Las oposiciones de San Josemaría
Todos los que en algún momento de su vida hayan dedicado horas de estudio a labrarse un porvenir en la Administración Pública, se sentirán todavía más identificados con el gran santo de los laicos, que les precedió en el duro sendero del opositar.
Una de las imágenes más conmovedoras y tradicionales de las bibliotecas y salas de estudio en España es la de los opositores, estudiando y memorizando sesudos textos legales o científicos para aspirar a una plaza. Muchachas y muchachos que en silencio, ya sea en los palomares del Ateneo, en los pupitres de la Biblioteca Nacional o en cualquier otro remanso de estudiosa paz, tratan de ganarse el derecho a un estipendio vitalicio, primero como sueldo y luego como pensión, a cambio de una vida profesional al servicio del público y años de preparación previa. Sean laicos o creyentes, sean o no numerarios, supernumerarios o simpatizantes del Opus Dei, todos esos estudiantes parecen seguir las máximas de Camino, obra que dedica una gran atención al estudio, la formación y el trabajo: “[…] El estudio, la formación profesional que sea, es obligación grave entre nosotros” (334). “Una hora de estudio, para un apóstol moderno, es una hora de oración” (335).
De los miles de hijos espirituales de San Josemaría son legión aquellos que con tesón y a veces con un crucifijo o una estampa de su Padre sobre el pupitre han obtenido o tratado de conseguir una posición en la vida por medio del sistema de oposiciones, que sin duda no es perfecto pero parece más democrático que otros, puesto que se basa en el estudio y la memorización, y no en el amiguismo o el partidismo. Precisamente, un aspecto que muy pocos recuerdan (*) del fundador del Opus Dei es que en su día se apuntó a unas oposiciones, y además en un momento clave de su trayectoria vital, hablamos de los años 1929-30 en que, según su propio testimonio, él ya había constituido el Opus Dei.
En efecto, podemos seguir en las páginas de la Gaceta de Madrid las distintas etapas de una oposición a la que se inscribió el fundador del instituto secular –hoy prelatura personal– tras abonar 25 pesetas –de las de entonces– en concepto de derechos de examen.
Corría el año 1929, reinaba Alfonso XIII y gobernaba el dictador Primo de Rivera, cuando el 12 de julio de aquel año (Gaceta de Madrid nº 197, de 16 de julio de 1929, pág. 330) convocaba la Presidencia del Consejo de Ministros y Asuntos Exteriores una oposición para cubrir cuatro plazas de auxiliares de primera clase en la Secretaría General de Asuntos Exteriores, “dotadas con el sueldo anual de 2500 pesetas”.
No se exigía titulación alguna, sólo los certificados de nacimiento, de antecedentes penales, de buena conducta y el certificado médico de no padecer el interesado “defecto físico que inhabilite para el servicio, ni enfermedad contagiosa”. Las pruebas consistían en un amplio temario de conocimientos generales y acerca de dicha Secretaría General –perfectamente especificado en el programa– amén de un ejercicio práctico de análisis gramatical de un párrafo, una prueba de aritmética elemental, otra de mecanografía y las de idiomas, taquigrafía y caligrafía para quienes lo solicitaran.
La Gaceta recoge en su número 267, página 1924, de 24 de septiembre de 1929, que don José María Escrivá y Albás se presentaba con el nº 88 de orden de presentación a las oposiciones al Cuerpo Administrativo de la Secretaría General del Ministerio de Asuntos Exteriores.
La Gaceta nº 5 de 5 de enero de 1930, pág. 175 daba la lista definitiva de los admitidos a presentarse, dos centenares, que incluía de nuevo al padre Escrivá.
Resulta interesante espigar nombres y apellidos entre quienes se presentaban, amplio elenco de la burguesía y aristocracia madrileña, pero también de madrileños de a pie. De hecho al nombre de José María Escrivá y Albás precede, en orden, el de Ángel Tejera Lorenzo, entonces un joven de 17 años que dos años después se vincularía al socialismo y acabaría exiliado, y le sigue en orden el de Julio Atienza Navajas, de prosapia carlista y descendiente de Agustina de Aragón, autor años después como Barón de Cobos de Belchite y Marqués consorte del Vado Glorioso de una considerable obra en el ámbito genealógico. No puede uno dejar de pensar si no se apuntarían juntos, el mismo día, si no serían amigos o al menos conocidos... ¿Y conocería también al futuro militante socialista? Preguntas no del todo ociosas pero de imposible o difícil contestación…
La oposición se inició el 17 de enero de 1930. No sabemos todavía si el Padre llegó realmente a presentarse a las pruebas –doscientas personas opositando a cuatro plazas no es precisamente una perita en dulce– y además él ya era algo mayor, con 28 años, para enfrentarse a sus jóvenes competidores, de fresca y fácil memoria; pero no renunció oficialmente a hacerlo. Lo que sí sabemos es que no figuró entre los aprobados, que fueron Francisco de Ory Aranaz, Adela Grego Bonet, María de la Concepción Fernández Ugando e Inocente Ramón Rodríguez. Notemos que dos de los vencedores fueron mujeres, siendo la presencia de mujeres en las oposiciones del Estado constante y creciente desde que los gobiernos regeneracionistas suprimieron las trabas legales para que pudieran competir con los varones, y de hecho la gran feminista Clara Campoamor inició su andadura social ganando unas modestas oposiciones que le permitieron sobrevivir a ella y a su madre. La misma idea debía alimentar el padre Escrivá, que también tenía una mamá a su cargo. Notemos que el feminismo del primer tercio de siglo en España quizá inspirara a quien tanto escribió sobre las Abadesas de las Huelgas, aquellas señoras con poderes regios y cuasi-episcopales…
En cualquier caso, publicando estas líneas pienso que los numerosos lectores de Camino, los numerarios y supernumerarios de la Obra y todos los que en algún momento de su vida hayan dedicado horas de estudio a labrarse un porvenir en la Administración Pública, se sentirán todavía más identificados con el gran santo de los laicos, que les precedió en el duro sendero del opositar.
(*) La inscripción de San Josemaría para las oposiciones aparece ya en la nota 82 del artículo "El doctorado de San Josemaría en la Universidad de Madrid" de Pedro Rodríguez, publicado por el propio propio Instituto Historico San José María Escrivá en Studia et Documenta, vol. 2, pág. 13113.
De los miles de hijos espirituales de San Josemaría son legión aquellos que con tesón y a veces con un crucifijo o una estampa de su Padre sobre el pupitre han obtenido o tratado de conseguir una posición en la vida por medio del sistema de oposiciones, que sin duda no es perfecto pero parece más democrático que otros, puesto que se basa en el estudio y la memorización, y no en el amiguismo o el partidismo. Precisamente, un aspecto que muy pocos recuerdan (*) del fundador del Opus Dei es que en su día se apuntó a unas oposiciones, y además en un momento clave de su trayectoria vital, hablamos de los años 1929-30 en que, según su propio testimonio, él ya había constituido el Opus Dei.
En efecto, podemos seguir en las páginas de la Gaceta de Madrid las distintas etapas de una oposición a la que se inscribió el fundador del instituto secular –hoy prelatura personal– tras abonar 25 pesetas –de las de entonces– en concepto de derechos de examen.
Corría el año 1929, reinaba Alfonso XIII y gobernaba el dictador Primo de Rivera, cuando el 12 de julio de aquel año (Gaceta de Madrid nº 197, de 16 de julio de 1929, pág. 330) convocaba la Presidencia del Consejo de Ministros y Asuntos Exteriores una oposición para cubrir cuatro plazas de auxiliares de primera clase en la Secretaría General de Asuntos Exteriores, “dotadas con el sueldo anual de 2500 pesetas”.
No se exigía titulación alguna, sólo los certificados de nacimiento, de antecedentes penales, de buena conducta y el certificado médico de no padecer el interesado “defecto físico que inhabilite para el servicio, ni enfermedad contagiosa”. Las pruebas consistían en un amplio temario de conocimientos generales y acerca de dicha Secretaría General –perfectamente especificado en el programa– amén de un ejercicio práctico de análisis gramatical de un párrafo, una prueba de aritmética elemental, otra de mecanografía y las de idiomas, taquigrafía y caligrafía para quienes lo solicitaran.
La Gaceta recoge en su número 267, página 1924, de 24 de septiembre de 1929, que don José María Escrivá y Albás se presentaba con el nº 88 de orden de presentación a las oposiciones al Cuerpo Administrativo de la Secretaría General del Ministerio de Asuntos Exteriores.
La Gaceta nº 5 de 5 de enero de 1930, pág. 175 daba la lista definitiva de los admitidos a presentarse, dos centenares, que incluía de nuevo al padre Escrivá.
Resulta interesante espigar nombres y apellidos entre quienes se presentaban, amplio elenco de la burguesía y aristocracia madrileña, pero también de madrileños de a pie. De hecho al nombre de José María Escrivá y Albás precede, en orden, el de Ángel Tejera Lorenzo, entonces un joven de 17 años que dos años después se vincularía al socialismo y acabaría exiliado, y le sigue en orden el de Julio Atienza Navajas, de prosapia carlista y descendiente de Agustina de Aragón, autor años después como Barón de Cobos de Belchite y Marqués consorte del Vado Glorioso de una considerable obra en el ámbito genealógico. No puede uno dejar de pensar si no se apuntarían juntos, el mismo día, si no serían amigos o al menos conocidos... ¿Y conocería también al futuro militante socialista? Preguntas no del todo ociosas pero de imposible o difícil contestación…
La oposición se inició el 17 de enero de 1930. No sabemos todavía si el Padre llegó realmente a presentarse a las pruebas –doscientas personas opositando a cuatro plazas no es precisamente una perita en dulce– y además él ya era algo mayor, con 28 años, para enfrentarse a sus jóvenes competidores, de fresca y fácil memoria; pero no renunció oficialmente a hacerlo. Lo que sí sabemos es que no figuró entre los aprobados, que fueron Francisco de Ory Aranaz, Adela Grego Bonet, María de la Concepción Fernández Ugando e Inocente Ramón Rodríguez. Notemos que dos de los vencedores fueron mujeres, siendo la presencia de mujeres en las oposiciones del Estado constante y creciente desde que los gobiernos regeneracionistas suprimieron las trabas legales para que pudieran competir con los varones, y de hecho la gran feminista Clara Campoamor inició su andadura social ganando unas modestas oposiciones que le permitieron sobrevivir a ella y a su madre. La misma idea debía alimentar el padre Escrivá, que también tenía una mamá a su cargo. Notemos que el feminismo del primer tercio de siglo en España quizá inspirara a quien tanto escribió sobre las Abadesas de las Huelgas, aquellas señoras con poderes regios y cuasi-episcopales…
En cualquier caso, publicando estas líneas pienso que los numerosos lectores de Camino, los numerarios y supernumerarios de la Obra y todos los que en algún momento de su vida hayan dedicado horas de estudio a labrarse un porvenir en la Administración Pública, se sentirán todavía más identificados con el gran santo de los laicos, que les precedió en el duro sendero del opositar.
(*) La inscripción de San Josemaría para las oposiciones aparece ya en la nota 82 del artículo "El doctorado de San Josemaría en la Universidad de Madrid" de Pedro Rodríguez, publicado por el propio propio Instituto Historico San José María Escrivá en Studia et Documenta, vol. 2, pág. 13113.
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