
Otras pruebas de estas simpatías pueden verse en el hecho de que Mary Bannister, hermana de otro mártir jesuita, San Roberto Southwell, fue inquilina de Gatehouse durante un tiempo, y en el hecho de que Katherine Carus, pariente de los Hoghton de Lancashire y viuda de un juez orgullosamente recusante, había muerto allí "en todo su orgullo y papismo".
En 1585 Mary Blackwell fue acusada de recusación y, al año siguiente, un informador del gobierno comunicó sus sospechas de que la casa se había convertido en un centro de actividad católica secreta. Parece, por tanto, que Gatehouse era un centro de actividad recusante a mediados de la década de 1580, más o menos cuando Shakespeare llegó por primera vez a Londres.
Gatehouse en tiempos de Shakespeare
En 1590, Gatehouse pasó a manos de Mathias Bacon, nieto de Mary Blackwell, quien la arrendó a un católico, John Fortescue, cuyo padre, Sir Anthony Fortescue, había estado implicado en una conspiración contra Isabel en 1562, y cuya madre estaba emparentada con el cardenal Pole.
Una placa en 7 St Andrew's Hill, en Londres, muestra el lugar cerca del cual estuvo la Blackfriars Gatehouse que Shakespeare compró el 10 de marzo de 1613. Foto: London Remembers.
John Fortescue se casó con Ellen, hija de Ralph Henslowe, un recusante católico de Hampshire, pariente del conde de Southampton, el noble católico mecenas de Shakespeare. En 1591, dos sacerdotes, Anthony Tyrrell y John Ballard, informaron de que habían entregado "las cosas que trajimos de Roma" a John y Ellen Fortescue, y ese mismo año se registró que "el sacerdote Fennell suele venir mucho a casa del señor John Fortescue".
En 1598, a raíz de un informe que afirmaba que Gatehouse era un hervidero de recusantes que tenía "muchos lugares de transporte secreto" y "pasadizos secretos hacia el agua", es decir, hacia el río Támesis, desde donde los sacerdotes podían escapar, las autoridades allanaron la casa. John Fortescue estuvo ausente durante el registro, pero su esposa e hijas fueron interrogadas, admitiendo que eran recusantes pero negándose a confesar que habían escondido sacerdotes en la casa. El jesuita Oswald Greenway dejó constancia en su autobiografía de que había realizado una visita subrepticia a Gatehouse al día siguiente de la redada, siendo informado de que había habido sacerdotes en la casa durante el registro, pero que no se habían descubierto sus escondites.
Fortescue, su esposa y sus dos hijas fueron encarcelados tras la redada, pero parece que reanudaron su actividad recusante tras su liberación. En 1605, el jesuita John Gerard preguntó a Ellen Fortescue, en ausencia de su marido, si podía utilizar Gatehouse como "piso franco" en el que Catesby, Percy, Winter y otros "conspiradores de la pólvora" pudieran reunirse en secreto. Sabia y prudentemente, se negó a admitir a los conspiradores, alegando que no aprobaba a Catesby. Su prudencia en esta ocasión probablemente salvó su vida y la de su familia.
Unos meses más tarde, una vez descubierto el complot, el padre Gerard, entonces el hombre más buscado de Inglaterra, apareció desesperado en Gatehouse, con barba y pelo postizos a modo de disfraz, y pidió refugio, afirmando que no sabía dónde más esconderse. A diferencia de muchos de sus compañeros jesuitas, el padre Gerard consiguió escapar de las garras de sus perseguidores, escabulléndose del país disfrazado. Poco después, John Fortescue también se exilió, expulsado de su hogar y de su país por la incesante persecución.
Poco se sabe de la historia de Gatehouse en los pocos años transcurridos desde que los Fortescue se exiliaron y el momento en que Shakespeare la compró a su último propietario, Henry Walker, pero ya en 1610 se informó en Nápoles de que era la base de los jesuitas que conspiraban para "enviar al Rey un jubón y medias bordados que están envenenados y serán la muerte para el que los lleve". Por mucho que tal afirmación pueda descartarse como producto de las ociosas fantasías de exiliados amargados o espías anticatólicos, es evidente, no obstante, que Shakespeare había elegido comprar una de las casas católicas más notorias de todo Londres. Esto ya es curioso de por sí, pero no es ni mucho menos el final de la historia.
Gatehouse, propiedad de Shakespeare
Shakespeare optó por arrendar Gatehouse a John Robinson, hijo de un caballero del mismo nombre que era un católico activo. En 1599 se supo que John Robinson padre había acogido en su casa al sacerdote Richard Dudley.
Tuvo dos hijos, Edward y John, el primero de los cuales ingresó en el Colegio Inglés de Roma y se hizo sacerdote, y el segundo se convirtió en inquilino de Shakespeare. Está claro, por tanto, que Shakespeare sabía que al arrendar Gatehouse a John Robinson la dejaba en posesión de un católico recusante. En consecuencia, y como Ian Wilson conjeturó en Shakespeare: la prueba, Robinson "no era tanto el inquilino de Shakespeare en Gatehouse, como su guardián designado de uno de los mejores lugares de refugio de Londres para los sacerdotes católicos". Además, John Robinson no era un simple inquilino, sino un amigo muy apreciado. Visitó a Shakespeare en Stratford durante el retiro del poeta y fue aparentemente el único de los amigos londinenses del Bardo que estuvo presente durante su última enfermedad, firmando su testamento como testigo.
Joseph Pearce publicó una profunda investigación sobre William Shakespeare como escritor católico que es ya un clásico sobre el tema.
Estos son los hechos que los creadores de El último acto ignoran cuidadosamente.
El testamento de Shakespeare
Aunque se sabe muy poco de los últimos años de Shakespeare en Stratford, el hecho de que "muriera como papista", según el testimonio del clérigo anglicano del siglo XVII Richard Davies, se deduce del testamento de Shakespeare. Aparte de la referencia en el testamento a Blackfriars Gatehouse, "wherein one John Robinson dwelleth scituat", cabe destacar que Shakespeare legó sus bienes a su hija, Susanna, que había sido multada por su recusación católica en 1606.
Entre los amigos de Shakespeare que se beneficiaron de su testamento figuraba su viejo amigo Hamnet Sadler, padrino de los gemelos de Shakespeare y que, al igual que Susanna, figuraba como recusante en 1606. Otro beneficiario fue Thomas Combe, católico acérrimo y desafiante, que figuraría como recusante en 1621, y de nuevo, 20 años más tarde, en 1641. Los hermanos católicos John y Anthony Nash, viejos amigos del poeta, también recibieron dinero en el testamento.
William Reynolds, otro beneficiario del testamento de Shakespeare, fue enviado a la cárcel de Warwick por su recusación en el otoño de 1613, languideciendo allí con el antiguo vecino de Shakespeare en Henley Street, George Badger. El 2 de octubre de 1613, Badger escribió al oficial mayor de Stratford, revelando que otro católico de Stratford, William Slaughter, que había sido nombrado con John Shakespeare, el padre del poeta, en la lista de recusación de 1592, se había presentado en la cárcel "para liberar a William Reynolds de Stratford" bajo fianza.
Este episodio es de especial interés porque demuestra que algunos de los amigos más queridos de Shakespeare en Stratford, con los que había mantenido las relaciones más estrechas durante los últimos años de su vida, estaban siendo encarcelados por su fe católica.
También es tentador conjeturar, aunque por supuesto no se puede probar, que William Reynolds había sido realmente rescatado con el dinero de Shakespeare, con William Slaughter simplemente actuando como agente. Las pruebas circunstanciales, al menos, hacen posible esta suposición aparentemente descabellada. Sabemos que Shakespeare, como propietario de la segunda casa más grande de Stratford, era una de las personas más ricas del barrio; sabemos que ya había puesto su dinero donde estaba su fe en la compra de Blackfriars Gatehouse solo seis meses antes; y sabemos que William Reynolds era uno de sus amigos más cercanos, siendo uno de los pocos socios que figuraban en su testamento. Tal suposición puede ser, en efecto, fantasiosa, pero también eminentemente plausible, a diferencia de las tonterías presentadas en El último acto.
Publicado en National Catholic Register.
Traducido por Helena Faccia Serrano.
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