Martes, 30 de abril de 2024

Religión en Libertad

¿Una sociedad sin sentido, o sin sentidos?

La mano de un bebé acaricia la de un anciano.
El hombre es un compuesto de cuerpo y alma. Los cinco sentidos son nuestras ventanas a la realidad. Foto: Rod Long / Unsplash.

por José F. Vaquero

Opinión

"El mundo está muy mal", dicen algunos. "Aborto, eutanasia, frivolidad ante el sexo, pornografía, adiciones, materialismo, superficialidad, olvido de Dios, etc., etc., etc." Y la conclusión, con un fuerte componente de pesimismo y desesperación, les resulta obvia: "Este mundo no tiene sentido". Es cierto que hay ámbitos en los que estamos perdiendo "el sentido" de la vida, pero tal vez lo que más estemos perdiendo, y donde tendríamos que insistir, es en recuperar "los sentidos", los sentidos primarios del hombre y su significado: vista, oído, tacto, gusto y olfato. Estas puertas sencillas pero profundas, por medio de las cuales nos comunicamos con el exterior, con las cosas que me rodean y con las personas que me circundan.

Nos rodean, e incluso nos abruman muchísimos datos. Vivimos en la sociedad del BigData, de los datos a lo grande, tanto que ya no sabemos qué hacer con ellos. Esta abundancia de datos crea incluso una realidad virtual, proyectada y aumentada, que amenaza la realidad "real" que podemos tocar, sentir, palpar.

Ante esta realidad el sentido de la vista mira, y tiene mucho que mirar. Tanto que los datos que pasan delante de la vista apenas duran, porque les empuja un gran torrente de datos. Son tantos que si nos paramos a observarlos se nos escapan los siguientes, la última noticia, el último vídeo. Y estamos viendo, viendo, viendo, sin observar, sin contemplar, sin pararnos a disfrutar. A esa velocidad, con esos pocos segundos de visión, no se puede cocinar un verdadero compromiso en la vida. Hacemos, respondemos, reaccionamos, incluso corremos, pero sin un destino concreto, sin el significado humano que está detrás de la vista.

Hay empresas que ofrecen "fines de semana de desconexión": simplemente ir a una casa rural, de un pequeño pueblo, a caminar por el campo, sin ningún aparato tecnológico, sin teléfono, sin cámara de fotos, sin MP3. Simplemente con tus dos ojos, y con el deseo de mirar y admirar, de contemplar y observar, sin prisa y sin agobio. ¿Y por qué no ejercitamos esa desconexión a diario? Un rato de paz y tranquilidad para mirar, para disfrutar.

Esa realidad virtual, llena de datos, invade también el sentido del oído, y siempre tenemos que oír cosas, muchas cosas. En ocasiones hay tanto ruido que nos asustan unos breves momentos de silencio, de tranquilidad, de calma. La realidad virtual también nos invade este sentido, y nos crea la falsa necesidad oír, oír, oír. Pero ese ruido no llega a condensarse en el peso de la palabra, una palabra que lleva detrás una vida, una actitud, una respuesta a alguien que me está llamando. "Hay crisis de vocaciones, vocaciones sacerdotales y matrimoniales", se suele decir. Pero la verdadera crisis es la del oído, la del que no escucha que alguien, o Alguien, le está llamando.

Estos dos sentidos, vista y oído, están hiperestimulados, tanto que la mayoría de lo que percibimos dura en nuestro interior lo que un caramelo en la puerta de un colegio: pocos segundos. Y sin embargo dejamos en un segundo plano los otros tres sentidos. También necesitan cuidado y atención estos tres sentidos, pero son más interiores, más subjetivos. La subjetividad no es mala, es fruto de la experiencia íntima de un sujeto, un ser consciente que siente y reflexiona.

El gusto y el olfato, analizados biológicamente, permiten y facilitan la asimilación del alimento que ingerimos. Los buenos sabores nos ayudan a comer alimentos saludables. Y cuando ese disfrute se hace gusto por una persona, nos facilita también disfrutar de la grandeza de esa persona, de sus valores. Un disfrute que no es mera posesión, y que necesita un tiempo para asentarse.

En estos años de pandemia creo que se nos ha atrofiado un poco el tacto. Las caricias, el juego con un niño pequeño, los besos y abrazos, nos ayudan a identificar los tipos de objetos que tenemos delante. No toco igual el portátil en el que trabajo que la cara de mi sobrino. Hay una relación especial con ese "objeto" en el que encuentro una respuesta (por ejemplo, una sonrisa). Y percibo que ese objeto se comunica conmigo, que realmente no es un objeto cualquiera, es otro sujeto.

Esta grandeza del cuerpo, de los sentidos, es una de las riquezas que nos trajo Juan Pablo II, en sus primeras audiencias como Pontífice, hace ya más de cuarenta años. Es la profundidad que se esconde detrás de la Teología del cuerpo. Es teología, porque nos lleva a Dios y nos habla de Él. Pero es "del cuerpo", de la carnalidad, de los sentidos corporales, de la materialidad que nos rodea y nos empuja a mirar más allá, más alto, más profundo. Vivamos con sentido, y con sentidos.

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